lunes, enero 15, 2007

Preguntar a los que saben. (Evocación socrática)

Cuando no se sabe conviene preguntar a los que si.
Existe la evidencia del no saber como pensar, hacia donde, en que territorios situarse y hacia donde avanzar. Hay quienes conocen todos los caminos necesarios, que los innecesarios ya escribí en palabras de Juan Ramón Jimenez que "de más está que se emprendan". Personas hay en la vida, no solamente en el bosque, que les ves decididos caminando hacia un lugar que solamente ellos conocen con entera seguridad: quiero decir que el destino, en vez de ser un deseo imaginado o un proyecto de realidad, es una certeza de absolutos perfiles y contenidos en los que cada futuro tiene su explicación y desarrollo. Quien sabe adonde va tiene mucho ganado y para saber, lo que se dice saber, conviene no saber nada o conocer mucho. En este caso me apunto a la segunda opción, pero es, naturalmente, mi elección y de mi torpeza en las elecciones de la vida, doy fe.
Claro está que cruzarse con el que sabe adonde va, siempre te deja un retazo de duda entre los ojos; quiero decir que les ves irse y en tu mirada se nota que no estás seguro de que ese decidido caminar por el sendero conduzca a lugar de provecho. Ni para él, piensas, allí no hay nada. Sucede que le ves irse y sabes que no, tú mismo estuviste allí y tuviste que volver sobre tus pasos, pero luego, a la vista de su ferocidad caminante dudas; ya estamos en la duda. No deseo dudar pero sucede, me asalta como un bandolero y me inmoviliza con su amenaza. ¿Y si no? Si no, ¿qué? Sería hasta hermoso que la duda te ofreciera un camino de respuesta, apenas una pista, pero no suele ser así: despiadada como es lo que hace es hundirte el puñal en la misma raíz de la confianza en uno mismo. "Si no es lo que piensas. ¿Porque lo piensas? ¿Estás seguro?" Ya estamos, ¿como voy a estar seguro? No, claro.
El mirlo que cruza mi jardín picoteando sobre el mantillo que cubre el césped, sigue una derrota zigzaguean te y su pico de color naranja, terminación del negro refranero (ya se sabe que no hay mirlo blanco) tiene un movimiento nervioso a la par que elegante. Zigzaguea el mirlo porque no sabe donde está el alimento, ni siquiera está seguro que esté en este mantillo que echaron hace tres días, aprovechando que no nieva. Prueba a picotear y ver y en la mayor parte de las veces suelta lo que ha recogido. pienso que por inútil, porque es tomar y soltar, todo inmediato. En el invernadero, la parra que resguardo de la helada y debería estar durmiendo hasta la llegada del mes de marzo o abril, está apuntando hojas de un verde luminoso y pienso que de seguir así lo que sucederá en abril es que tal vez me encuentre con uva, ácida si se quiere, pequeña, pero racimos de uva que demuestran que cabe dudar de todo.
Pero el caminante no duda, se cruza conmigo y no duda. Ayer por la tarde un buen amigo me decía tonante: "sabemos que Felipe González estaba detrás del Gal". Pensamos, le corregí. Hombre, no seas ingenuo, me dijo a continuación: tú sabes como yo que estaba y que es un delincuente". Lo siento, S., le dije. Yo pienso que pudo ser así y en ese caso el problema ético que se plantea es doble, porque al delito de estado se añadiría el permitir que dos subordinados pasaran una temporada en prisión amagando la verdad. No se dio por vencido: de acuerdo, lo pienso, pero en el fondo lo sé. Cargado de sus certidumbres, el caminante no se detiene a preguntar, no mira indicador, no se guía por los cuatro puntos cardinales: afirma rotundamente la verdad que quiere afirmar, la que por razones que ignoro le hace feliz o le confiere seguridades.
Está claro, que al saber el camino, se une al grupo de peregrinos que avanzan por él y entre ellos, al verse muchos y todos en la misma dirección, delegan sus inexistente dudas (por si pudieran existir) en la certidumbre de los demás. Cuando todos vamos en esa dirección y somos tantos, no va ser posible que todos estemos equivocados. Hubo en la historia quien se equivocó de ejército, seguramente, llevado por esa certeza de seguir al grupo y ampararse en el convencimiento ajeno, pero no figura en el libro de texto, porque la vergüenza le ha hecho disimular y si se ha apartado del camino para desertar, lo ha hecho alegando cansancio o una torcedura, nada sospechoso.
Yo, prometo que lo siento, porque creía saber y ya no se nada. No me comparo con Sócrates, quien explicaba que Delfos le había elegido como el hombre más sabio de Grecia (Delfos era discreto y no decía del universo, hoy si lo haría) diciendo que si Delfos le proclamaba a él de esa guisa, él que nada sabía, lo que estaba diciendo era: "El más sabio de los hombres es el que reconoce, como hace Sócrates, que su sabiduría no tiene valor alguno". Si sabiduría es saber, yo juro que no sé con certeza muchas de las cosas que querría y que aunque apartado en el bosque, me asaltan en conciencia y me angustian. Cómo Sócrates pregunto, envidioso a los que saben , y no afirmo, por el dios que no afirmo, que ellos estén en mayor ignorancia porque saben. No los convertiré en mis enemigos al decir que ignoran, pero si diré que saben lo que desean creer y deseándolo lo creen. ¿Crédulos?
Yo envidio. Envidio a quienes tienen claro el referente en el que amparar su deseo de credulidad. Son muchos y caminan por senderos divergentes que parten del mismo prado que estaba en calma; ahora los caminos divergen más cada vez y yo me quedo solo en el prado, rodeado del bosque tanto me gusta, pendiente de saber adonde ir.
Envidio a los que opinan que la conspiración para la destrucción de España empezó el día 12M; a los que piensan que toda la política del partido al que vota casi media España es la obstrucción deliberada del normal y cotidiano (a la vez que difícil y complejo oficio de gobernar) para obtener los votos por el descrédito del oponente; a los que piensan que su felicidad pasa por conseguir desgajar esta irrealidad histórica (e irrealidad no es una errata) para vivir mejor en una nostalgia que no fué; a los que creen que los valerosos gudaris que tienen las pistolas medio desenfundadas les aportarán el bienaventurado paraíso terrenal del mañana; a los que saben que el presidente del gobierno es un absoluto incapaz; a los que creen que el partido que gobierna lo hace todo bien (¿que es bien en este maremagnum?) aún cuando se equivoca y a los que creen que el partido de la oposición nunca se equivoca. Siempre he sentido una envidia por los hombres y mujeres con certidumbres berroqueñas y seguridades pétreas e inamovibles, aunque ampararan bien pocas preguntas y casi ninguna respuesta.
Mientras tanto y ante tanto caminante, me propongo no ir al bosque durante unos días y ver en que acaba todo esto, aunque bien mirado, preferiría que según cual vaya a ser el resultado, no acabara de momento.

