miércoles, febrero 14, 2007

En el corazón del bosque

Ha llegado al corazón del bosque y nada más le rodea que pinos, tierra y cielo y navega en el aire; sabe quien es y de la identidad que tenía cuando empezó esta serie de reflexiones hasta la que tiene ahora ha habido un adelgazamiento gozoso: ha perdido las adherencias que pasaban por ser su yo, la parte más evidente, hasta quedar en el puro hueso de unas pocas certezas. El proceso de desaprendizaje, si no ha concluido, da poco más de si y el de deconstrucción es ahora un paisaje caracterizado por los restos del derribo, de los que algunos, etiquetados, esperan una oportunidad para el futuro. Los otros no, inservibles, tendrá que recogerlos el dios que se lleva los escombros y habita entre ellos como un miserable, el mismo dios que ha guiado su reflexión a lo largo de 13 meses y de más de 200 artículos metidos en este blog, sabiendo el dios, que todo lo sabe, que al final del trabajo acabará arramblando con todo lo inservible y yéndose.


Así el corazón del bosque es una isla y en ella está, recuperado de tanta sobrecarga y esfuerzo de llevar signos de identidad que no pueden representarle nunca más, ni siquiera acomodarse en conjuntos a los que ya no quiere engrosar con su complicidad. Nacer y morir solos es algo que todos sabemos que sucede y de ello hacemos tragedia y poesía, en los dos sentidos etimológicos de ambas palabras; pero lo que nos venimos negando de por vida, como si se tratara de una maldición, es a reconocer que debemos, pues se trata de un deber, debemos pues vivir solos, aún cuando lo hagamos en compañía. Si no alcanzamos la visión exacta de nuestra soledad, nada trágica sino existencialmente fructífera, nunca recuperaremos la edad de oro de cada uno. Vivir es un camino largo que no precisa, aunque se pretenda lo contrario, de morfinas para el espíritu en la forma de compañía: se puede recorrer como los senderos del bosque o los caminos del prado, a pie y con el cayado en la mano, vagabundos al estilo clásico, caminando entre monstruos, dioses y hombres.


Cuanto dice no excluye al amor, o al afecto, o a la lealtad o fidelidad, o a la necesidad de la compañía de quien camina contigo largo tiempo y ha acomodado el paso al suyo, o ha sido a la inversa y es el tuyo es el que se acomoda. Reconoce, exultante por la soledad, el vértigo de la misma cuando los seres queridos parece que le abandonan y sobre la soledad del espíritu se cierne la encarnadura de la carne que deja de palpìtar cercana, el calor del cuerpo acompañante, la respiración pausada del sueño en la caverna de cada jornada o el gemido del llanto y desconsuelo.


Porque el ser solitario al que conduce la deconstrucción que ha venido practicando, y que como ejercicio oriental seguirá haciendo cada mañana después de la salida del sol (nunca se levanta antes de ello), no es un ser en soledad, sino un ser que se reconoce a si mismo en su justa y escasa encarnadura. ¿Quien eres? Y responde su nombre, escaso, pero el suyo. ¿De donde eres? De aquí, de esta cama de la que me levanto y de este bosque en el que vivo; hoy es así, mañana seré, tal vez de otro lugar así de pequeño y reducido. ¿Cual es tu patria? le preguntan y ahora si sabe, ya, desnudo de otra patria esencial que la única que hoy, finalmente, reconoce: mi lengua. El vive en el lenguaje y en su idioma y desde él levanta su voz para quien oiga. Siempre, siempre, se dice, seré extranjero entre los hombres, desapegado a ellos cada vez que agrupados me quieran ofrecer su protección gregaria.


No se le niega (¿quien podría hacerlo?) amar y ser amado pero vive su vida rechazando el plural que se apropia de su voluntad. No se le niega la compañía pero nunca la ejerce olvidando los límites del espíritu y de la identidad: este ser al que amo es él y este ser que ama es yo, y siendo tanto el amor él y yo somos dos. Una de las primeras cosas que el solitario en el bosque percibió, fue justamente, que el número de semejantes en su categoría, no eran sino una falsedad producida por el miedo de los demás y le vino a la memoria un chiste que le explicaron en su juventud: millones de chinos perdidos en un bosque lloraban y gemían de desconsuelo y al encontrarse con un leñador que deambulaba solo, este les preguntó que era lo que les ocurría y el de aquellos que caminaba delante, secándose las lágrimas gimió: nos hemos perdido. No recuerda si el chiste, que le contaron en la juventud, provocó su risa, pero ahora le descorazona.


Es hora pues de dejar al bosque como al paisaje real en que vive en lugar de convertirle en el artificio que es el paisaje cuando lo que queremos es remarcar la presencia trágica o esperpéntica del hombre en su vida. Siempre existe un paisaje, siempre un camino y un horizonte, pero al convertirlos en expresión literaria fruto de la intención de dotar al protagonista de un mundo limitado y reconocible, se falta a la verdad. Un paisaje alrededor, como la ropa, viste no el cuerpo sino el ser, la manera de ser y el expresarse, para maquillar la realidad a la que si no le enconmtráramos imperfecciones molestas no maquillaríamos. Bien está mientras el ser que habita allí busca reconocerse y se ayuda de lo que le rodea para que los demás le vean, pero ahora la figura asume el retrato en soledad. Pero ahora, pasado el tiempo y la tarea, ya puede ser el fondo de la pintura una gama de oscuros y el aire que le rodea el puro cristal por el que todos tratamos de ver y somos vistos.


Así sucede hoy, y a partir de hoy, piensa, todo deberá ser con coherencia, diferente.

6 comentarios:

  1. Luis has llegado al corazón del bosque y con estas letras al mio, desde que empecé a leerte empecé a verte como un maestro, un verdadero maestro de enseñar a desaprender, tu ya sabes quien eres y a mi me queda mucho camino.

    Pero, quiere dios, que todo lo sabe, que te haya encontrado y que pueda seguir disfrutando y aprendiendo con tus letras.

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  2. Y yo a ti, Medraina. Es un gusto ir a leerte tus conocimientos y tus enfurruñamientos, y no lo digo en broma, sino con gran ternura. Te agradezco el halago, mucho.

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  3. Tú has llegado a mi corazón.
    Tu bosque, Ana, Goyerri, tu filosofía de la vida, y un todo se encierra en un gran bosque que entre más te adentres más encuentras y aprendes.

    Gracias.

    Hoy y siempre gracias.

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  4. Pero no olvides, Clarice, que la clave en este bosque es el abandono de lo superfluo, aunque no lo parezca. Hay muchas cosas en la vida que, como los libros de texto de la infancia, una vez leídos se dejan en el des´ván o se tiran a la basura, y esta segunda cosa es la mejor.

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  5. Luis,

    Tu bosque se aproxima a la Emboscadura de EJ..

    Q.-

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  6. Q. Puede que se acerque, pero en la distancia. NO había leido yo a Junger hasta que Careiro, un visitante de este blog, hace unos meses, me hizo una comentario similar al tuyo, y en ello estoy. Gracias, en cualquier caso por tu comentario.

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