miércoles, enero 17, 2007

Ah, los sueños. Ah, los deseos...

Para Calderón de la Barca "los sueños sueños son" y debe quedar así porque así lo escribió. Una de las grandes injusticias que en este bendito país inexistente se hacen de manera permanente es negarle a Calderón el papel de filósofo del Barroco, filósofo al más alto nivel. No es su teatro, sino sus eternas preguntas acerca de la justicia o injusticia que Dios hace sobre los mortales: creer en Dios profundamente, culpablemente tal vez, y dudar de la justicia de Él, debe ser angustioso y terrible.

Pero los sueños sueños son y no tienen obligación alguna en convertirse en realidades, salvando ya la propia realidad del sueño (si llega durmiendo) o si llegando despierto es ensoñación o imaginación. Bueno, los sueños ahí están y si alguien se siente obligado a convertirlos en realidad, es él, el ente físico, lleno de voluntad, que animádamente es él.

Esta mañana era yo subiendo la escalera a las 9,00 AM con una taza de café con leche en la mano y me he quedado viendo la crema girando en la superficie. Era una crema hermosa, de colores cálidos trufados de estrías más claras y casi blancas, con ojos sobre el café oscuro que parecía cubierto: parecía un dibujo de Hokusai, por el que siento una enorme admiración, ya lo he escrito en otras ocasiones. Una cara de viejo, desmelenado, con los cabellos erizados y los ojos sombreados por profundas ojeras: he reparado que no era Hokusai el símil de la visión, sino Monseñor en la película Ran, de Kurosawa, de la cual vi ayer fragmentos. Aquel viejo basado por Kurosawa en El Rey Lear. la tragedia de Shakespeare, subía conmigo por los escalones montados al aire de sapelis y giraba la cabeza tratando de ver el lugar al que accedíamos.

Los fantasmas se aparecen en cualquier lugar y los sueños se repiten en el recuerdo. No le he contado la visión de la cara del viejo enloquecido a nadie, es decir: ni a Ana ni a Goyerri. Ya he escrito anteriormente que estoy enseñando a hablar a este último y vamos avanzando poco a poco; juzgo que no debo introducir en estos inicios temas tan complejos. A Ana tampoco, porque el café con leche era para ella, que estaba todavía en la cama: ¿a que preocuparla con apariciones?

¿Quien no tiene sueños que no se han cumplido? Vamos, me digo, eso no son sueños. ¿Porque confundimos las palabras? Soñar es una cosa que excede a la voluntad de uno. Imaginar es otra cosa, imaginar lo que se desea es un hecho concreto: soñar es un acto casual, o del subconsciente. Reconozco que mis lecturas de Freud, hace muchos años, no acabaron de convencerme y tal vez ni siquiera empezaron a influirme; por ninguna razón intelectual, simplemente, me costaba leerlo y más asumirlo y más apreciarlo. También lo he escrito en otras ocasiones: hay amistades que nunca cuajarán por mucho que se intente.

Entonces no hablemos de soñar, sino de desear. ¿Quien no ha deseado lo que no se ha cumplido? ¿Y luego qué? Yo deseaba en las sillas de madera del cine Gloria de la Gran Vía de Barcelona, junto al Xalet, que era colegio de niñas (de monjas) vivir una vida de cine o por las aventuras y los sentimientos de los héroes de la pantalla o por el confort de la vida que me mostraba la pantalla. Entre 1950 y 1955 solamente se huía de la miseria en el cine.
En la borrosa página de la memoria he tratado de leer los deseos incumplidos, dentro de mi ejercicio cotidiano de deconstrucción (deconstruir versión propia, no tiene que ver Derrida con esto) y algunos se han borrado para la historia. No recuerdo todo lo que deseé, ser o tener, que en ocasiones se fundían en un solo deseo; si algunas cosas, si la más esencial, la más duradera. He de reconocer que yo, a partir de los ocho años, quería solamente escribir y que ese deseo se convirtió en algo terriblemente complicado. A lo largo de toma mi vida, que va para 63 años, un deseo vivo y adormecido según el tiempo y la oportunidad, ha atravesado mis días: escribir. Dios escribirá recto en renglones torcidos, pero yo escribí torcidos en páginas caóticas y me dediqué, por casualidad buscada a otras cosas que resultaron al fin gratificantes y divertidas. Pero siempre seguí deseando escribir. No publicar, que no se confunda la intención y el deseo: escribir, sentarme a escribir algo que fuera realmente bueno. Bueno para mi, algo que yo pudiera considerar bueno, no bueno al uso sino bueno, intemporal, profundo.

