miércoles, abril 11, 2007

Una buena amistad





Después de días seguidos de nieve, lluvia, nubes atormentadas, grises plomizos, vientos a ráfagas violentas y frío, esta tarde, después de comer, insospechadamente, ha salido el sol y ha devuelto al prado y al bosque la sonrisa.

Estaba de pie, yo, parado en el salón tras el la puerta cristalera que da al jardín y en mi horizonte, 680 metros por encima de mi cabeza la cumbre de Cabeza Líjar mostraba entre las heridas abiertas de los pinos la nieve caída como manchas blancas, salteadas. Al darles el sol han fúlgido y así han permanecido toda la tarde, recibiendo la luz que se alejaba de la ladera hacia el oeste. El sol, cuando nos abandona, corre hacia el Atlántico en una línea que puedo adivinar desde mi casa siguiendo solamente la línea de la sierra de Malagón, que hace de contrafuerte a la de Guadarrama. Yo vivo donde ambas se juntan.

Parado junto a los cristales tratando tratando de decidir el sentido de la tarde inmediata. Aunque existe en mi vida una organización, diríamos básica, privilegio del que dispone del tiempo es alterar el orden, me asalta en ocasiones la tentación de romperla. Me propuse hace tiempo dedicar todas las tardes, este todas es un vago decir bastantes, a leer a los clásicos una hora y filosofía dos. Lo cumplo a medias, porque en ocasiones decido hacer otras cosas y por la noche, antes de irme a dormir nunca antes de las 3,00 de la madrugada, recupero el tiempo de lectura, navego por Internet o me pierdo en el blog. Así que la revisión de tareas de cada tarde se convierte en un hábito en el que además de las propuestas como de rigor se debe añadir la conveniencia de pasar la máquina por el jardín, semillar que ya es tarde, acabar unos proyectos en madera en el taller y limpiar el jardín japonés que lleno de hojarasca es todo lo contrario a su intención y naturaleza. Puesto que la hierba esta mojada no pasaré la máquina, para semillar debo esperar al sol que seque algo la tierra y en cuanto al jardín japonés, sencillamente no me apetece.

Leeré a los clásicos, me digo, y una frase me viene a la cabeza que surge, es indudable de mis últimas lecturas: iré al inicio; todo empieza en Grecia, y continuamente, en este presente que malvivimos (no se porque la aplicación del plural, pero es así como lo pienso, alejados del inicio por la distancia del tiempo y por la del olvido, deberíamos ir de nuevo allí y tratar de empezar de nuevo. Claro está que hablo de las ideas, de la abstracción de las ideas ahora, justamente.

Cuando subo la escalera y me siento en la mesa, mi mano va a uno de los libros que siempre está allí, por lo simple que resulta abrirlo y leer unas líneas, que siempre son reconfortantes: se trata de La Ética de Spinoza. Las proposiciones son textos cortos que enuncian principios de ética cuya lectura resulta asombrosa. Uno puede, a partir de cada proposición para iniciar su propia fiesta pensando. Es el libro que siempre pongo en la maleta cuando viajo acompañado de un ejemplar del I Ching, traducido por Richard Wilhelm y prologado por C.G.Jung. Son para mi Oriente y Occidente, los dos polos de un anhelo que no alcanzo a coger pero que si percibo. Libros son para lectura al azar que convienen para cegar el horror vacui que algunas habitaciones de hotel iguales a las otras en otros muchos sitios, y algunas soledades que vienen con el ocaso del día, producen. Los dos libros están sobre mi mesa y si desde la cubierta de uno me observa la cara juvenil del holandés, desde el otro los caracteres chinos que amparan la expresión Libro de las Mutaciones, en oro sobre fondo negro, me acompañan.

Hace algunos años estaba en el despacho de un notario en Alicante y observé que en el centro de la mesa, entre revistas profesionales, destacaba un ejemplar de Las Confesiones de San Agustín. Bromeando le pregunté si estaba allí por alguna razón especial, si tenía un valor ejemplar que debía influir en los que allí firmaban y me contesto escuetamente: me hace compañía. Era una mañana de sol que entraba a raudales por los dos balcones de la sala. En torno a la mesa estábamos sentados seis personas atentos a la firma de una escritura de compra venta; el notario pareció que iba a dedicarse de nuevo a la lectura del documento, pero levantó la cabeza y me miró: ¿Conoce usted Las Confesiones? Si, le contesté. ¿Y que le parece? Me impresionó mucho.¿Es usted creyente? me preguntó directa e indiscretamente en lo que era un rasgo de excesiva confianza. No. Asintió con la cabeza: Claro, parecía hablar para sí, pero incluso sin ser creyente debe impresionar mucho. Me miró directamente a los ojos. ¿Sabe? Yo le debo mucho a este libro. Es mi compañero y amigo. Le dije que eso me sucedía a mi con Spinoza, con el que iba a charlar de vez en cuando cuando la ociosidad momentánea me empujaba a su encuentro. Lo conocía y apreciaba, pero sin la intimidad de San Agustín. Usted, me dijo, es hombre de razón, yo también, pero mediatizada por la fe. Por eso es usted amigo de Spinoza y yo de San Agustín. Yo nunca había pensado en Spinoza en términos de amistad, pero me vino a la mente en una panorámica mi relación con otros autores y vi, que ciertamente, me unía a Spinoza una intimidad diferente. Se lo dije. Seguimos hablando unos minutos tal vez mientras los demás guardaban un silencioso respetuoso, probablemente también un poco asombrado. Ana me confesó luego que la situación le había divertido al ver como los otros tres, los vendedores, callaban y aguardaban pacientemente escuchándonos. Tras de la firma, al despedirnos, con el apretón de manos, le dije: es usted un hombre culto, y él me respondió: No, culto es usted, yo lo que soy es erudito. Él sabría porque lo decía.


