lunes, febrero 12, 2007

Huyendo de la infancia

Al caer la tarde salgo a pasear por el bosque (la linde que rodea al prado) acompañado de Goyerri. Vamos despaciosos porque tenemos un tiempo radiante de luz y temperatura y hay en torno a nosotros un ambiente de calmo equilibrio, fragante, fresco. Hay un hecho añadido, un contento interior que compartimos: Goyerri corretea trotando como los caballitos de tiovivo, saltando a trancos con las dos patitas delanteras juntas igual que las traseras, por delante de mi, buscando la parte de fuera del sendero que se tapiza de hierba. Siempre he dicho que este perrillo tiene vocación de caballo corredor en praderas, pero algo se le cruzó de primeras.


Cae la tarde del domingo y nos hemos quedado una vez más solos. En menos de media hora los últimos rayos del sol se desvanecerán tras la sierra que apunta al oeste como un dedo señalizador. El viernes pasado, por allí donde el sol va a ponerse, me salieron tres corzos del bosque y cruzaron la pista por delante de mi coche: alcancé a frenar la escasa marcha que llevaba para verlos mejor y esta vez si, pude verlos en todo su esplendor, primero saltando de la espesura al conjunto de tierra y asfalto malherido que forman la vieja pista que lleva a la garganta del río, después cruzando por delante de mi, uno detrás de otro; finalmente entraron en el talud que a mi derecha va a descender hacia el bosque y en esa bajada, trotando sin demasiadas precauciones se perdieron entre los árboles. Cuando hubieron salido de mi vista, me quedé detenido, con el motor en marcha, recordándolos: es tan hermoso verlos, con su largo cuello estirado y la cabeza apuntando al frente, nerviosa, cargada de tensión, viendo con sus ojos un panorama de 180º, seguramente curvado en sus líneas extremas, viéndome a mi dentro del coche, olfateándome y decidiendo cruzar por delante del coche, que ningún peligro podía representarles.


Cuando se pasea con un perro no suele haber otro argumento mejor que el propio paseo, aislado de todo el resto que no sea el rumor y la frescura del ambiente. Soy consciente de que las ideas que dan vueltas por la cabeza, sin estar formadas en palabras, acabarán por asaltar el pensamiento y proyectarse al exterior. No dudo que, al fin y al cabo, acabaré cayendo en la cuenta de algo que deberá preocuparme durante un tiempo, durante el caminar o al llegar a casa; es el placer del caminar por la floresta el que hace que unas palabras rompan su fragmentación para alcanzar una serie coherente (nada indica que siendo la serie de palabras coherente lo sea su significado) con un sentido que deberá ser desentrañado. En este caso fue una frase que emergió de un tirón: "los hombres pasan toda su vida huyendo de su infancia". La frase surgió en mi pensamiento con el sello de la originalidad, ya que en ningún caso podría recordar haberla leído u oído en otras fuentes que no fuera el eco de mi pensamiento.


Conviene no dejarse llevar por el alborozo, que tener ideas no es síntoma de nada más que de desocupación de tareas a hacer medidas por el factor tiempo y en él encerradas. Uno puede tener ideas y regocijarse con ellas llegando a la seguridad de que es un hombre pensante además de paseante y de que un perrillo gris y negro que tiene ya once años y ha salido de un achuchón de hígado que podía haber dado al traste con su vidilla, le acompaña. Suelo llevar una libreta de y un rotulador de punta fina, de tinta negra. La libreta es de tapas negras y cabe en el bolsillo de la camisa; cuando empecé a tomar notas las libretas eran más grandes y resultaban un enorme engorro, así que descubrí una marca (me la descubrió mi hija realmente) que tiene tapas duras y lleva una goma elástica con la que se puede sujetar el rotulador. Llevo años anotando cosas que de vez en cuando releo, que están ordenadas por la cronología.


Ocasionalmente leo cosas que no tienen sentido, que han perdido la oportunidad de ser consideradas, o me encuentro con otras que me sorprenden y ocasionalmente halagan. A veces son textos muy cortos, o frases simplemente; otras diálogos o textos más largos (pienso traer algunos al blog en un futuro cercano). Llevar la libreta en el pecho, sentirla sobre la piel al respirar, me produce una placentera sensación. La misma que el acudir a ella, abrirla soltando la goma elástica, y escribir con una letra de difícil lectura la frase en cuestión: "los hombres se pasan la vida huyendo de la infancia". No se si esta frase mantendrá un cierto sentido, el que ahora trataré de encontrar, justamente después de haberla escrito, cuando hayan pasado los años: probablemente no.

