viernes, abril 27, 2007

La ciudad de Dios, la tumba de la memoria.

Detrás de toda construcción destinada a perdurar permanece en la discreción de lo oculto, toda intención de una persona, todo el deseo de una voluntad de poder. Escribo a perdurar, y añadiré, a subrayar la presencia del autor y a manifestar su reflejo en la obra, como si esta fuera la otra cara del espejo en que se muestra él a sí, en el diálogo íntimo del hombre y su sombre, del hombre y su reflejo, del hombre y su soledad.

Solamente el poder construye edificios con vocación de perdurar; solamente el poder es capaz de imaginarse en el tiempo de su inexistencia apelando a eso que dio en llamarse "gloria" y que hoy sería con suerte la maltratada memoria, al cabo de algún tiempo refugiada en los libros. El sueño del poder es ajeno a aquellos que lo padecen porque están presentes con él, en el mismo tiempo en que acontecen las cosas que lo representan, ajeno a su propiedad y a su disfrute salvo que podamos contar dentro de este la mirada lejana.

El edificio es la tumba siempre presente de la memoria de quien lo imaginó para sí, ni siquiera aquel que lo dibujó o quienes con diligencia ordenaron el levantamiento de la fábrica. hablo de El Escorial, otra vez, de la piedra enclavada en el llano sobre el que reposa la montaña cuya cima cercana sostiene un cielo de pureza infinita. Basta alzar los ojos para pasar en la mirada, de la piedra emergente, sólida sobre la tierra, nacida de ella se diría, que esa es la transformación de paisaje, instalar en él como de siempre lo que han levantado las manos de los hombres, al cielo azul y a las nubes blancas, dos colores limpios, únicos, de poco matiz salvo cuando llega el ocaso y enrojece el oeste la pared de granito que sobre el llano hacia el sur se extiende como una flecha de voluntad.

Detrás de tal fundación hay una idea y también una excusa para justificarla. San Lorenzo no cuenta más que poco, poco o nada, un simple pretexto para denominar el gasto. Incluso a si mismo, el soberano, debe tamizar la voluntad de poder con la apelación a la devoción religiosa. San Quintín fue la única batalla a la que asistió Felipe II, joven, sin convicción alguna, alejado por todo de veleidades guerreas, sin ningún interés en la pelea. En este rasgo, coincidía con aquel princeps que fue Octaviano y al que al poco bautizaría el Senado como Augusto: tampoco él gustaba de la guerra como ocupación personal. Los gobernantes, en el más puro sentido de la acción de gobierno, es decir, guiar, timonear, mandar al fin, para hacerlo bien según su saber y entender necesitan dejar la guerra a los guerreros y estar ellos con la inteligencia en el gobierno. No son héroes, ni lo quieren ser: construyen estados.

Felipe fue un hombre nuevo, en su tiempo, entre los hombres que le rodeaban y frente al modelo que evidenciaba su padre Carlos, que en todo fue un hombre viejo de pasiones renacentistas, monarca en litera y a caballo recorriendo sus guerras y dominios, triunfal emperador en las jornadas de Bolonia, al que Tiziano pintaría de manera maravillosa, levitando el corcel, hierático él, sobre los campos de Mulberg, cabalgando hacia el olvido que es el futuro, primero en la tumba de Yuste, medio cuerpo bajo el altar, el otro medio ofrecido a los pies del oficiante, finalmente en el panteón de reyes del Monasterio. Cuando quiso volver a la política, desengañado del retiro extremeño, le recordó Felipe que el poder no era un juguete que pudiera cambiar de manos a placer y capricho.

Le hicieron un hombre nuevo desde que era niño hasta convertirlo en un joven que lee, que disfruta de la vida y que mira y ve y al que todos tratan desde la misma niñez como se trata al Señor Natural, título que se daba en Castilla al rey. De una niñez en la que nunca se le permitió olvidar quien era y a que estaba destinado, de una juventud de obediencia al rey su padre, obediencia filial en todos los sentidos que le llevó a desposar a una María Tudor de poca presencia, avejentada, enamorada del buen mozo y a la vez histérica capaz de inventar preñeces para retener al varón. Él había dejado a un amor verdadero con el que a su retorno no volvería más. De niño, por razón de una disputa, su amigo de juegos el Príncipe de Éboli le alzó la voz y la mano y el rey Carlos no lo dudó: había que ejecutar su muerte. La corte consiguió cambiar el veredicto, pero Felipe caería en la cuenta de lo que realmente representaba para él ser intocable. Ni un solo gesto a él dirigido podía quedar sin consecuencias.

