jueves, mayo 03, 2007

El tiovivo en el bosque y sus criaturas

¿Quien habita en el bosque? No puedo decir a ciencia cierta que solamente los corzos, jabalíes y zorros que he visto o entrevisto durante mis paseos. Tampoco deberé contar algunas personas con las que me he cruzado, conocidas o no, pero todas dispuestos al saludo cordial o a cambiar unas palabras de conocimiento o de lo contrario. (Un dios menor del que ya he hablado y Goyerri, yo mismo, ocasionalmente Ana o algunos amigos que en días festivos vienen a vernos y después de comer a media tarde, me acompañan a dar un paseo. Les llevó a los lugares en que se rodó una película que se llevó un Oscar y les digo que "tenemos un Oscar en este pueblo"; ellos se ríen. En el prado, todos se asombran y reconocen el lugar, pero no aciertan con la localización y les explicó. Los fantasmas de la película ya se han ido, llevándose la casa y las trincheras. En el prado, desierto, aparecen a veces unos leñadores en sus tractores altos y allí, llevadas a rastras por cadenas llegan los troncos cortados, se almacenan durante "la corta" hasta que llegan los camiones que los habrán de llevar a el aserradero.

Pero está claro que este bosque es algo más que el bosque en sí, el espacio de fisicidad que me rodea cuando decido retirarme a él. La soledad la busco, no me asalta, y el lugar me cobija. Es cosa de entenderlo así, no se trata de esa soledad que se confunde con el aburrimiento, sino con un desasistimiento de los demás, de los otros, para encontrar en el propio estar, un asidero a la realidad. Hay veces en que se está, en plena consciencia; se está con pleno conocimiento; se renuncia sin embargo a ser y basta con estar y verse, o saberse, pero sin ser en la claridad de lo que es la vida común cuando alertas, permanecemos al cabo de todo lo que sucede. Entre una y otra manera de ser o estar recorremos el mundo o el mundo nos recorre. Somos sus transeúntes sabedores del quehacer y el donde ir, o pro el contrario dejamos que nos ampare una vacuidad en que nos escondemos, una campana aislante: en esa circunstancia somos el centro del mundo y la realidad nos deja de lado, pasando y siendo como es, pero olvidándonos. No nos llama a ella, respeta el aislamiento. Y así estamos.

hacía una pregunta en el inicio de este artículo: ¿quien habita en el bosque? Como en todo conviene saber lo que se pregunta y lo que puede ser la respuesta: ya sabemos que corzos, jabalíes, zorros, etc. Un etcétera corto, porque las criaturas que puedan deambular por aquí se ocultan las unas de las otras: son una sociedad de otros desasistidos de su compañía; antes miedosos que confiados. Así no se puede vivir en sociedad, sin un cuerpo de costumbres morales y unas leyes comunes al servicio de todos ¿no es esa la ciudad que define Cicerón?, pero el bosque es un planeta aparte en el que no rige otra ley que la silenciosa extensión de sus senderos y la rumorosa presencia de torrentes y aguadas.

Pero en el otro bosque, aquel en que no somos sino que estamos, igual que un árbol de entre miles o una roca de entre millares, habitan seres casi fantasmas que se presentan sin vergüenza alguna, diría que con descaro, para acompañarnos en nuestro paseo. Cuando se produce, por causa del paseo, su desocultamiento y de repente camina uno de ellos, o varios, a nuestro paso y ritmo, revoloteando alrededor o metidos en la cabeza, triscan, hablan, se manifiestan, discursean, gimen, lloran, ríen, se alejan o vienen a nuestro brazos incluso. No hay forma de no reconocerlos, yo no puedo evitar con su presencia mi inmediata conjunción con ellos: el reconocimiento. Son los fantasmas de cada uno, sus pensamientos, la evocación de otra realidad que se vivió, o se percibió, o se imaginó: son los otros del tiempo que fue, del presente pasado. Son la vida de uno, o la imaginación que proporciona la vida que podría ser.

