lunes, mayo 07, 2007

SI O SE

Oírse es pensar escribiendo, o pensar a secas. Lo dicen Julia y Jesús y tienen razón: el hombre se oye y se sabe, si no no sabría ni que es ni quien. Hay gentes así, las ha conocido, nunca se oyen, ni se perciben, ni notan que están sino que sobreviven con el impulso animal de la vida que empuja. No puede criticarlos, porque no sabe de su felicidad. Cuando piensa en la felicidad, que es cosa harto compleja a menudo confundida con una pasión o con un momento, o con el instante del tiempo que se acorta y se va, se pierde y es recuerdo, cuando piensa en la felicidad se achica el saber y la comprensión de las cosas. Ahora ya sabe que ha sido pocas veces feliz, muchas pocas veces.

Abderramán III, que de filósofo tenía poco pero era poderoso, y eso compensa ocasionalmente, la experiencia del poder si no se la tuerce hacia la vesania, suele dar un toque de conocimiento reflexivo que puede engañar incluso a él mismo, contestó a alguien que le preguntó por la felicidad algo así como "he vivido sesenta años, he gobernado cuarenta, tengo hijos, esposas, reinos y riquezas y si cuento los días en que he sido feliz me salen cinco, y aún así, no del todo feliz, no enteramente." Mejor no preguntarle, se dice, y se echa a reír.

Este hombre que escribe por impulso, se sabe pero poco aprendido, no pasaría el examen ni con aprobado. Este hombre se mueve entre palabras y de todas se queda con el se, que a eso viene este escrito que ha empezado con el "oírse o pensarse". Un poeta escribió que vivía en los pronombres, el hombre de que hablo, vive en el reflexivo; habita en él con la suavidad propia del inquilino miedoso de que alguien le eche a la calle, que de ir allí perdería el saberse y dejaría de ser, o serse, ser para si mismo, volver al propio interior del que salen las cosas, los pensamientos, las palabras, las emociones.

El reflexivo es un refugio; antes no lo sabía. ¿Quien puede imaginar, joven y esforzado, cuando el coraje prende en el ánimo y parece que todo está por alcanzar, que algún día tendría que volver a mirar el interior de sí y el trasfondo más íntimo de sus palabras y de sus pensamientos. La verdad es que ya no piensa en lo demás, en el otro; no imagina un mundo habitado por otros, indispensables para poder reconocerse. No, ahora, por razones que tal vez si vengan al caso y habrá que sacar a la luz en estas líneas, mira a su alrededor y todo lo que es querido está lejos, no por la distancia ni por el abandono o porque el otro, los otros, se hayan desencariñado de él, sino porque las vidas se desgajan y esos otros que tan junto han estado de la entraña amorosa, del cariño, se deslizan alejándose como llevados por un carrusel que nunca, ya nunca, habrá de detenerse.

¿Cuando y como lo supo? Eso se sabe, dirá si alguien le pregunta, como por el ensalmo de abrir un día los ojos y descubrir que el "se" a pasado a primer plano, porque el yo se ha deshabitado. No es repentino, pero basta que deje de sonar el teléfono con asiduidad y que deje él mismo de llamar con la misma asiduidad y así descubra que los que están lejos lo están por el azar de la vida, que es arrolladora y aunque promete respetar lo entrañable (el cariño) lo amortigua hasta que deja de ser la soledad. Se ha refugiado en los recuerdos, pero los rechaza y sale de ellos, airado, exclamando que el recuerdo no es y ya no tiene efecto.

Una noche, aciaga, en la habitación de un clínica, donde ella dormitaba los calmantes y en el despertar sufría hasta volver de nuevo a alejarse, la oyó gemir desde muy lejos y se acercó para verle la cara a la poca luz del piloto en la cabecera. Profundamente dormida, gemía con un hilo de voz, y le caían de los ojos cerrados unas lágrimas cortas, fruto tal vez de la sugestiuón o del sueño, eso se dijo él para aliviarse. Descubrió, en ese momento, no antes ni después, en ese instante en que el sufrimiento era por sí mismo una presencia que no se reflejaba en el cuerpo de ella, sedado, con dolor, sino que era un sufrimiento del sueño, de la espeluznante pesadilla de quien lucha por vivir y teme, pues descubrió entonces su tremenda impotencia. Hasta entonces, siempre había tenido para ella, en su poder, una palabra de consuelo, una caricia, creyendo que ello representaba algo en el camino de la curación, pero en la madrugada que relato supo que no tenía ningún poder y que el consuelo era una bolsa vacía de papel ligero, que se rompe al llenarse de aire con una simple palmada. No tenía poder para sacarla de allí, de la cama del hospital, para curarla. Mejor guardar sielncio:así pues, tanto querer para poder tan poco. Se vió, aislado, sentado en el sillón junto a la cama; se vió desde fuera y era él, una figura solitaria, escuchando un gemido que quedaba en la distancia. Comprendió que nunca podría ponerse en el lugar de aquel sufrimiento y accedió al aislamiento. Cada uno es quien es encerrado en si mismo.

