sábado, abril 07, 2007

El arte como inmaterial



La palabra arte es en sí una abstracción. Se trata sin lugar de dudas de un valor añadido inmaterial que se introduce en la obra en uno de dos momentos, o en los dos, cada cual en su tiempo. Cuando el autor produce la obra y esta, terminada, se muestra dispuesta a desvelarse al espectador. Cuando el espectador la ve y siente el desvelarse como un rito de corporeidad, como un hacerse presente para él.


Conviene no hablar de arte con cualquiera si uno quiere preservar la cordura, porque cualquiera, ante la obra producida puede hablar de arte sin sentir, puede hablar de arte sin comprender. En ese caso, a la abstracción que es la palabra arte, habría que añadirle la vacuidad esencial que es capaz de producir quien la pronuncia. Porque una palabra solo és cuando se comprende al pronunciarla y la intención coincide con el vocablo elegido.


El arte, así lo pienso yo, es un bien escaso. En la medida en que es un valor añadido que se hace presente durante la contemplación y se manifiesta como arte, no como ejecución o gama de color o forma, sino como arte, es realmente un bien escaso que se reconoce, al manifestarse, como una emoción. No es escaso porque hayan pocos autores que traten de introducirlo en la obra, cosa que nunca sabrán si lo hacen; o porque haya pocos entre el público preparados para reconocerlo. es escaso porque depende de dos elementos simples que debe albergar quien contempla la obra: un conocimiento de la su capacidad para reconocer y una sensibilidad abierta al acto de amor que debe producirse entre la obra y el espectador.

La obra vive, ante el observador, una transformación al revelarse y ser reconocido en ella ese inmaterial al que llamamos arte por la cual se desvanece como obra, y en toda su fisicidad se instala un alma, por decirlo así, que el arte. Ya no puede tratarse de la misma manera que a otra obra, ya no merece las mismas palabras sobre la ejecución o la inspiración; en un instante ha cruzado un espacio impalpable y se ha convertido en obra de arte, única, de la misma manera que una persona, al ser amada, queda aislada del resto y es solamente una.

Yo me siento a contemplar el cuadro como lo hago ante la puesta de sol o como un mirón contempla el paso grácil de una muchacha y adivina en su silueta el cuerpo rotundo que le hace soñar: perezoso y cobarde, procuro que la obra me diga lo necesario para que yo, mi yo, sueñe el sueño de la obra. No es fácil. La pereza tiene sus razones: evita la tensión de la mirada, la ansiedad por reconocer. La cobardía es lamentable, lo se, y tiene que ver con la necesidad de saber si el punto de vista que adopte como espectador, acabará coincidiendo con el de los otros espectadores. El miedo a la soledad del juicio es el miedo al error.

Por momentos, ante la obra, creo descubrir la llamada reveladora que me hará aceptar la manifestación de aquella, su hacerse presente, su enfrentamiento conmigo de tú a tú, de esencia a esencia, y de inmediato se desvanece la esperanza; no ha llegado a convocar la sorpresa y de inmediato, lo que cabría esperar, el asombro. Ante el arte no cabe sino el asombro, y luego la emoción. Pero debo reconocer que sin asombro sé que la otra no va a aparecer y me aconsejo a mi mismo seguir mi camino.

Como en tantas cosas, el arte nos pone en un aprieto, porque nos obliga a la sinceridad. Nunca a la sinceridad con los demás que está descartada sino a la sinceridad con nosotros mismos. Sentir ante la obra, aceptar la visión del mundo que nos ofrece como una revelación, que nos abre la puerta de su esencia interior, es algo que deja rastro. A la percepción del arte que emana de la obra le contestamos nosotros con el reconocimiento y eso es algo que deja rastro, si. También lo deja el pasar con indiferencia ante la obra que otros muchos admiran. De esa tal vez solo cabe admirar la perfección en la ejecución, la agudeza expresiva o el fuerte impulso trágico que provoca, pero al fin no concita el desvelarse la carga emoción que necesitamos para reconocer el arte.

"Arte es todo" oigo decir y me opongo. Arte es casi poco, o casi nada. Todo lo demás, magnífico seguramente, adornando por perfección, inspiración, expresividad, es ejecución merecedora del aplauso; se trata del logro de un trabajo continuado y esforzado que no consigue , al hacerse presente ante el observador, desaparecer como obra y emerger como arte.

Es el problema de los inmateriales: reconocerlos.

2 comentarios:

  1. Freud hablaba de la "inquietante extrañeza" para definir la situación del espectador ante la obra de arte. Durante un tiempo pensé que era una fórmula que no decía nada. Ahora en ese no decir exactamente nada de la fórmula encuentro su verdad.

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  2. Inquietante extrañeza... No conocía esa descripción del momento. Creo que es bastante exacto.

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