domingo, mayo 13, 2007

El Guadarrama y una muerte anunciada

Releo a Ortega como se lee de nuevo a alguien a quien creyendo conocerle, debes aceptar al fin que no tienes de él más que una idea superficial. Haberme sentado a leer con dieciocho años, hace cuarenta y cinco años "Meditaciones del Quijote" y después, pocos años después "España Invertebrada" y "La rebelión de las masas" nunca me ha dado el suficientemente conocimiento como para haber sido consciente de quien era el pensador e incluso de quien era el filósofo. Hay lecturas que nunca son completas porque no llegan a tiempo, que es el del interés por el asunto. Así de la primera lectura saqué como consecuencia la necesidad de leer, de ver, de conocer: Baroja, Azorín, Flaubert, Goethe, Cervantes. Poco más salvo recordar aquel "yo soy yo y mi circunstancia" que como tantos conceptos importantes -por ejemplo el carpe diem horaciano- han sido tomados de otra manera, alejados de sus autores y convertidos en envoltorio cultural de la ignorancia.

Ha sucedido que en varias ocasiones se me ha dicho que en lo que yo escribo se percibe un rastro de Ortega, una sutil presencia en el lenguaje, o en la forma, o en el paisaje que narro y en los modelos que tomo para la reflexión. Este decir acerca de lo que escribo me ha llevado a hacerme con las Obras completas, seis tomos que son solamente lo publicado y quedan otros seis de aquello que quedó en el cajón, acabado o no, de quien murió prematuramente y dijo mucho acerca de casi todo y poco acerca de otras cuestiones que eran imperativas en cuanto a expresar opinión. La cosa quedó al fin en el proyecto trunco de un futuro, cancelando una vida encerrada ya en si misma de principio a fin para la Enciclopedia.

Evocar en algunas de mis líneas a Ortega es motivo de orgullo, como lo es que en su momento una redacción infantil, de trece años era yo cuando la escribí, influenciada por el estilo de Azorín en La Ruta de don Quijote o Pueblo, me costara un castigo colegial al recluirme en clase después de la hora de salida por no confesar lo inconfesable: que había copiado una redacción que por demasiado bien escrita era impropia de un niño de tercero de bachiller. Impropia era de quien así la juzgó, pero confieso que para solventar un castigo que empezaba a pesar tras dos semanas de perder la libertad de salir a media tarde de mi encierro escolar, confesé haberme dejado influir por Azorín hasta el extremo de haber "copiado" su estilo. Con sonrisa de superioridad se me levantó el castigo: esa fue mi infantil experiencia con el estalinismo de mis mayores, que años más tarde encontraría en un ejemplar de la biblioteca de mi padre, El cero y el infinito de Koestler, convertido ya en la horrenda tragedia del siglo XX.

He salido pues a la busca de Ortega como si se tratara de buscarme a mi en él; todos podemos encontrarnos en otros, o en el otro si aceptamos de la necesidad de su existencia. Antes que reconocernos, autistas en el espejo, deberíamos buscar nuestros rasgos de identidad en los renglones leídos o en la pintura vista o la música escuchada. retornar al otro para dar consigo mismo es el viaje apasionante de quien sigue deconstruyendo su vida para borrar lo superfluo, lo dado, lo impuesto en el pensamiento: los cien mil mandamiento de una ley acumulada.

Ortega amaba el Guadarrama y lo tenía por entorno vital. Y aquí estoy yo, en pleno bosque de esta sierra, convertido en encarnadura de mi ser, diría que absorbido por mi naturaleza hasta ser parte del ser que soy. Si durante mis últimos veinte años he tratado de ordenar mi pensamiento en una dirección creativa, formar mi identidad a partir de mi proyecto vital, ha sido en este bosque del Guadarrama, en la esquina que forma esta sierra con la del Malagón, donde ha empezado a asomar, como las diminutas orquídeas de las cimas de este lugar, de azules desvaídos y lilas brillantes, trazos de comprensión que van formando un cuerpo sólido. Un hombre, creo yo, se encuentra a si mismo en el destierro, aunque sea auto impuesto, o en el exilio, aún cuando este sea casual. Un hombre se encuentra a sí mismo cuando roza la soledad y teme que lo banal le embargue y ahogue. Cabe saber que es lo banal, pero allá cada uno con su descubrimiento.