Los hombres nuevos tratan de construir, en el entorno que les toca, el mundo nuevo, como gesto y símbolo, que es el destino que le toca representar a toda construcción. Frente a la corte itinerante, de castillo en castillo, se inventa una ciudad al pié de una sierra, una vez más el cielo azul, limpido, recortando la línea del horizonte que separa el norte del sur. Frente al Alcázar de Madrid en el que mostrar el poder de su realeza a la corte y a los embajadores obligados a asentar su presencia en lugar fijo ya, política residenciada por vez primera, levanta el edificio solitario, de piedra, cuadrado, encerrado en la muralla de sus muros graníticos, defendido por las cuatro torres esquinadas, abierto al exterior por las hileras de ventanas por las que puede entrar el aire limpio, la luz, la realidad calma en la que se puede pensar y decidir.

No me atreveré a decir que en el edificio de El Escorial la fe religiosa y y el gesto de humildad ante Dios no existan, eso sería absurdo: basta ver el lugar para comprender que es hijo de una concepción mística, de pureza de fe. Dios está ahí, pero ¿que Dios? El edificio es la ciudad de la fe de San Agustín, la nueva Jerusalén, el nuevo Templo de Salomón, la fortaleza inexpugnable de un pensamiento que sintetiza en todo la idea que tiene el monarca del monarca cristiano y de su monarquía. Mira hacia Jerusalén en las estatuas de los reyes sabios de Israel y hacia Atenas en la biblioteca frontal al patio en que aquellos se muestran, de la misma manera que reune el conocimiento del turco en múltiples libros con abundantes ejemplares del Corán. La Basílica en el centro parece protegida por los palacios, el convento y la biblioteca, que en puridad de traza la rodean. Apiñados los órdenes humanos en torno a la Basílica, se diría que la protegen, la guarda. El mismo rey dispone su dormitorio junto al altar mayor, mano a mano con Dios y Jesucristo.

Me atrevo a afirmar que en el edificio habita una lectura de la psicología del rey Felipe. Los hombres que creen en Dios cree cada uno en un Dios que difiere del de los demás, de la intimidad de uno mismo no puede proceder la misma imagen y persona que del resto de gentes. En su intimidad de niño intocable hasta en su intimidad de monarca maduro y soberano prácticamente inaccesible, ha de surgir un Dios aprisionado en los muros de la ciudad de la Dios, donde habitan los hombres. El dueño del edificio es Felipe, Dios el huésped. Conviven los dos entre los limpios muros que han convertido un paisaje irrelevante en un símbolo de la majestad y de la dignidad: atributos en los que cabe preguntarse si corresponden a la divinidad o a la majestad soberana del poder terrenal. Me inclino a pensar que es lo segundo.

Voluntad de poder, he escrito al principio de este artículo. Ciertamente. Un hombre, su lugar, su contacto con Dios, su majestad soberbia; solamente un hombre así puede dibujar la traza de una tumba para albergar su cuerpo, pequeña y oscura al fondo de una cripta, y otra bien diferente, grande y espléndida, suma de cuanta perfección geométrica se pueda soñar, devolviendo la forma a la tierra, levantando un mundo, para albergar su memoria.

11 comentarios:

  1. ¡El poder! ¡Menuda palabra! ¿Qué significa? ¿Autoridad o fuerza? ¿O ambas cosas? Carl Schmitt define al soberano como aquel que puede decretar el estado de excepción. En este sentido el soberano es el auto-crator. Pero la verosimilitud del poder, sea cual sea su consistencia, se gana en su representación.

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  2. Creo que hoy no podemos hacernos una idea de lo que representaba la condición real para estos personajes, con toda su grandeza, pero también con todas sus limitaciones y servidumbres. Hace poco leí una especie de reivindicación de Carlos II, el Hechizado, incluso desde sus limitaciones físicas y psíquicas parece que era consciente de su papel histórico, de su responsabilidad. Hoy todo ha cambiado mucho y las lecturas postmodernas del tema suelen quedar lejos, muy lejos, de la realidad histórica.

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  3. Luri: Quin Shi Huang Ti, que fué el primer emperador de China, más o menos el 400 AC, afirmaba que el poder lo tenía aquel que podía poner el nombre a las cosas. Y además, creo que tienes razón en tu última frase sobre todo, con representación.

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  4. JUlia, hombres educados desde el primer al último día para mostrar, representar, evidenciar su tamaño por encima de todos los demás, su íntima comunión con Dios, su Dios, visto desde otra perspetiva que el resto. Hombres creados a imagen y semejanza de Dios. De esto hablaré en otro post, pronto.

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  5. Estimado Luis:

    Quiero agradecer este "post". Usted ha enfocado un tema que es clave y da pie para pensarlo en muchos niveles: el de cómo el poder busca encarnarse mas alla del cuerpo del poderoso, mas alla de la escala humana.

    Desde luego que la vida de la corte es más que generosa en ejemplos sobre esta expansión del poder real. Pero en el caso de los palacios esta impresión es más fuerte porque estos ya no son diseñados únicamente para que el poderoso viva en ellos sino también para que les sobrevivan a su deceso. En un sentido estricto son tumbas. Pero a su vez, ya no lo son.