4 comentarios:

  1. Aguna vez dijo Sócrates que se sentía como si hubiese sido arrojado a un laberinto. De ahí que haya que buscar atalayas que nos permitan el oteo. Y las asciendes penosamente y cuando llegas arriba ves que el día es brumoso y que el paisaje y los caminos se difuminan y te preguntas cómo demonios hay gente que tiene la suerte de ver siempre el mundo en un día claro.

    Claro que -en eso tienes toda la razón- uno está ya un poco cansado de los policías de tráfico de la verdad que te indican con absoluta seguridad cuál es la dirección obligatoria, la prohibida etc.

    Así que nos declaramos insumisos de la seguridad ajena y nos lanzamos al busque en busca de un sendero. Y en esas estamos, condenados a dar vueltas. Y de nuevo Sócrates: ¿Quién dice que quiere ir de un lugar a otro y no cesa de dar vueltas, sabe a dónde va?

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  2. Sabe adonde le gustaría llegar. A una certeza asumida personal y honradamente, es decir, en conciencia y sin engañarse o dejarse ir, a un convencimiento alcanzado a través de la razón. Tendría que tratar de no seguir el impulso, que es lo que nos pierde, como a mi amigo S..., perosna razonable si cabe cuando le sitúas frente a la necesidad de la razón.
    Creo que el problema es cuando se declara como dices tú "insumidos de la seguridad ajena" y en ese momento deja de pertenecer a los grupos que divergen y que son, unos de otros, fieles deudores de su existencia.

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  3. Ese caminante que no titubea, no es un sabio que ha desterrado la duda de su vida, sino un temerario que no desea saber.

    El saber es inversamente proporcionar al conocimiento. Cuanto más se conoce, menos se sabe, o menos se cree saber. Por eso el niño cree saberlo todo, y el viejo nada, aunque posiblemente ambos se equivoquen.

    A título personal te diré que a mi, un mundo sin dudas, me parecería irreal. No lo envidio.

    Saludos.

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