lunes, marzo 12, 2007

Siete Picos

El otro día, al volver a casa desde El Escorial, bajo la desapacible tormenta de viento y ligera llovizna, eran poco antes de las dos de la tarde, sonaba en la radio del coche la Novena de Mahler. Ir en coche, con la música sonando, equivale a vivir con banda musical incorporado, lo más cercano a ser el personaje de una secuencia de cine y emocionarse con ello. Yo oía ese oleaje de notas en las que el compositor suprime los silencios, esa onda continua que fluye como la emoción, sin pausas que la dramaticen. Esa música expulsa al silencio de la partitura y antecede a la música del cine.


Un paisaje entrevisto bajo la lluvia, entre los grises ambientales que nos dicen del frío de afuera, es un paisaje del que el hombre huye aunque se acerque a su destino. Todo cuanto pasa por las ventanillas laterales o todo cuanto se mueve a impulsos de las curvas de la carretera por el parabrisas delantera, es huidizo, escenario imposible si no se produce la intención de parar el coche y descender de él, y así, fijándolo en la mirada, el espectador puede sentirlo suyo hasta que, despreocupándose, vuelve a subir al coche y lo abandona.


Las montañas desconocidas, de perfiles salvajes, son el lugar del que la imaginación produce el sueño, o es a la inversa. Hay cumbres que nunca se han de pisar, ni interesa el hacerlo, para guardarlas vírgenes para las intenciones personales. Siete Picos, que es como su nombre indica una cumbre de perfil horizontal en la que destacan siete protuberancias o picos, unos más picos que otros, como si se tratara de una pequeña sierra de carpintero de las viejas, tensada con cuerdas que ligan los dos mástiles separados. En una ocasión empecé a escribir para mi hija la historia de los Timids, una gentecilla que vivía en su cumbre y laderas y en los bosques que trepan hasta media altura. Recuerdo que uno de ellos se había empeñado en contar cuantas estrellas veía en las magníficas noches serranas, más magníficas aún y en el empeño, tras muchos años de intentar llegar a un fin imposible, perdía la vista. A mi hija Ariadna la puso triste. La historia de los Timids quedó inacabada, pero no he subido nunca a la cumbre, ascensión nada difícil por cierto. Me quedo a medio camino, en el puerto que coronaba el Marqués de Santillana y desde el que según fuera o volviera veía el llano de Segovia o el llano de Madrid. Ese Siete Picos es para mi desconocido, no lo es sin embargo el habitado por los Timids, de los cuales, si me pongo a ello, puedo recrear cabañas y senderos, y un apacible quehacer.


Mi contemplación del paisaje montañoso la vinculo siempre a una mirada germánica que se manifiesta en Goethe o en Holderlin, y que ultimamente he encontrado en El Camino de Campo de Martin Heidegger. La lectura del filósofo me reta duramente y en ocasiones me desazona descubrir que soy tan limitado como para no entender, aunque insisto. Pero no este Camino de Campo, que es de apacible singularidad y su música (leído en traducción) me resulta de sonido propio, de mi sonido interior, el que he aprehendido a lo largo de mi vida. Creo que las lecturas que más nos emocionan son aquellas para los que nos hemos ido preparando a base de desbrozar, como caminos, otras lecturas y muchas experiencias. Toda la belleza que recogemos tiene que ver con la verdad, que intuimos nuestra, que sabemos corrijo, nuestra, porque ha ido penetrando con otros conocimientos y se ha ido guardando presta a salir, compuesta sinfonía de palabra, imagen y sonido. La belleza es la verdad que se nos revela. Escribe Heidegger "lo sencillo encierra el enigma de lo que permanece y es grande. Entra de improviso en el hombre y requiere una larga maduración. En lo imperceptible de lo que es siempre lo mismo oculta su bendición." Claro, me digo, claro, así es...


Debería acudir en socorro del timid que perdió la vista tratando de medir la inmensidad del número de estrellas. Subiría a la cumbre llevando del remedio milagroso que devolvería a los ojos de la criatura condenada por mi, de manera irresponsable, a la ceguera; cuando menos me sentaría a su lado y le susurraría al oído la verdad que a él, en su inocencia, nunca se le alcanzó: no hay número, no hay cuenta posible, ni mirada capaz, nunca sabremos cuantas son ni que son muchas de ellas, ni siquiera si son ahora mismo, cuando los años luz se las llevan a velocidad inalcanzable.


