martes, enero 30, 2007

Cuentos de la lluvia y de la luna (1)


Cartel de Cuentos de la Luna Pálida, de Kenji Mizouguchi

La luna caída cubriendo el paisaje en su totalidad y la falta de sol dejan al paisaje en una orfandad triste: parece como si les faltara la vida, falsedad evidente, ya que todo late bajo la capa blanca y fría o inverna esperando el aliento del calor que apunta al estiaje. Los dos últimos días han venido además acompañados por una niebla lechosa y espesa que convierte el horizonte más cercano en un universo oculto por un cristal empañado de vaho, así lo describiría yo, en el que es imposible pasar la mano para abrir un hueco en la ceguera y ver, deformado por las ondas de humedad, un mundo de brillante cristalinidad. Más allá del cristal está aquello que conocemos pero que se nos niega y reduce nuestro ambiente cotidiano a una celda estrecha, reducida al mínimo posible, en la que los setos, algunas casas vecinas, la linde del bosque, las dos calles que confluyen unos cincuenta metros más arribas, algunos terrenos sin construir en los que pace una pareja paciente de potros que deambulan por la nieve (el caballo solitario deambulando por la nieve tiene siempre un aspecto de tristeza a cuestas, el el tristeza según se ve) y al final el rumor si se escucha de la nacional, que en la dirección contraria tampoco se ve.

El catarro, el frío intenso y la luz que entra en la casa con gran discreción, amortecida, que significa desmayada en la acepción que me interesa aquí, me invitan a quedarme. Hace tres días, lleno de pastillas, jarabes y gotas fui a casa de un familiar a comer, y el vino y el orujo pudieron conmigo al extremo de dejarme completamente apalizado: no bebí más que en otras ocasiones, pero el resultado de la mezcla fue desastroso y durante los dos días siguientes he estado recuperando, por su medio natural, el tono lúcido y la movilidad ágil que perdí. Me regalaron allí un bastón de montaña para mis paseos y realmente lo estrené por necesidad.

Tal vez fue ese revés de salud el que me mantuvo varias horas sentado frente a los dos ventanales que se abren al paisaje, bebiendo sus detalles, arrebujado por el calor de la chimenea en mi mismo. Fui de un ventanal a otro pasando de la silenciosa contemplación de la sala abajo, a la biblioteca arriba y de entre los libros que se desordenan en los estantes a medida que los voy cogiendo y dejando, saqué uno llevado, creo que por la intuición, o por ella conducido al estante de obra japonesa y allí en busca del Ugetsu Monogatari, del que tenía poca memoria salvo del placer que me provocara en su día. Suele suceder que recordamos un placer en torno a algo sin poder fijar los detalles y en busca de repetir la sensación, nos dirigimos hacia aquel. No siempre la aventura sale bien.

Era un libro de aparecidos y en su día encontré a sus historias algunas semejanzas a las de la novia de Corinto y similares del mediterráneo, de las que Luri ha prometido resumir en su perfecta evocación de la Grecia clásica.

"Cuentos de la lluvia y de la luna" que es el título en castellano, es un resumen de cuentos de fantasmas, aparecidos: es sobre todo un resumen de cuentos acerca de la soledad y la tristeza, de la desventura y sobre todo, creo yo, del incierto destino que no está escrito y se tuerce siempre por los acontecimientos que no se pueden controlar. La gente en estos cuentos a los que me refiero, los que son los protagonistas de ellos, son seres a los que la desgracia sacude como el vendaval al árbol joven, que acaba quebrándose con un chasquido. Arrebatada la vida, el otro mundo será el vehículo para expresar por última vez un poso de amor almacenado en los tiempos de la dicha y la desgracia, un rastro de amistad: en cualquier caso son los dos evidencias de la soledad en que se vive en medio de un paisaje que azota a los viajeros, y de un mundo en calamidades, azotado por guerras y destrucciones, en los que las víctimas son siempre personas sin valor.

Me senté a leer y a las pocas páginas caí en la cuenta que estaba ante la fuente de la maravillosa "Cuentos de la Luna Pálida" de Kenji Mizouguchi, cuyo cartel está sobre estas líneas. La ignorancia es siempre fuente de descubrimiento y aceptarla, a la edad que sea, es sobre todo un rasgo de inteligencia ante el que lo mejor es inclinarse. Si nos queda esa inteligencia, nos quedará esperanza para proseguir el camino hacia el futuro armados de la razón vital y del proyecto esencial sobre el que, aún sin saberlo, cabalgamos.

Tres cosas fueron a confluir en mi pensamiento: el paisaje nevado, triste, evocador de la muerte del ánimo; los cuentos de aparecidos que no recordaba y que a poco de entrar en ellos, me dije que tal vez ni siquiera había leído y se habían quedado en un estante, despreocupados de mi; el recuerdo de una película que tengo por bellísima y profunda, de un director al que admiro por esas dos causas que son al fin las que producen casi siempre una evocación de la tristeza. En el sentido oriental de la instantaneidad global a la que todo lo que existe pertenece, esa visión del presente en la que el Todo se expresa por la unión de los componentes, lo que permite que cualquier evocación de una parte pueda ser tomada por su sentido oracular, ya que nunca es ajena a nada ni a nadie; a ello le uno el placer de la contemplación de los elementos que rodean mi casa con un tono receptivo casi oriental, tal vez shintoista, en el que una cumbre o un bosque son siempre más que ellos vistos desde el exterior, y adquieren por si mismos significación e incluso carácter de divinidad. Se trata de una cierto panteísmo en el que no existe la casualidad y el destino se traza para ser encontrado en un cruce de caminos o en una cabaña en medio del bosque. Así el destino se forja acto a acto, encuentro a encuentro y yo, en un momento de este frío y hostil mes de enero, fui a encontrar los tres elementos que recreaban a la perfección el universo de unos seres desgraciados: mi paisaje, su libro, su película.

