viernes, marzo 09, 2007

Los 1.000

Hice mención hace unos días a mi voluntad de reducir mi biblioteca a 1.000 libros. No es un capricho. Tampoco se trata de un esfuerzo masoquista o de la expiación de un pecado auto impuesta. Ninguna de esas actitudes habita en mi. Se trata antes bien de una intención intencionada, es decir de algo que trataré de hacer queriendo hacerlo: por razón.

A lo largo de la vida, me parece, vamos acumulando residuos queridos a nuestro alrededor; se trata de nuestra particular mitomanía de la que cuesta desprenderse. Es material en la medida en que se trata de cosas físicas cuyo interés radica en su relación con nosotros, e inmaterial cuando se trata de ideas convertidas en principios y de principios convertidos en dogmas. Contra esta última acumulación he estado disponiendo hace algunos años de una intención deconstructora (la palabra la uso en un sentido propio que nada tiene que ver con el filósofo francés Derrida) cuya finalidad ha sido sacar del trastero toda la acumulación de ideas dadas y enteramente asimiladas en el proceso de construcción de la personalidad del individuo y hacer espacio; al fin lo que se busca es la libertad posible para encontrar al yo que se desea tras largos años de haber sido un yo sedimental.

Por esta razón, porque considero que se llega al principio de un camino de construcción o remodelación cuyo tránsito va a ser saludable, y doy por cercano el fin deconstructivo (ahora solamente restará el mantenimiento) he cambiado ayer el subtitular de este blog, desde el anterior "deconstruir, desaprender, desolvidar" por el nuevo de "los caminos de la deconstrucción" y que son los que se abren a partir del momento en que considero que he terminado la primera fase: creo haber arrumbado principios, inquietudes, angustias y hasta agobios y en el desván de la cabeza queda espacio libre.

Todo esto es tremendamente subjetivo, se me dirá, y no me queda más remedio que aceptarlo. Cuan difícil resulta ser objetivo con uno mismo, cuando no se es objeto sino sujeto (y la frase que no recuerdo de quien es, no es obviamente mía) pero en esta ocupación personal en que se transforma el vivir, no queda sino escoger el juego a partir de las propias convicciones que impone el espejo en que nos reflejamos: la propia conciencia, la visión de uno mismo, la catalogación de lo que está bien y lo que está mal, el bosquejo del proyecto que resta de vida, el quehacer que hay que hacer, antes que la inmovilidad aposentado en el quehacer ya hecho.

Abuso de la estadística cuando acudo a ella y digo que me restan entre 12 y 15 años de vida y que los quiero ocupar en mi proyecto personal: ser lo que siempre creía que quería haber sido. Sucede demasiado a menudo que se piensa que uno es lo que piensa cuando lo cierto es que uno no piensa en lo que es y en este no pensar se va alejando del trazo original. NO me refiero a las cuestiones prácticas de ser médico cuando se quería ser soldado, sino a la capacidad de ser junto a los acontecimientos que nos acompañan o en los que estamos inmersos, queramos o no. Somos hoy, por ejemplo, a la par que Al Qaeda como hace mil años se era parejo a la secta de los assassins, por ejemplo, y de lo que se trata es de mantener en ese ser parejo en el mismo espacio temporal, las convicciones en libertad. Ello obliga a no enjuiciar desde el principio de grupo sino desde la desnudez singular. Conviene volver permanentemente al principio, al origen de cada hecho o acto para no perderse en el patrón establecido, que no es perderse realmente sino encontrar la calma por prescripción exterior.

Conviene pues volver a la deconstrucción, pero esta vez a la parte material de la misma. Es obvio que la parte fundamental de lo que he pensado ha sido a partir de la lectura y de la aprensión de los hechos desde los aluviones que ha dejado en mi tal actividad. He sido un lector voraz, no solamente por desear pensar sino por desear huir, también esto cuenta, de la sordidez del momento en que se vive. Un libro es una puerta de escape y cuando se cierra, al acabarlo, la situación final difiere de la inicial y la angustia ha desaparecido. En los lectores compulsivos, creo, se da una especie de enfermedad como en toda compulsividad, en la que la repetición del hecho conduce al olvido de uno mismo. Conozco a quien lee sin reparar en las frases o en las palabras, quien lee filosofía como quien recita el Corán en una escuela coránica: desgranando palabras como cuentas de rosario.

Me conviene pues desmitificar a los libros de mi entorno y esforzarme por leer por algo más objetivo e intencionado que por el doble esfuerzo de acumular libros para justificar mi cultura y leerlos a medias para justificar el haberlos leído. Sostengo que yo lo he hecho y creo saber que otros muchos también, pero al importarme yo en este detalle nimio que interesa a mi formación, debo recuperar aquellos que es el festín de leer para caer en el festín de ser a través del pensamiento y la acción. Y entiendo que acción es pensar y pensar es actuar, ambos por separado, ambos al unisono.