Este hombre, años atrás, bajaba las escaleras de la comisaria de policia de la Vía layetana de Barcelona. La noche antes, en una manifestación absurda un 11 de septiembre, su hijo adolescente, a la sazón creyéndose radicalmente cargado de razón, fué detenido y llevado al calabozo por enfrentarse a la policia. "Policia asesina" gritaban arrojándolas piedras y pilas gastadas de los walkman en los que escuchaban su música preferida, en ese proceso de despegue que es el aislamiento de la adolescencia. Leyó los hechos al día siguiente en la prensa: estos gamberros, se dijo, pero sonó el teléfono y pusieron en su conocimiento que le habían cogido luchando a pedrada limpia con la policia. Fué al aeropuerto, subió a un avión y se plantó en la comisaria, pidió verlo, le dijeron que no. Cómo convenció a aquellos policias, para que incumpliendo su deber le pasaran al muchacho asustado, un papelito con una simple nota: "Estamos contigo, éstate tranquilo", es algo que se debió a la buena fe de aquellos guardias de la comisaria. La verdad es que nadie había conseguido ver a los detenidos. El chico recibió la nota y la guarda aún, probablemente es parte de su equipaje, del impalpable. Le dejaron quedarse en la escalera "ahora saldrá y podrá verlo, van a llevarlos al Palacio de Justicia, pero no inete hablarle ni se tocarle" y se quedó allí, en un rincón del rellano. Bajaron en columna de a dos, los detenidos, con unos guardias delante y otros detrás; el muchacho pasó junto a él y se llenó la cara de reconocimiento: iba esposado a un tipo grande que llevaba en su camiseta blanca unas manchas como de sangre. El chico giraba la cabeza para que sus miradas siguieran unidas hasta que tropezó y tuvo que volver la vista al frente. Entonces pensó que probablemente le veía por vez primera en la vida, adolescente apenas, delgado, menudo de cuerpo, alto para su edad, esposado a otro detenido que llevaba manchas de sangre en la camiseta blanca, ajeno, lejano. Mientras bajaba la escalera y al subir a la furgoneta del transporte, en su camiseta blanca y sucia, destacaba la mano negra del conjunto de ese nombre, que había pintado el chico, haciendo pinitos de diseño. También ahí descubrió la realidad del ser, aislado de los otros, tan necesarios y tan necesitados, sabiendo que un hombre es solo lo que es, menos de lo que cree, menos de los que piensa, menos de lo que desearía. . Se refugió en el "se" volviendo en el avión, ya por la noche. Quiso saberse, entender porque uno es tan limitado e impotente o por el contrario, ¿porque llega uno a ceerse realmente todopoderoso?

Un día, en la vida, queda uno consigo, no solo, que es otra cosa, sino consigo y empieza a adornar los silencios con miradas. Alguna noche, se despierta a deshoras y alarga la mano para tocar la cadera suave de su amiga y para escuchar la respiración leve, como su ser, del perrillo que busca espacios confortables en el dormitorio, de debajo de la cama a un sofá y de este a la alfombra y luego entre los dos haciéndose sitio y vuelta a empezar. Mientras le llega el sueño, de vuelta, piensa en si: se piensa. Cuando era niño, al cerrar los ojos recitaba una oración que le habían enseñado: "oh, señor, dales el descanso eterno y haz que brille para ellos la luz perpetua. amén" Luego, mantenía los párpados apretados con convicción y pensaba "voy a soñar en indios y vaqueros":; lo empezaba a hacer con el pensamiento, que es como se empieza a soñar. Luego le llegaba el sueño y la nada. Ahora le llega el suyo reconfortado pensándose, viéndose, que de tanto pensarse se ha compuesto una imagen. Ahí está arrebujado, y se piensa así, ahí mismo arrebujado. Con el borde delicado del pensamiento, roza la felicidad y sabe que Abderramán era un pobre infeliz.

6 comentarios:

  1. "Estamos contigo, éstate tranquilo": Eso es lo máximo que podemos ofrecernos, Luis. Magnífico gesto.

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  2. Y sin embargo, y es a lo que me refiero, no es nada. Es el descubrimiento de la impotencia en las relaciones humanas ¿no?

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  3. Siempre se es absolutamente impotente ante el sufrimiento de los demás, si los 'demás' son los hijos creo que la impotencia resulta mucho más trágica, por la carga de responsabilidad, amor y biología que comporta nuestra relación con ellos.

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  4. Julia, y porque igual que ellos acaban descubriendo que no son inmortales, nosotros acabamos descubriendo que no podemos sacar a los que queremos de cualquier apuro.

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  5. Lúcido (y conmovedor, y magnífico) texto, Luis. Lo he leído varias veces.

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  6. Gracias, Jesús. Sabía que lo leerías con atención, especialmente tú. Recuerdo tu primavera del año pasado, en tu blog.

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