lunes, febrero 26, 2007

La fortuna accidental

Llego junto al mar, cuando el invierno ni es ni no es y vuelve a ráfagas para marchar de nuevo con el disimulo de quien no de decide a dejarnos sin él y encuentro aquí una primavera que se anuncia en temperaturas cercanas a los 20º y en aquel sol que dejé en un post que se denominaba "la luz, mi luz". Es ahora la misma sensación de gozo total, de apertura de los poros que son los sentidos del cuerpo y que parecen lanzar al exterior un gemido de placer. Quien no conoce este oro´transparente que cae en la luz que viene de levante y se desparrama por el horizonte que mira al sur, vive otra felicidad, es indudable, pero ni es esta ni es la mía.

Sostengo que tenemos en los genes una determinación a ser de manera que fueron los que establecieron su cabeza de puente en la humanidad como antepasados de cada uno de nosotros. A mi, me gusta pensar, algunos rastros semíticos me siguen circulando por las venas y se alteran cuando lo que veo es el sur, la frontera africana del mediterráneo o la linde norte de este mar; me gustan las mujeres de levante con sus ojos expresivos, de color de miel o de castaña brillante y húmeda, de nariz perfilada y segura de si misma marcando en la cara el lugar y la determinación. Aunque la modernidad no lo aconseje, uno puede prendarse de unos ojos liberados del velo, única libertad, pero total libertad la de la mirada por la cual los hombres de ayer y muchos de hoy preferirían a la mujer con los ojos bajos.

Las escalas de Levante me gustan todas, las conocidas, las ignoradas y las soñadas y a veces sostengo que mi relación personal con Camus es por que él fue hijo de una alicantina sufrida y trabajadora y nacido en Argelia, mirando a la metrópolis, situada al otro lado del mar, en la otra vertiente. Sostengo también que los mediterráneos, única nación que reconozco en mi, hacemos de este mar, a la manera clásica, un lugar universal, único, propio, cuna y sarcófago de vida e ilusiones. Ya conté en otro lugar como una buena amiga francesa me hablaba del privilegio de vivir aquí, de estar diría yo, de haber nacido y de estar, y al tiempo de ser. Nacer aquí, en esta mirada ilimitada al horizonte, y descubrir con el tiempo el bosque de claros encerrados por las lindes arbóreas, nacer en este cálido y luminoso ámbito para conocerse después en la frialdad de las nieves y las brumas, ofrece al individuo dos lugares para ser, dos espejos para reconocerse, dos experiencias para amar la vida: estúpido será el que desaproveche tanta fortuna.

Pero las cosas son infortunadas cuando se trata de la modernidad en que vivimos, pues al llegar aquí, hace cinco días, descubro que el mundo exterior al que accedo por internet está cerrado y por más que lo intenté a riesgo de forzando la manija romper la cerradura, permanece cerrado. Es menester llamar a quien de esto entiende, pero siempre es difícil, hoy, que alguien te crea a la primera. El teléfono aleja a las personas en formalidades y nadie te cree cuando les dices que no puedes cruzar la puerta de la comunicación; debes sostener tu versión, nada has hecho, nada has tocado, sabes de que hablas, para que al fin de varias conversaciones alguien acceda a creerte y rompa el círculo de Kafka en el que, en este presente nos hemos acostumbrado a vivir. El autor checo no llegó a conocer, para su fortuna, los contestadores telefónicos actuales, los "servicios de atención al cliente", que de haberlo hecho el terror de El Castillo o de El Proceso hubiera sido al fin más impactaste.

El infortunio me ha llevado a cinco días de silencio total. mío hacia el otro lado de la puerta, y de ignorancia de lo que más allá pueda suceder. Ni correos, ni mensajes, nada de nada me permite saber si sigo existiendo o si la realidad es que he sido arrojado de ese espacio como en aquel cuento de Cortázar, terrorífico, en que una familia normal, de retorno de un domingo en la playa, al cruzar el túnel, ignoran si tendrán la fortuna de cruzarlo entero y sobrevivir o si por el contrario serán abducidos en su interior por un eni9gmático reequilibrio demográfico. Cuanto terror hemos imaginado

Obligado al ostracismo he ten ido que reacondicionar mi vida y entre las varias lecturas que siempre me acompañan, he abierto un libro que compré hace algunos meses con el ánimo de leerlo cuando llegara el momento, que es un instante temporal que no se puede localizar hasta que siendo presente reclama la acción demorada. Se trata de uno de los libros sobre Sócrates de un autor amigo que regenta El Café de Ocata: Luri. El libro es la "Guía para no entender a Sórates" y en él durante los dos días en que lo he leído, de arriba a abajo, es decir, enteramente, he disfrutado enormemente de una puesta al día de cuanto a mi, que no he estudiado filosofía en las universidades, se me escapa disperso. El mundo del filósofo, los amigos, los enemigos, el proceso, la reflelxión siempre razonada, a menudo irónica, se ha desplegado ante mi para darme una muleta más en mi lectura. Ultimamente y presionado por el conocimiento de los demás, arrosytré acercarme a los diálogos y em embebí en ellos, con mayor o menor fortuna, con mayor o menor necesidad de releer los párrafos. Debo decir que creo que releer es un placer esencial en el proceso de lectura, no solamente al cabo de los años, sino en el mismo momento de la lectura: no hay mayor placer que descubrir que la puerta se abre y entras en el terriotorio que estaba vedado para ti por tu incapacidad de acceder.

Connfieso después de la lectura del libro de Luri que si de entre todos los amigos y discípulos de Sócrates, sentí siempre una especial debilidad por Jenofonte y en otro artículo explicaré el porqué. He dado por imaginar una historia a escribir en la que los dos discípulos, Platón y Jenofonte, ambos hombres de pensamiento, más diletante uno que otro, y de acción, más también el otro que uno, se relacionan a lo largo de sus vidas en una rivalidad lejana, desprovista de trato, cargada de recelos y sobrada de celos.

Pero esta es otra cosa de la que ya hablaré si se tercia. Ahora, vuelto a la vida virtual, cierro la última página del libro de Luri y al último párrafo, que referido a Patocka es sin embargo más universal, totalmente. Dice así: "Repetir el mensaje socrático no es, por lo tanto, un ejercicio de anticuario, sino la manifestación de un compriomiso ético de búsqueda de los fundamentos, de aquello que está desapareciendo bajo nuestros pies".

Por eso será que he decidido hace unos meses empezar de nuevo por el Sócrates de Platón o por el Platón que un día soñó que era Sócrates.

2 comentarios:

  1. Te he echado en falta, Luis. De repente desapareciste de tu busque y tu ausencia me ha hecho descubrir que también en este mundo virtual las rutinas son reconfortantes.

    Un abrazo.

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  2. Tu libro me ha devuelto en cierta manera a la rutina de la que telefónica me echço a cajas destempladas.

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