Que escribo más o menos bien, mejor que peor ciertamente, salta a la vista, pero eso es estilo y a mi me resulta fácil. Pero trazar una historia y desarrollarla, decir algo que tenga sentimiento y sentimientos, algo que al leerlo se revele como una historia propia para cada lector y que la haga pensar en lo que piensan las gentes que la pueblan, que es al final de cuentas la vida y la muerte, la cobardía y el valor, la verdad y lo incierto, eso es horriblemente difícil. Hace cinco años que convivo en el interior de una biblioteca romana con dos personas: una se muere, el otro la acompaña. Acuden además los fantasmas de ayer y sobre una mesa hay libros y lámparas, y opio. Hace cinco años que yo estoy allí y les veo y sigo y escucho, les oigo respirar, hablar, dolerse, gemir, dormirse, soñar a su vez en la muerte, en el Hades, en el Jardín de Atenas; y despertar y otra vez hablar y gemir y recordar. Todo se ha ido creando durante estos cinco años, primero no era una biblioteca, sino un camino que conduce a Cayeta donde Marco Tulio Cicerón va a morir asesinado, pero luego, en una visita al Tabularium, en un atardecer, el camino se borró, quedó empequeñecido y apareció la biblioteca: yo estaba mirando hacia el Esquilino.

Cada tarde entró de puntillas en la biblioteca y permanezco en ella acechando un movimiento. Un ejemplar de De Rerum Natura está sobre la mesa, y los poemas de Cátulo, y la Ilíada, la Odisea, los Anales de Enio y los dramaturgos griegos. También Platón y la Apología de Sócrates. Y las cartas de Cicerón a sus amigos, La Vejez, La Retórica, Del supremo bien y el Supremo Mal, La República, las Tusculanas, los Discursos, todo revuelto en un proceso de edición para el que apenas queda tiempo. En la biblioteca hay unos Hermes, dos, en escultura, y bustos de Hércules, de Palas Atenea, y de los demás dioses del Olimpo. Un pórtico escalonado lleva al hermoso jardín de la finca que se llamaba de manera coloquial El Lugar de los Tánfilos.

Cuesta mucho seguir el hilo, no perder a los dos hombres que mueren de dos maneras diferentes: físicamente uno, sentimentalmente el otro. Cada día me parece entender un poco más su profundo dolor, y su resignación, y su soledad. Uno al final de la vida quiere andar el camino en compañía y cruzar el umbral dejando a los amigos al otro lado de la puerta. ¿Quien no recuerda a Bob Fosse recreando su muerte anunciada en "All That Jazz": Adios, adios vida mía, pienso que voy a morir. Pero estos dos hombres están dolor porque no hay nadie más que pueda estar con ellos salvo yo, aunque ellos ni lo sospechan.

Cuesta mucho escribir bien, a gusto entero de uno. La prueba del algodón es dejar pasar un par de meses y releer lo escrito. Volver a ello: ya no vale. ¿Qué quería decir aquí? ¿Porque ni yo mismo me comprendo? Esto, de ser bueno, no va aquí... hay días en que uno no puede escribir ni una palabra, tiene hecho un guión pero todo se desencaja, nada vale: una novela debe fluir con naturalidad, uno debe andar mirando de reojo las páginas que quedan con miedo a que se acaben y yo descubro que algo se encalla y produce crujidos terribles, que acabarán descuadernando el navío, rompiendo las cuadernas y su orden.

Sin embargo escribo, cumplo mi deseo y escribo: este blog y un libro que probablemente no llegue a acabarse nunca o probablemente si se acabe.

4 comentarios:

  1. Felicidades, por el simple hecho de ponerte a ello, que ya tiene mérito.

    Te iba a contar mi caso personal al respecto, pero lo he borrado todo, porque no viene a cuento.

    Saludos.

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  2. Umla, ya vendrá a cuento cuando tu quieras. Yo siempre ando por aquí.

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  3. Hoy el comentario me lo llevo conmigo. Que lo tengo que rumiar despacio. Como a Umla, me has dejado en silencio. No es mal regalo.

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  4. bueno, ya para que digo si es lo mismo de siempre....te leo, cada texto sin falta y empiezo a desesperarme de mis silencios y decirte lo que siento.

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