lunes, abril 09, 2007

Los nuevos dioses

El paisaje se agota, deja de ser asombroso y es ya familiar, se ha convertido en hogar lo que fue refugio y eso lleva a considerar la pérdida de ciertos sentimientos a los que lo magnífico construyó: fuentes del alma parecían los tonos ocres del otoño o los inmensos azules del cielo de la mesetas, sobre la sierra. La comunión de sol y nublo preñado de grises que conjugan el aire de Velázquez, el que al llegar aquí venía con uno en la retina. ¿Durante cuantos días fue todo estío motivo de asombro y júbilo? ¿Y que decir del silencio rumoroso del bosque, le la espléndida fluidez sonora de Aguas Vertientes, cuyo nombre apenas esconde la magia de miles de decenas de regatos y arroyos que insospechadamente aparecen cuando ayer no estaban? Lo pinos del bosque frondoso se alzaban a cuarenta metros y se podía entrever por entre ellos al corzo y al jabalí, y al zorro. Permanece en si mismo y el caminante que habita el bosque lo sabe y lo vive, pero ya no lo ve con aquella admiración casi religiosa que que saltaba de él, no era el pensar, no había en ello reflexión, sino admiración de la belleza rodeante.

Pero, la belleza, esa es probablemente su tragedia, se oculta al tiempo con la familiaridad de la compañía. No se oculta a la manera de desaparecer, de dejar de estar presente cuando ya no se percibe, sino que estado ahí y habiéndonos elevado a su esencia de belleza admirable, nos resulta ahora familiar. Circulamos por ella sabiéndola, pero perdido el asombro queda el hábito del que cada día saca el polvo a Las Meninas de Velázquez y para volver a percibirlo en su maravillosa esencialidad debe parase a pensar y hacer uso de la voluntad de ver de nuevo el prodigio. Diríase que el prodigio se ha cansado de presentarse de tanto saberlo, pero está ahí y es, no cabe duda. Tal vez, piensa el hombre del bosque, es que ha llegado a habitar entre los dioses.

Porque debe suponerse que los dioses no se asombran de la magnificencia en la que habitan ni de la dignidad y esplendor que son sus atributos y son aquello que realmente los hace dioses. Los dioses, recluidos en su espacio ajeno al de los hombres, pueden naturalmente no cuidarse de estos y en su magnificencia haber olvidado lo que son y para que lo son. Los dioses, pues hablamos de ellos con toda la intención de comprenderlos, han alcanzado el desapego de todo lo mortal y viven en el aburrimiento de ser dioses. ¿De que van a admirarse? ¿Que hazaña o lugar les habrán de conmover de tal manera, que volverán a ver como si fueran, simplemente mortales?

Conviene, piensa este hombre del bosque, recobrar la luz en la mirada, abrir la tiniebla que se ha formado a causa del hábito de lo magnífico que el bosque, como paraje de vida. Puede volver a recobrarse el grito de admiración que produce una puesta del sol, cuando el oeste refulge en rojos, carmesíes y violetas, iluminados por detrás, como si de un decorado se tratara; puede volver a escuchar el silencio del bosque sintiendo que él mismo es parte de ese latido que suena, no para la encarnadura que late y por la que circula la sangre, sino para el alma entendiendo como tal a esa parte inexplicable que es el mundo del pensamiento y la emoción.

Le bastará al dios jugar a lo sencillo, a la rutina de mirar al mundo real - ¿es que no es real este apartamiento en el bosque? - donde suceden las cosas de las que se tiene noticia por charlas, telediarios, periódicos y revistas. Es cierto que decidió hace tiempo, desatender a todo lo que fuera realidad del gobierno de los hombres y también volcarse en el espacio privado, abierto a todos ciertamente, pero poco transitado, del ocultamiento en el bosque. Dejó de estar en el pensamiento de los demás y poco a poco las llamadas telefónicas escasearon hasta quedar reducidas a las de los más cercanos y dejó de recibir también invitaciones a actos sociales: cenas, celebraciones. Pensaron muchos que habiéndose ido tan lejos le resultaría de todo punto imposible bajar de la montaña para una simple cena entre amigos, y le hicieron favor: nunca supo si habría sido capaz de rehusar. En las pocas ocasiones en que se encontraban con alguien del mundo anterior, plantado en la tierra, hecho el mismo de tierra de bosque y de pinaza, no comprendían lo que les contaba y se preguntaban por el significado de aquel aislamiento que sugerían sus palabras, pues hablaba de cosas que no entendían. Siempre había sido extraño, debían pensar, pero ahora... Es así, de esta manera natural, como los hombres se apartan de los hombres y se convierten en dioses: gracias a la soledad impuesta.

La realidad que tanto le angustia, no está lejos, probablemente hay un trozo de ella en cada habitante ocasional del bosque: ya se sabe, los de finales de semana, los de Pascua, los de verano. Puede asomarse a ellos para palpar el tejido de lo humano y reconocer en él su propio tejido. Aún sin interesarle las razones de su permanente hostilidad y descontento y la eterna enemiga por el otro que siempre les acompaña, comprende entonces que para recuperar la belleza latente, oculta en el paisaje, es menester volver a la tierra de los hombres para desde sus miserias descubrir lo magnífico. Comprende también que los nuevos dioses extrañan los placeres de los humanos pues ellos son la fuente de su nueva dignidad: el asombro, el temblor ante lo insólito, la emoción desbordada ante lo bello y el sentido pequeño de la condición humana. Habrán de retornar a ello para recuperar la mirada.

4 comentarios:

  1. ¿No es curioso que anteponiendo la particula privativa "a-" a Dios la palabra resultante sea una despedida?

    Lo escribo y me lo apunto inmediatamente, para mis aforismos futuros.

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  2. Tines razón aunque inmediatamente me surge la razón, a su vez, la otra razón. Será cosa del inconsciente, digo que yo, que el viejo saludo "vaya usted con dios" o tal vez aquel "a quien Dios guarde" se convierta en a-Dios, me marcho, me voy, te dejo.

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  3. El estatus de dioses presenta esta problemática, en general, conseguir coses deseadas, por maravillosas que sean, las relativiza y hay que volver al antiguo estatus, más humilde, para recuperar ilusiones i deseos.

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  4. Es exacto, Julia. Conviene sobre todo saber tomar el camino de retorno. A veces se olvida la senda de bajada y se sigue ascendiendo. Qué le vamos a hacer?

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