Pienso que es cierto que en este viaje de azar que es vivir, en el que pocas elecciones caben que sean realmente trascendentes, conviene tener amigos de profunda intimidad, aquellos ante los que la sinceridad se manifiesta con todo el vértigo que ella ocasiona: unos amigos son reales, de carne y hueso; los otros son reales, de papel e ideas. Compañeros del viaje que se unieron a nosotros en un momento del camino, nos proponen fidelidad eterna y conviene esforzarse en no defraudarles. Abro al azar él libro de Spinoza y leo la Proposición XLIV de la Parte Segunda: "No es propio de la razón considerar las cosas como contingentes sino como necesarias" y de nuevo el asombro ante el judío errante al que su propia comunidad expulsó de la fe. Como por juego abro ahora al azar el I Ching y leo sobre el signo 52, El Aquietamiento: ...El comienzo es el tiempo en que se cometen pocas faltas. Uno se encuentra todavía en en concordancia con el estado de cosas original.


Una buena, larga y permanente amistad nunca defrauda.



14 comentarios:

  1. Magnífico post. Luis. ¡Cómo me costó a mi entrar en la Ética de Spinoza! Vencí poco a poco las resistencias con la ayuda de J. M. Bermudo.

    ¡Te querrás creer que hoy muchos de los licenciados en filosofía no se han peleado con este libro!

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  2. Buenos libros le acompaña a usted,
    de sabia elección.
    Que bueno es siempre leerle.
    Disculpe mi atrevimiento. Faltan posts, donde están?
    Yo si releeo

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  3. Anónimo: querido amigo, no creo que falten posts. Tal vez suceda que estoy cambiando las etiquetas y he suprimido algunas para rehacer un orden más racional, o más simple.

    Gracias por ese halago que me llega mucho.

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  4. Luri:
    Yo sigo peleándome, pero tengo algo a mi favor: lo tarde que empecé y el hecho de no ser licenciado.
    Mi sistema, es lo mismo con Heidegger, por ejemplo, es leer lo que no entiendo hasta cinco veces. Al día siguiente lo intento otra vez y si sigo en que no, sigo y dejo que lo que no he entendido se abra, se mueste. Suele hacerlo, como una luz y por ella avanzo a tientas. No llego hasta el fondo, pero el claroscuro me basta.

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  5. A mí me ha recordado a Schelegel, como heredero de Herder, que después de elogiar la figura de Spinoza, está en la base del Romanticismo, manifiesta que no se puede ser poeta sin valorar a este filósofo; y al hilo de esta reflexión se hace un elogio de Oriente diciendo que “en Oriente debemos buscar lo más altamente romántic”, ya que allí es donde hay una poesía y una mitología más originarias".
    Evidentemente, para escribir este post, ser culto es una condición necesaria, pero en ningún caso suficiente.
    Un abrazo.

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  6. Careiro: no conozco a Schelegel.
    Gracias por tu comentario que es excesivamente halagador.

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  7. Sabía que un amigo te puede regalar un buen libro, no se me había ocurrido pensar que un libro puede regalarte un buen amigo.

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  8. Pues siempre se aprende algo, Ana. Cómo me gusta verte por aquí.

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  9. Spinoza, siempre actual. No conozco, por desgracia, el otro libro que mencionas.

    Un hermoso texto, felicidades y feliz fin de semana de primavera.

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  10. Julia: el otro libro es un conjunto de textos que forman un sistema de consulta oracular chino.
    No se trata de un simple sistema de adivinación tipo tarot, sino de un elaborado sistema de preparación de la consulta y determinación del vehículo de respuesta, una serie de textos le brinden a quien lo consulta una reflexión acerca de su pregunta.
    Se trata de un sistema oracular a la manera de Delfos, y remarco esto frente a lo que hoy en día se llama adivinanción, que no tiene ningún elemento de introspección y reflexión. "El oráculo debe ser interpretado" y esa interpretación solamente puede hacerse desde el problema.
    Los textos son de una belleza y profundiodad estremecedoras. De ahí el interés que por el manifestaron muchos intelectuales europeos a principios del siglo XX: como escribo, Jung hace un prólo interpretativo que es muy útil para la comprensión.
    Yo no lo consulto, lo leo de vez en cuando al azar.
    Mi fin de semana será bueno, con niebla y lluvia. Gracias y te deseo lo mismo.

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  11. Algo parecido me pasa con Montaigne y sus Ensayos (Edición d Mª Dolores Picazo y Almudena Montojo), al releerlo muchas veces me lleva a Lucrecio, San Agustín, Cicerón,...amigos a quién consultar y recordar.
    Hoy he descubierto otro buen amigo en tu blog.

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  12. Encantado de conocerle, petrusdom, y de tenerle de visita en estas notas.

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