Pasear el sendero transfigura las sombras y en una repentina y milagrosa inversión de la materia, los recuerdos, hechos del mismo tejido con que se hacen los sueños, se apoderan del lugar. Diríase que, con la familiaridad con que se manifiestan, viven allí cuando en realidad viven en la neuronas que viajan por nuestro cerebro: chispazos invisibles que transportan quimeras. Un día, expliqué hace algún tiempo, pasé por el Puerto de barcelona, por el Moll de la Fusta para ser exactos, mientras entraba en el bosque yendo con Goyerri hacia la Fuente de la Botella. Hace unos días era mi padre quien de nuevo, en una atormentada relación de amor y contrariedad, volvía a repetirme su fe en mí futuro desdeñado por mi. Hay hechos e imágenes que quedan para siempre en lo que llamaré el "imaginario sentimental" de cada uno. En mi caso, lo reconozco, hay demasiadas cosas.

Desdeño la nostalgia cuando tengo que soportarla y niego la melancolía del abandono del ayer. Nadie queda desnudo ante la vida, salvo si ha conseguido despojarse de la memoria. Creo en ocasiones que sería eso deseable, a voluntad. Escribí un relato sobre eso que me gusta mucho; de vez en cuando lo releo. Soy el único lector de mis criaturas fantasmales, tan pequeño es el mundo al que aspiro. Recuerdos y fantasmas no son hechos aunque lo fueran ayer. A mi me basta subir al bosque para rencontrarlos cuando accedo a la soledad de que he hablado, al momento en que todo lo que es fluye fuera de mi, no ajeno, pero fuera. Puedo sentir que soy la columna central de un tiovivo, inmóvil, quieta, sin girar, sostén de la cubierta de la que penden las barquillas con formas diversas. La otra mañana, en Segovia, en el Paseo porticado que conduce desde el aparcamiento al Acueducto, danzaban festivamente dos tiovivos que eran réplica casi exacta de los de mi infancia: coches espectaculares, naves espaciales de último modelo (esto no estaba en mi época), un trasantlántico de tres chimeneas, animales prehistóricos; toda una colección de ensoñaciones en las que montan los niños para dar vueltas y vueltas a una columna de espejos, y con tantas vueltas construir otra realidad más sugerente. Siempre odié la lenta parada del tiovivo, el retorno a la realidad, la visión de nuevo de la figura de mis padres esperando a pié de plataforma a que bajara yo. ¿Te ha gustado? solían preguntar. Y contestaba que si, claro que me había gustado.

Ese paseo por el tiovivo, ahora lo comprendo, se instaló en la infancia para que pudiera ser recuperado al cabo de los años, en el bosque habitado por los fantasmas de la irrealidad que fue real. Ahora puedo comprenderlo.

3 comentarios:

  1. Un día tuve una discusión, pacífica, con un compañero, sobre si se escribe para uno mismo, para que nos lean, para que nos conozcan y valoren. Supongo que depende del momento y de los objetivos, diversos y variables, de cada cual.

    No es extraño que los bosques estén llenos de mitología y de interpretaciones diversas, hay un bosque amigo y protector y otro, peligroso y difícil, donde acechan los peligros y los fantasmas...

    Cuidado con los lugares 'cinematogràficos', se está generando un turismo peliculero curioso, alguien que estuvo en China no hace mucho me explicaba que muchas visitas son a 'lugares donde se rodó...'. Aquí, en Catalunya, la gente va los domingos a ver el pueblo de la novela de la sobremesa, cosas así.

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  2. Sobre los tiovivos, extraña metáfora también, algo inquietante. En un cuento de Rodari unas monas van dando vueltas y creen que han visto todo el mundo. En el fondo, aunque sea un tiovivo de dimensiones cósmicas, la tierra también va dando vueltas.

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  3. Julia: Mi vida como reflexión es lo que escribo en El Bosque. Dedico el tiempo a esto, y a leer, pasear o trabajar en el taller piezas de madera que nunca acabo del todo.

    Escribo como pasión, desde niño. No lo hago para publicar. En esto de escribir hay una cierta desesperación necesaria.

    No se para que escribirán los demás, pero si se para que lo hago yo.

    Aquí se rodó El Laberinto del Fauno hace unos tres años. Lo descubrí por casualidad: http://enelbosque.blogspot.com/2006/03/el-bosque-oracular.html

    El tiovivo es una metáfora que podría parecerse a la de la caverna de Platón. Remeda una vuelta al mundo en la propia fantasía del niño, yo los tengo en la imaginación desde niño.

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