Leo el prólogo de Meditaciones del Quijote y guardo silencio. Lo guardo porque en esas pocas páginas que empiezan apelando al Lector, escritas en julio de 1914, Ortega descubre un entramado de paisaje y pensamiento que le llevan incluso a escribir de un ensayo que no va a escribir - Ensayo sobre las limitaciones - y establece su afirmación sobre la circunstancia (¡Circum stantia!) y se instala en mi paisaje al que he llegado tras de él, siguiendo su huella sin saberlo. Yo no se si Ortega es un gran filósofo pero si sé que es un pensador formidable poseedor de una cultura casi ilimitada y, muy importante, de un conocimiento de la naturaleza de la cultura que relativiza lo magnífico. Cito "la cultura nos proporciona objetos ya purificados que alguna vez fueron vida espontánea e inmediata, y hoy, gracias a la labor reflexiva, parecen libres del espacio y del tiempo, de la corrupción y del capricho". O "¿cuando nos abriremos a la convicción de que el ser definitivo del mundo no es materia ni es alma, no es cosa alguna determinada, sino una perspectiva". Uno tiene que encontrar en los libros claros de bosque, fuentes cristalinas, lugares en los que pararse a pensar y a saciar la sed: de no ser así, ¿para qué armarse con un libro si no hay batalla y tregua en su lectura?. "Cuanto es hoy reconocido como verdad... nació un día en la entraña espiritual de un individuo". Alguien, suficiente en sí, podría decir que esto es sabido, pero es labor de la deconstrucción, la más importante, que lo sabido se haga presente y apele a ti para que caigas en cuenta de su existencia que, por sabida y larvada, no tenía el menor interés. El viejo sendero retoma la invitación y te adentras en él.

Pero debo llegar al final de esta reflexión tocando del presente lo trágico, que es lo moral. El bosque encantado del Guadarrama, la luz de Velázquez, la magia del celaje incomparable sobre El Escorial, no van a poder esconder una realidad del hoy y de su insuperable villanía. Alguien va a morir, o tal vez no, pero existe la posibilidad de que en un atentado terrorista, un día de estos, por causa de un terrorista que se achacará a la falta de previsión de un gobierno de turno, alguien puede saltar por los aires en un aparcamiento, estación, calle, edificio público, ¿quien sabe donde? Alguien puede morir porque el error puede existir, ya lo sabemos, si no fuera así un atentado sería solamente una molestia, no siendo inocente sino simplemente, siendo una persona normal dedicada a su quehacer y a su circunstancia. No hay belleza que disimule esta realidad. Estamos en vísperas de que alguien muera y eso es el terrorismo: la amenaza. Así que Ortega paso a Camus y recuerdo su teatro sobre los nihilistas rusos, Los Justos".

Transcribo un diálogo.

Dora: Yanek está conforme en matar al gran duque, ya que su muerte puede anticipar el día en que los niños rusos no se mueran de hambre. Eso no es fácil. Pero la muerte de los sobrinos del gran duque no impedirá que ningún niño ruso
se muera de hambre. Hasta en la destrucción hay un orden, hay límites.

Stepan: No hay límites. La verdad es que vosotros no creéis en la revolución. Vosotros no creéis. Si creyerais totalmente, completamente en ella, si estuvierais seguros de que con nuestros sacrificios y nuestras victorias llegaremos a construir una Rusia liberada del despotismo, una tierra de libertad que acabará por cubrir el mundo entero, si no dudarais de que entonces el hombre, liberado de sus amos y de sus prejuicios alzará al cielo la cara de sus verdaderos dioses, ¿que pesaría de la muerte de dos niños? Admitiríais que os asisten todos los derechos, todos, ¿me oís? Y si esta muerte os detiene es porque no teneis seguridad de estar en vuestro derecho. No creéis en la revolución.

Es así como el terror irrumpe en la placidez del bosque y cumple su función de asustarnos. Que no da miedo pensar...

11 comentarios:

  1. Debo aclarar que la relectura de Meditación del Quijote se produce a partir de una afirmación de Gregorio Luri en una conferencia pronunciada en Madrid. En ella decía que había encontrado una referencia a los "límites" en Ortega, pero que solo se iniciaba... Me picó la curiosidad y allí me fuí.

