miércoles, febrero 28, 2007

El influjo de los otros

Reconozco que debo todo a todos aunque no les conozca. Reconozco que cada palabra y pensamiento que procuro míos, personalmente míos, tienen padres y madres que pululan por todos los rincones de mi vida pasada. No es menester practicar el ritual budista de la reencarnación para tener del pasado una reminiscencia: basta con renacer cada día acompañado de todas las influencias absorvidas durante el día anterior. En esta vida los recuerdos son como un inmenso rollo de papel que se carga en la espalda de la memoria y que antes de ser de tal manera archivado han dejado su impronta en la parte sensible del aprendizaje.

Espantoso debe ser el ser artista y saber que ni un solo trazo de pincel o golpe de cincel o palabra escrita en papel blanco es de uno mismo, fruto de la genialidad de uno, esforzado y trabajador comadrón de su propia obra. Lo que tiene entre manos es de otro al que ha enviadiado en un momento anterior su propio brillo, la calidez de su expresión o el luminoso trazo de un color. Con ese equipaje, quien lo sabe, debe sentir el peso de eso que llamaría yo la otrosidad, que es la influencia de los otros como paridora de la identidad. Si el individuo, creador de si mismo constante y apasionado, se realiza a la manera de una obra de arte inacabada, recibe de los otros los trazos del aprendizaje, los ejemplos para la reproducción.

Pero ni siquiera puedo hablar de los otros en términos de personas con nombres nombres y apellidos: si de fotografías. Recuerdo fotografías de Life y de Paris Match, de las que soy hijo por lo que me impresionanron o tal vez sea mejor escribir "por lo que impresionaron en mi". Recuerdo fotos y fotos y fotos e campos de concentración nazis con pilas de cadáveres amontonandos los unos yacentes en el suelo, caminando los otros por una muerte viva en la hora de la liberación. Recuerdo algunos mórbidos terrores con cadáveres incorporados en la revuelta contra Jacobo Arbenz en Guatemala, en la que un izquierdista era fusilado mirando de frente al ejecutor, con una sonrisa enorme en la cara y un buen cigarro puro entre los dientes. Recuerdo la ejecución despidiada de los agentes de la AVO en Budapest, al salir de uniforme con los brazos en alto de su cuartel, poniéndose en manos de quienes en lugar de aceptar su rendición los masacraban. Recuerdo imágenes del Paralelo 38, de una inmensa planicie blanca en la que las tropas americanas retrocedían ante el ataque norcoreano que era en realidad chino. Recuerdo imágenes de barcos hundidos en el Canal de Suez en el otoño de 1956, cuando Gamal Abdel Naser lo nacionalizó para el pueblo egipcio y una coalición anglo-francesa con ayuda israelí intentó evitarlo sin conseguirlo. Recuerdo imágenes ,de Life también, de negros colgados y quemados de árboles junto a cruces ardientes, en el centro de corros de blancos encapuchados: recuerdo uno en particular colgado por los pies después de haber sido apaleado y quemado parcialmente, con los pantalones desabrochados, un porción blanca de calzoncillo sobre su abdomén negro y la camisa blanca caida hacia el suelo dejando el torso al descubierto. Sus manos parecían acariciar el cesped a centímetros muy escasos de su alcance. Recuerdo la imagen de Caryl Chesman, que luchó trece años por su vida en el pasillo de la muerte de una penitenciaria USA. Recuerdo imágenes sangrientas y terroríficas vistas en Paris Match de la descolonización del Congo Belga con cadáveres de blancos alinenados en el asfalto y de granjeros ingleses en Kenia masacrados por el Mau Mau. Recuerdo fotografías y fotografías y fotografías... en las que no sabía bien como alinear a los buenos y a los malos, pero si comprendía el tema recurrente: la muerte vesánica.

Es verdad que recuerdo otras muchas cosas en las que anida la felicidad o por lo menos la cándida sonrisa de la inocencia, pero no son tan vívidas o aleccionadoras como esas imágenes de la muerte terrible de la revuelta y de la guerra que pasaron por mis ojos en mis primeros catorce años de vida. Fueron las primeras antes de que alcanzara la edad de la razón. No hay, creo, mejor manera de asomarse a la muerte que verla en fotografía, anónima y terrorífica, doliendo a otros para que así no llegue a dolernos a nosotros. He escrito en un párrafo anterior sobre la otrosidad o el influjo de los otros en la propia vida y doy fe de que en realidad soy lo que soy, somos lo que somos, a base de ver reparando lo justo miles de fotografías o de reportajes cinematográficos con el mayor espectáculo del mundo: la muerte de unos a manos de los otros..

8 comentarios:

  1. ¿Y qué nombre dar a ese lugar en el que todas las imágenes están ensartadas formando un relato absolutamente propio? ¿El de "memoria" le hace justicia?

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  2. Claro que sí, pero una memoria creadora, aleccionadora: la primera memoria de los demás, la primera mirada a los otros.

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  3. En estas páginas hay, al menos, otro influjo: El influjo sobre otros.

    Salu2 Córneos.

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  4. Javir, que gran alegría saber de ti. Gracias por tu comentario, todo influye en todo.

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  5. Demasiado arte mostrando la barbarie. Podemos fotografiar, filmar, pero no podemos evitar.

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  6. Pero mostramos lo que no debiera ser y al hacerlo acostumbramos a la mirada. Gracias, Julia, por esta visita.

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