La nieve me impresiona, creo que ya se sabe, pero esta nieve caída no es la País de Nieve, de Yasunanri Kawabata, violenta, asfixiante, aisladora que convierte a Shimamura en un corre senderos que busca a un fantasma (el personaje de Yoko ha sido siempre para mi fantasmal). No, esta nieve es la Mizouguchi, acompañada de lluvia y viento, asoladora si, pero de violencia que se puede quebrar.

Me dispuse a leer, empecé:

"Después de haber franqueado el paso de la Barrera de Osaka difícil era para el viajero proseguir el camino hacia las provincias del este sin admirar los arces de las montañas que anunciaban el otoño; y desde luego, nada de lo que veía le resultaba indiferente: ...

Mañana seguiré hablando de estos cuentos y de sus desgraciados héroes.

13 comentarios:

  1. Ojalá el resfriado te esté abandonando ya. Pero ha sido un resfriado fértil entre la nieve y los libros.
    Bello el kengi de la imagen.

    Un abrazo!

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  2. ¿Si te dieran a elegir, Luis, entre la posibilidad de ser sabio y la de ir progresivamente dejando de ser ignorante, qué elegirías?

    Mejor que ser un dios es ir poco a poco siendo un hombre. ¿No te parece?

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  3. La respuesta la das tu mismo. Obvio que aspiro a dejar de ignorar las cosas sabiendo que nunca llegaré a ninguna totalidad. De hecho mi vocación de ser un dios quedó arrumbada en la adolescencia cuando descubrí su imposibilidad.

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  4. Gracias por tus buenos deseos, Almena. Seguiré con mis lecturas y daré cuenta de ellas.

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  5. Luri: quiero añadir algo a mi respuesta, meditado brecemente, pero si, pensado. Ganarle terreno a la ignorancia ha sido un camino de enorme placer que he ido acumulando y que, como una obra de arte colagda en tu pared, me sigue produciendo goce. El acumulado en el camino y el que sigue destilándose día tras día. No creo que la sbaiduría, por poseer las respuestas a todo, me produjeran ese placer, ni siquiera por el reconocimiento de los demás. Como siempre, el camino es importante.

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  6. Realmente interesante la comparación metafórica de la nieve, entre Ueda Akinari y Kawabata mediando Mizouguchi. Parece una observación de
    Tanizaki, brillante.

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  7. Gracias, Careiro. Voy a seguir en ello un poco más.
    Quisiera hacerte una pregunta: ¿que opinas de dar al personake de Yoko una presencia fantasmagórica; siempre vinculada con la muerte, siempr elejana?

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  8. Necesito una relectura detallada, en cuanto la haya hecho, podré darte mi opinión de forma más matizada y fundamentada. No obstante la relación
    con la muerte tanto en Kawabata, como en Mishima, más allá de su relación personal, y de sus respectivos suicidios, que tan bien conoces, me parece una constante en ocasiones de manera explícita, en muchas otras sugerida, pero nunca simplista. Mañana parto de viaje al extranjero, en cuanto vuelva con placer retomaré la lectura, y te mandaré el comentario. Por cierto ¿tuviste ocasión de releer "Patriotismo" de Mishima?.
    Gracias por tu amabilidad, y por este Bosque que afortunadamente, permanece ajeno a la imperante vulgaridad
    Un abrazo.

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  9. Si, lo he releido. Y me he hecho además con documentos curiosos cinematográficos. La película de patriotismo, dirigida e interpretada por él, que es terrible (como cine no es nada importante) pero su suicidio está ahí, sublimado y mezclado con una escena de "EWl Pabellón de Oro". Tal vez recuerdes que el protagonista ve a un oficial despidiéndose en el templo de su mujer, que le ofrece a beber de sus pechos. Sin este final, pero con el suicidio en su luigar, Patriotismo relata la despedida de El pabellón. Si no tienes la película y quieres verla, hablemos de como procurártela.
    La otra es una película en la que participa como actor: un filme de yakuzas.

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  10. Al leerte sentí que estaba ahí con ustedes.
    Tengo que volver con Kawabata.
    Espero que te mejores pronto y abrigate bien.

    besos a Goyerri.

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  11. No sé absolutamente nada de literatura japonesa... Mejórate pronto del catarro (aquí ya lo hemos padecido madre e hija, en ese orden) Besos

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  12. Gracias por tus buenos deseos, Ana C. Mira, te recomiendo que busques "Pais de nieve" o "Lo bello y lo triste" de un señor que se llamaba (en vida) Yasunari Kawabata. Para mi, es una maravilla. La editorial es EMECE, (Lingua Franca).

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  13. lllllllllllllloooooooooooooocccccccccaaaasssssss

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