Mientras el coche empieza a ascender el puerto descubro que lo árboreo en las cumbres más altas, está nevado a causa de la que ha caído durante la noche. Esas pinceladas de nieve sobre el verde desvaído ofrecen al paisaje una belleza que yo poseo y le ofrezco, que el paisaje en si no puede darme nada sino su placidez a que yo le vea y le comprenda. Es lo sencillo, me digo, lo que está ahí y permanece. Holderlin escribe en Retorno al Pais, a los míos:


Pues las cimas plateadas brillan con calmo destello
y la nieve deslumbrante se llena de rosas.


Mientras volvía a casa en el coche y Siete Picos desfilaba junto a mi, sonaba la Novena de Mahler, y bailaban en mi cabeza las palabras escasas de un poema que escribí hace años:


"meteorología es
incertidumbre
del estado de ser
que languidece"
Que suerte, me digo, que esté sonando esta sinfonía.

4 comentarios:

  1. Heidegger, como seguramente sabes, se refugiaba con frecuencia en su “cabaña” de Todtnauberg, cerca de Friburgo. Tenía inscrito a la entrada un aforismo de Heráclito, que creo que en cierta forma resume toda su filosofía: "Todo lo gobierna el rayo". Heráclito utiliza en un verbo con un claro sentido náutico, que podríamos traducir también por "timonear": "Todo lo timonea el rayo".
    Pero hay que estar con los ojos abiertos para cuando aparece a iluminar la oscuridad.

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  2. He de reconocer que no había reparado en leer en serio a Heidegger (si conocía su anecdotario, su relación con la Arendt y había leido conferencias suyas y tenía sin leer la biografía de Safranski, sin duda porque me parecía inevitable acercarme a él. Otro motivo y sijn duda importante es la relación con Ortega, aunque en una nota necrológica sobre Ortega diga el maestro alemán que desconoce su obra y que lo recuerda solamente de dos ocasiones, de las que destaca la caballerosidad y el enorme (escribe así) sombrero de Ortega
    Hasta frecuentar El Café de Ocatano decidí arrancar dejando de calentar motores. Yo creo que siempre unas cosas llevan a otras. Ahora, en el bosque descubro una prosa que me encanta pese a la oscuridad en que se mueve. Inicio pues otro aprendizaje, o el mismo, pero por otro sendero.
    Ciertamente, podríamos coincidir en que todo lo timonea el rayo.

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  3. Creo que lo que Heidegger se propone en sus ultimas obras es conseguir un lenguaje que no se imponga a la realidad de la misma manera que la técnica se impone a la naturaleza, dominándola, apropiándola y transformándola en utilidad. En este su lenguaje está luchando en cierta forma contra el lenguaje. Quienes lo leen en el alemán que él utiliza dicen que usa muchos conceptos propios de la lengua corriente. De ser así las traducciones lo destrozan.
    Es difícil leer a Heidegger (estoy de acuerdo contigo)porque seguimos pidiéndole al lenguaje que nos describa la realidad.
    ¿Y si los textos de Heidegger fueran algo así como una invitación a aprender a hablar de las cosas pastoreándolas ("el hombre es el pastor del ser")en lugar de dominarlas?

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  4. Probablemente lo que dices sea lo mismo que me parece percibir cuando encunetro una enorme poética en el lenguaje, paralela a la realidad. pero un plano distinto. Me sucede leer y leer sin conseguir entrar y sin embargo estar cautivo de la magia de las palabras, y después, al cabo de un tiempo, entrever la luz, consigo percibir una versión, a modo de realidad que se me hace inteligible.

    Es algo similar a lo que, con una descarnadura tremenda, escribe el último Beckett, capaz de prescindir en el idioma de todo lo accesorio, que es mucho para escribir frases del tipo de "Todo lo que antecede al olvido. Demasiado a la vez es demasiado".

    En cuanto el lenguaje se aparta de la descripción de la realidad, minuciopsa e inteligible al instante, surge la poesía y lo oracular.

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