viernes, enero 12, 2007

Pensoteando

Leer, escribir, pasear por el bosque y tal vez pensar, no son sino la ocupación de un espacio de soledad que está contenido en uno mismo. Cuando este espacio no se ocupa no se lo que puede ocurrir sino es el aburrimiento o la angustia. Tal vez si no se lee, se escribe o se pasea, se piensa. ¿En qué? Solamente sé aquello en lo que yo pienso, o mejor aún, no lo se, me encuentro con ello y tropiezo.

Una posible manera de describir la realidad es decir que es lo que se percibe que pasa, lo que se nos revela. Es poco seguramente para lo mucho que pasa, pero este "lo mucho que pasa" es en si y desde su misma síntesis forzada, la realidad exterior. Así, cada día aprecio más esta realidad inamovible que me rodea que es el paisaje. Ya he escrito que vivo entre tres montañas que están cercanas, muy cercanas a mi jardín y que ellas cambian moderadamente de aspecto pero permanecen inmutables, por lo menos en la medida en que nadie decide moverlas o removerlas si damos por bueno el adoptar el anglicismo que convierte remove y collapse en remover y colapso, cosa que son ni la una ni el otro. Cambian de aspecto por que la luz las ve de manera diversa a lo largo del día y amanecen blancas escarchadas por todo su perímetro para ir abandonando el ropaje del frío y volver a los pardos y verdes borrosos. Crecen las sombras entre la arboleda, y permanecen ellas allí. Por el cuarto lado el valle que se abre se puebla de casas, de bloques de pisos, ofertas de segunda vivienda a los visitantes del domingo. Como yo lo fui, no hablaré mal sobre ellos.

Uno mismo, si se aprecia lo bastante es buena compañía. Las demás necesarias son las sombras vagas de los otros a los que se conoce por el saludo, el intercambio de palabras informando del tiempo o del contento de vivir en el bosque. Parecemos ermitaños, habitantes de cuevas y barrancos, cuando nos encontramos por ahí arriba. Unos segundos de compañía y volvemos a la ensoñación del pensamiento azaroso, el que trae el azar. Esos pensamientos, a caballo de neuronas dispersas, por poner ejemplos visuales, irrumpen galopando desordenados, se apelotonan en el pórtico de entrada del pensatorio y ganada la posición van entrando y tratan de estar en escena el mayor tiempo posible, pero el espectador que soy va rechazando el pase de modelos.

Leer y escribir es pensar en orden, aunque a veces ni lo uno ni lo otro vaya más allá del simple intento de estar sin uno mismo, pero en uno mismo. Cuando se lee o escribe, si se mira alrededor no se percibe la compañía que al pasear es el mismo cuerpo y la misma cabeza y entonces lo que se piensa es el objeto principal de la acción y se piensa leyendo y lo mismo escribiendo, aunque a veces, llevado por el flujo de inspiración que es un torrente el pensamiento va a una velocidad en la que es imposible pararse a pensar en los que surge y que al tiempo se piensa. Que impresionante es percibir que uno piensa él y recibe él el pensamiento y va y lo desarrolla o lo abandona sin interés; que apasionante saberse desdoblado, lleno de recovecos capaz de ensimismarse o entododarse, que sería lo contrario con permiso de los que de esto saben más que yo.

Quien lee, escribe o crea se ensimisma y se queda solo con su espacio de soledad dentro de sí, cerrando la última curva la caracola del alma o de la conciencia para llegar a "la oscura raíz del grito" en palabras de García Lorca. Ensimismarse es sumergirse en uno, cerrar las puertas y descender a sus profundidades. Entododarse es por el contrario que el pensamiento al azar divague mientras los pasos te llevan, pasos y pensamientos de la mano, a veces divergentes en el camino pero con clara vocación de encuentro. La cápsula de soledad no necesita más que oír, ver y divagar mientras el cuerpo va distribuyendo la energía justa para subir por el camino que conduce a un lugar que nunca será el mismo aunque a él se haya ido antes. ¿Que importancia tiene llegar a la Peña del Águila? si lo que realmente ocupa la existencia es ir y con la marcha estar. En la Peña mes necesario volver a percibir la realidad como se revela, pero mientras se ha ido yendo la realidad que se percibe es un sueño donde uno está y es u no necesita nada más.