Así pues, ahora, inicio el proyecto de los 1.000. Debo reducir mi biblioteca en los próximos años, tres a cuatro a lo sumo, hasta un número limitado a 1.000 que es tanto como limitarlo a un espacio de pared asignado previamente. Y así es. En el futuro, no se cuando, me trasladaré desde el bosque a la playa y allí el espacio es menor y compagino esa realidad con la imagen de mi cabeza en la que debo dejar también el espacio ganado. Así pues, descontando los libros de arte, que son otra realidad sobre la que aún no he tomado decisión alguna, deberé reducir mis libros a 1.000 leídos o por leer.

El proyecto no es funcional ni decorativo, sino que es formativo, ya que debo entrar en los libros que tengo, en los autores que conozco de la misma manera que en los autores que desconozco yen los libros que no tengo. Lo que necesito es tiempo para poder construir esa lista y decisión para ser como el cura y el barbero en el Quijote, lo bastante decidido o lo menos compasivo posible. A mi fuego particular deberé condenar a mucha cosa querida de la misma manera que debo traer a mi compañía autores en los que no reparé en su importancia y ahora si me es necesaria: de fuera vendrán que de casa te echarán, dirán muchos de los volúmenes que me acompaña, pero ellos saben que hace ya muchos años que no nos hacemos ni caso.

8 comentarios:

  1. Yo hago periódicamente limpieza y ya no me cuesta ningún esfuerzo desprenderme de libros que sé que nunca más volveré a leer. A algunos les doy una segunda oportunidad. Uno de los últimos que intente amnistiar fue "Ada o el ardor", de Nabokov. En su tiempo me entusiasmó. Ahora no he podido leer veinte páginas. El último condenado ha sido el Cuarteto de Alejandría, al completo. Me niego a poseer libros que solo sirven para acumular polvo.

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  2. El Cuarteto de Alejandría es uno de mis mitos que he leído una sola vez hace unos 30 años. Lo que está muy claro es aquello de lo que hay que desprenderse, pero lo que no está tan claro es aquello con lo que hay que completar. Los 1000 no es solamente un proceso hacia atrás, sino una síntesis entre lo que hay y lo que falta: de ahí que lo considere una proyecto.

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  3. ¿Es desengaño lo que se siente al volver a un libro que nos entusiasmó y al hacerlo sentir que nos repugna? y en ese caso: de qué nos desengañamos? del libro? de nosotros mismos?
    Me he sentido muy interesada por tu proyecto, pues me has hechp fijarme y pensar en algo que no había pensado hasta este momento. Miedo me da hacer lo mismo que tú te has planteado y proyectado, miedo me da quedarme sin apenas libros. Eres muy valiente y muy atrevido, y te lo digo aunque sé que sabes perfectamente lo que haces.

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  4. Roma: es la esperanza lo que se desengaña, porque no encuentras aquel placer inicial. Por eso no vuelvo a leer Tom Sawyer, por ejemplo. Creo que dejamos atrás los libros sin dejarlos, porque interiorizamos lo que nos parece necesario. Lo demás es encuandernación y papel. Yo creo ue mis 1000 serán, antes bien, libros de consulta, arte, filosofía, ensayo y por supuesto no todo. De Sartre, un libro nada más, por ejemplo.
    Valiente no lo soy, pero he aprovechado los años del bosque en lo que llamo deconstrucción. Lo que si soy es diferente a como era como continuación de él, claro.
    Como me gusta verte por aquí.

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  5. Creo que pasamos gran parte de la vida acumulando cosas y otra parte, la casi última, intentado reducir nuestras posesiones al mínimo necesario. Durante mucho tiempo era pecado tirar libros,como lo era tirar el pan, por ejemplo.

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  6. Mitos Julia, basados en la sagrada utilidad de esos objetos.

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  7. Admiro lo que harás, porque yo no tendría valor. Si he quitado algunos pero realmente verlos, tenerlos, tocarlos, saber que me esperan cada día para que los lea eso a mi me da vida.
    Tengo adicción y no me canso pero sé que me falta mucho pero mucho por leer.
    Ojalá formara parte de tu herencia.

    Abrazos libreros

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  8. Claro, Clarice. Nos falta mucho por leer que es faltarnos mucho para entender, saber, pensar. Los libros son mitomanía hasta que dejan de serlo, o hasta que no lo son en conjunto sino uno por uno.

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