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  2. Hola:
    me he dado un paseo por tu blog y me ha parecdio muy interesante. Sobre Ortega hay mucho que decir, seguramente.
    ¿Has leído su "En torno a Galileo"? Es magnífico.
    En general (aunque, no precisamente en esta obrita de conferencias que menciono) encontré que se mostró algo ingénuo en alguna de sus meditaciones. No soy una entendida; digamos que accedí a Ortega y a sus cosas a raíz de estudiar algo sobre la Relatividad de Einstein. Es un filósofo que me gusta mucho, por su actividad profundizadora y la naturalidad expresiva con las que dotó a sus obras. No cabe duda de que fue un filósofo con ideas muy reveladoras.
    Bien, paso a saludarte y a darte las gracias por caminar por el bosque y poner a volar lo que se te ocurre.
    Volveré.
    Saludos desde la Enterprise.

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  3. Estoy de acuerdo contigo Hipatia de ..., en que Ortega parece probablemente ingenuo, de la misma manera que creo que un hombre de la actualidad como fué, no entró en algunos temas de su tiempo. Pero en general releerlo es un placer, por su prosa, por su pensamiento y por la vastedad de cuanto trata.

    Gracias por tu visita. Iré a la Entreprise en cualquier momento, pronto.

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  4. La razón, la apertura al otro, el desprendimiento de lo que ha sido depositado en uno antes que aprendido por uno. La duda, la duda como territorio fundamental para existir.

    Compte Sponville advierte que no debe ser la ingenuidad confundida con la estupidez (está claro) y que es una virtud de infancia o de naturaleza, que no podría excusar, sin embargo, la falta de madurez, de cultura o de buena educación.

    Ser ingenuo puede, pienso, confundirse con el hecho de soirprenderse, que es otra cosa, ante lo exterior. Yo reivindico esa capacidad de la sorpresa. Tal vez te refieras a ella también.

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  5. Yo me llevo a la vez mal y bien con Ortega. Mal porque siempre me parece que acaba ofreciendo menos de lo que promete, bien porque lo que promete es magnífico. En cierta manera te pega una buena sacudida, te lleva hasta el corazón de un problema y te abandona allí. Después alguien me enseñó a buscar al auténtico Ortega donde menos se espera, por ejemplo en su "Idea del teatro" o en su -para mí- obra maestra: "Prólogo" a "Veinte años de caza mayor" del Conde de Yebes.

    Intentó construir un lenguaje filosófico con el castellano y aunque sólo fuera por eso, merecería todos nuestros respetos.

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  6. Luri, por alguna razón que todavía se me escapa, imagino a Ortega como una reencarnación de Cicerón: gran cultura, inteligencia, curiosidad, capacidad y una especie de divulgador-pensador de la filosofía de su tiempo.

    Eso me facilita una simpatía hacia él, porque hago extensiva la que tengo hacia el romano.

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  7. Habrá que releerlo... Cuando estudiaba, una profesora a quien llamaban, en broma, la 'superser', recuerdo que siempre decía de forma contundente que Ortega era 'lo más parecido a un filósofo que habíamos tenido', quizá de forma algo negativa para con los pensadores peninsulares.

    Recuerdo cuando al periódico El País se le moteaba como 'el boletín orteguiano del estado'.

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  8. Ortega tiene amenidad y profundidad de pensamiento. Además es filósofo, porque se acercó a la filosofía y aportó planteamientos filosóficos vinculados con su tiempo. Se podría decir que era "existencialista". España ha dado pensadores, pero no filósofos "totales" por decirlo de alguna manera. Pero insisto que en Ortega, la amenidad y la cultura que evidencia, su capacidad para construir mundos a partir de un paisaje, de una pintura o de una novela, lo convierten en lectura agradable, nada comparable a lo difícil que resulta a los profanos, yo por ejemplo, leer a Gustavo Bueno.

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  9. Uno de los primeros libros que leí, adolescente, y discutí con mis amigos fue el de "Estudios sobre el amor". Ortega era mi pensador, porque era ameno y me parecía inquietante. Ahora con cuarenta años más, es un escritor al que me agradaría releer. Pero tengo miedo me pase como a otros que me han decepcionado.

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  10. Generalmente, Petrusdom, el grave problema de la relectura es descubrir que con el tiempo cambia la percepción. Ortega resiste, con amenidad y conoicimiento. Por lo menos no me defrauda.

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