Pienso a veces que lo que escribo en un párrafo lo rebato en el siguiente; será porque en el fondo del valor de las cosas, lo que se dice vale poco, como lo que se piensa, si no se piensa lo que se dice o incluso sino se piensa lo que se piensa. A mi me gusta pensotear al azar (me acabo de inventar la palabra pensotear, que es una manera de pensar más dejada de la mano de dios) aunque puede, ahora que lo pienso y no pensoteo, que podría ser una palabra de uso normal en una nación de la América hispana. En el RAE no figura, pero si pensoso, que es meditativo o pensativa. Me gusta pues pensotear al azar y mis pensamientos se convierten en una de esas comedias de teatro de los años cincuenta y sesenta en los que por innumerables puertas entraba en escena la acción de enredo (así se decía: comedia de enredo); pensamientos que me traen a mis hijos cruzando mi escenario mental yendo de un lado a otro, en los que aparece por otro lateral Ana y de repente me encuentro con alguien que me dijo algo y lo repite, o un lugar en que estuve y ha cambiado el decorado hasta que el chasquido de una rama rota me advierte de la presencia de los indios en lo alto de la ladera, acechando al explorador que soy yo, desarmado y por lo tanto en peligro.

Cuando fui niño y antes de dejarlo leí muchas novelas de Zane Grey, que en casa estaban en un estante cercano a El Criterio o a la Utopía. Los libros convivían en una librería pequeña al igual que nuestra familia de siete personas convivía en el poco espacio de un piso del Ensanche barcelonés. En las novelas de Zane Grey, los protagonistas vivían en portentosas descripciones de paisajes en las que Grey era maestro, en cabañas de madera, rodeados de una naturaleza desbocada al oeste del Pecos o más allá de Missouri o en las montañas de Colorado. Rodeados por una belleza natural que era al tiempo hostil y de unos indios resentidos, habitaban un reino de coraje donde los valores de amor y amistad se engarzaban en violencia y rechazo de la misma. Era un mundo de buenos y malos, ¿que duda cabe?. Pienso ahora que esas novelas forjaron en los momentos en que leyendo ocupaba mi espacio de soledad, sentado junto a un balcón de un comedor en la calle Calabria esquina Diputación, los paisajes que ahora he encontrado en mi bosque. Ya no hay indios, pero los presiento.

8 comentarios:

  1. No se puede imaginar como leerle me ha Llegado hoy. O bueno quizás sí...

    Es más, en cuanto entré, anoté una sensación para reescribirla en otro momento.

    Tomé un apunte. Sobre esas montañas...

    Si lo desarrollo en algún momento... querré darle las gracias.

    Besos al círculo íntimo

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  2. La verdad es que leerte es como oírte pensar, no sé si me explico. Como dejarse arrastrar por ese fluir del pensamiento azaroso, del que luego no queda ninguna conclusión, porque tampoco se trataba de concluir.

    Sólo quería anotar algo que me había sugerido el texto, sobre el acto de crear. Tal como se explica en él, como un acto de ensimismamiento y comunión con el yo, se entiende por qué una mala creación, por ser propia es querida. Me gusta porque es mío, y basta.

    Un saludo. Y advierto que, ante el formalismo de Kasandra, me tomo la libertad de tutearte. No podría escribir ciertas cosas sin hacerlo.

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  3. Magífico, Luis. Yo no puedo adentrarme por un bosque sin presentir a los indios. Claro, sin llevar conmigo a mi infancia.
    De nuevo la memoria y mi sospecha de que no se trata de una facultad. Una facultad es facultativo usarla o no, pero la memoria es, en realidad la proa de nosotros mismos. Es lo primero que se adentra en el futuro.
    O, al menos, esto es lo que -cada vez más intensamente- me pasa a mi.

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  4. el pensotear es lo que provocas...
    por qué darle valor si es poco o sufiente o demasiado lo que pensamos o escribimos...ufff ya ves, no me sé explicar...
    mejor me quedo como siempre, pensoteando

    beso

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  5. Gracias, Kasandra. Trasladaré los besos. Uno para ti. por tus bon itas palabras.

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  6. Umla: siempre se dice que el fruto de uno es más querido. Pensar es azaroso y me gusta. Te agradezco el tuteo como me encanta el formalismo de Kasandra. Gracias por venir.

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  7. Coincidimos Luri, o por lk menos yo contigo. La memoria somos nosotros. Cada uno es su memoria y su inconsciente, que es la memoria agazapada. ¿Que más podemos ser? Si es facultad es la facultad de ser. ¿Que es un hombre con Alzheimer? ¿Quien?

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  8. No tiene más valor, Clarice, que el enorme valor que tiene para cada uno.

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