    Usted menciono que a pesar que Felipe II fuera más que piadoso, en el Escorial Dios era el huesped. Añadiría, tomando su referencia a la gloria que padecen los contemporaneos al poderoso, que son los vivos además los huespedes del poderoso fallecido. A la inversa, de aquellos ritos donde el jefe del clan se lleva consigo a sus mas queridos sin que estos protesten. Del mismo modo, en el caso desarrollado el rey parece permanecer de alguna manera en el mundo de los vivos, en esa tumba que aún puede seguir siendo palacio, tanto para quienes le sucedan viviendo en esta, como para quienes recorreran sus salones siglos después.

    En ese sentido, su post además me retrotrajo al libro de Simone de Beauvoir "Todos los hombres son mortales" donde un inmortal italiano, Raymond Fosca, le corresponde ser preceptor y educador de Carlos V (o Carlos I). Desde una mirada que ya empieza a agotarse tras cientos de años de vida, el inmortal es el que va a padecer el ascenso y caida de ese sueño de poder. Por cierto, en la novela de De Beauvoir, el rey Carlos V aparece (y no se si esto es riguroso) como un personaje melancolico incluso abrumado por el peso del poder que va siendo desgastado ante el fracaso de la empresa en el Nuevo Mundo y la expansión de la reforma protestante.

    Mas allá del rigor histórico de la novela, me parece interesante destacar en ésta algo que es complementario con lo que usted ha descrito en el post: Pareciera que
    aquella "Gloria" que puede encarnarse o "sostenerse" felizmente en El Escorial como edificio, monumento, monasterio palacio y tumba; resulta sencillamente insoportable a escala humana. Tanto Carlos V, como el inmortal Fosca terminan en aquel episodio, sobrepasados respectivamente por estas formas de "La Gloria": El Imperio del siglo XVI y La Inmortalidad. Ambas parecen haber caido sobre ellos como una maldición. Según la novela de De Beauvoir, el primero cuenta con el perdón de Dios y la fé para sanar las heridas de tal experiencia. El segundo, no.

    Fascinante tema. Fascinante Post como siempre.

    Saludos desde Lima

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  6. Pierrot: apunta a algo en su comentario que me motiva el pensar. No creo que los vivos soean los huéspedes del poderoso, pero si los rehenes. En el monumento se sublima, ante la posteridad, toda la circunstancia de la historia: pretende, en su majestad, ser la síntesis del pensamiento único que el tiempo nos proyecta desde el pasado. Y en esa intención, captura a todos los vivos y los convierte en rehenes, olvidando que las criaturas, la inmensa mayoría de ellas, ni supieron ni vieron el monumento.

    Y en cuanto a Carlos, si pasó momentos de melancolía, y depresiones profundas, a caballo de sus derrotas, del cansancio, de la situación económica, de la ruina, de la llega del oro, de la herejía en la cuna de su poder y la guerra consecuente, de la bancarrota, de la constante puesta em juicio de su poder, de su persona imperial... Yo diría que no se puede vivir así, que uno ha de caer en la depresión o el infarto. El mismo se jubiló y se retiró a Yuste a llorar sus duelo. Cuando quiso volver no le dejó su hijo.

    ¿Cómo no ser melancólico? El poso de los avatares de la vida le convierten en ello y en ella muerre.

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  7. Por cierto, Pierrot. NO me importa dejar el "usted" y pasar a un respetuoso y cordial "tú" si eso le place.

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  8. He disfrutado mucho su escrito pero querría hacerle una observación.

    Encontramos en Felipe II una característica muy latina: es el rey católico de cara a la galería, pero es un enamorado de las ciencias ocultas en su esfera más íntima.

    El Escorial fue construido en un lugar conocido en los círculos herméticos como La Puerta del Infierno... observe tambiébn la extraña planta del edificio, su decoración, orientación, etc...

    Un saludo!

    Renton

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  9. Estimado Luis:

    Pues entonces el retrato que hace Simone de Beauvoir de Carlos I es más que adecuado. (Como no sabía mucho del tema lo habia dejado en puntos suspensivos) He recordado que el libro "Todos los hombres son mortales" me lo prestó un profesor español en el colegio donde estudié en Lima.

    Y estoy de acuerdo con tu observación de que en efecto, los vivos que rodean al poderoso son más rehenes que huespedes, incluso cuando le sobreviven.

    Saludos desde Lima y gracias por su visita

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  10. Gregorio Luri:
    El poder? le diré qué es el poder...

    La capacidad de pasar de Potencia a Acto.

    Sólo los poderosos pueden seguir este proceso.

    Renton

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  11. Habrá alguien que pueda definir realmente que es el poder ?
    Estoy embobada con su blog .
    Nuevamente gracias .

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