Mientras seguía caminando me prometí pensar en ella cuando mi mente estuviera más fresca, y eso fue lo que empecé a hacer el domingo por la tarde, cuando salía dar mi paseo con Goyerri. Las cosas no se hacen de manera formal, sino que al caminar se deja que con libertad fliya el pensamiento que dormita en las palabras, se haga evidente el concepto y entonces, con él manifestado (si se me permite la palabra) empieza uno a divagar. "Los hombres se pasan la vida huyendo de la infancia". Si, pensé, suena a cierto, pero debo entender la palabra huir que muestra una tensión, una intencionalidad que no aclara nada, salvo que existe un conflicto. ¿Porque huir? ¿Para qué huir? Otra cosa, pienso, sería haber pensado "los hombres pasan su vida alejándose de su infancia" y aquí alejándose tiene otro matiz menos hostil. Es, ciertamente la vida, un alejarse de la infancia y un caminar o ir hacia el final de la vida, ese tiempo presente en que se manifiesta la muerte. Pero lo cierto es que yo pensé inicialmente "huyendo" y esto es lo que escribí en mi libreta de tapas negras. "Huyendo de la infancia" pensé para mi. Se, no me cabe la menor duda, porque son muchas las veces en que he pensado en ella hasta alcanzar la convicción de que mi infancia no fue feliz. No desgraciada, que serían palabras mayores, pero si infeliz en la medida en que las justas alegrías que deberían haberme hecho trotar por la pradera de hierba como hace Goyerri, se han borrado de mi memoria si es que han existido.


¿Será por eso, por lo que acuñé en la frase el gerundio huyendo? ¿O fue tal vez un pensamiento desapasionado y por lo tanto despersonalizado de mi? ¿Fue fruto de mi observación parcial y limitada, de lo que yo creo que es la vida. ¿De que infancias hablo, o pienso? Lo cierto es que aceptando que pensé y escribí "huyendo", debo considerar el hecho de que veo a la infancia como un conjunto de hechos, acciones y experiencias, que debiendo estar en el fondo de la memoria, parecen tener una excesiva presencia, proyectada hacia el hoy, no se si en algo más que memoria, recuerdo, u opresiva presencia. Yo podría hablar de mi infancia como otros hablan torrencialmente de su servicio militar, pero no debo hacerlo porque fatigar al lector y a mi mismo al tiempo es un ejercicio excesivamente molesto.


Fue en estas disquisiciones cuando me interrumpió la voz de J... que andaba por el bosque paseando también a su perro. Interrumpí mi reflexión y acomodamos el paso. Diez años más joven que yo J... es un hombre serio, circunspecto, con un sentido del humor silencioso y sobrio que se muestra como una sonrisa, tanto más profunda y extensa, concentrada, cuando más ácida es la ironía. Caminamos al unísono hablando de la política del momento y de la incomprensión y hostilidad de aquellos que sin ser de las mismas ideas, pretenden reformarnos. Y entonces, J... me dijo: "mi padre, que era muy de derechas, muy franquista, siempre me echaba en cara el ser yo más bien de izquierdas y cada vez que nos veíamos tenía que sacar el tema y darme una filípica; yo le decía que lo dejara estar, pero él insistía hasta hartarme". Mi frase volvió a mi pensamiento cruzando como una nube por sobre las palabras de J.... Me prometí volver a pensar en ello.

4 comentarios:

  1. Yo sé que viví en el paraíso: mi infancia. Y sé que fui expulsado de ella sin haber cometido pecado alguno. Y sé también que nunca hubo la mínima posibilidad de regreso. NO me siento, en absoluto, un fugitivo sino, en todo caso, un peregrino que da vueltas, en espiral, con el radio creciendo un poco cada año, a esa infancia cada vez un poco más mitificada. Pero de tarde en tarde un recuerdo se impone y me retiene: un olor, un sabor, una música, un sueño... y tengo que batirme en retirada para no caer en una melancolía que es imposible compartir con los que me quieren.

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  2. Me parece estupenda esa imagen de alejamiento en espiral del paraiso perdido: gráfica y coherente.
    Como escribo, en mi caso, sin ser desgraciada no fue feliz, y eso es lo que recuerdo. de haberlo sido, los paraisos estarían presentes en la memoria, y aunque algunos quedan son pocos e irrelevantes.
    Constato y escribiré sobre ello que todos los caracteres de aislamiento que he madurado posteriormente, vienen de la infancia. de ahí esa sensación de huida.

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  3. Mucho tiempo estuve huyendo de mi infancia porque la mayor parte no me gustó, pero el pasado debe ser digno de recordarse si se puede lidiar con ello y rescatar lo mejor.
    Yo también cargo con mi libretita y esos paseos antiguos con Movie me hacían pensar.
    Atenta a tus descripciones del bosque qué ganas de caminar en èl.

    Cambiaste de casa.
    Bien.

    Abrazos...

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  4. Clarice: este bosque está abierto para ti cuando quieras, ya lo sabes. Y debo añadir que cuando escribí este post me acordé fugazmente de ti.

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