domingo, diciembre 17, 2006

Mirar y ver. Saber o sentir.




“Todo el mundo” es uno de esos conceptos globalizadores con tendencia al absoluto. Pues bien, cuando era joven, a partir del momento en que el gusto por el arte y por la literatura no era solamente fruto del propio descubrimiento, sino que venía dado por influencias, coincidí en que El Grito era una gran pintura. Ese tiempo es difícil para cualquier muchacho que quiere saber y expresar lo que sabe. Me dijeron que la pintura del noruego Munch era un absoluto entre sus iguales y que ser un absoluto quería decir que expresaba todo cuanto se debe expresar desde un lienzo enmarcado entre cuatro listones de madera: les creí, no por bobalicona tendencia a la credulidad sino porque quienes así se expresaban eran no solamente personas sino revistas, enciclopedias, artículos. “Todo el mundo”.


Vi la pintura entonces reproducida en couché, con una cuatricromía brillante y poderosa: ya se sabe que cualquier impresión tiene el tamaño que la imaginación de quien que la contempla le da; para mí El Grito era un cuadro de gran formato, no podía ser menos, y en su enormidad se percibía en él la desesperación de un hombre la soledad, que gritaba su aislamiento. ¿Pedía auxilio? Detenido ahí, congelado sobre la bahía que cruza el puente de madera que Munich repite a lo largo de su vida plasmando caminantes aislados, solos o en grupo, el muchacho (deduje que lo era, un joven, una adolescente) se llevaba alas manos a la cabeza y gritaba como si le fuera a estallar aquella, aterrado, o a gritar de manera aterradora, pues no es lo mismo que el terror esté dentro del cuadro o que se transmita al exterior. Como ninguna sensación, como ningún sentimiento: cuando son trascendentes alcanzan la humanización, son verdaderos.


Hace muchos años, era yo joven, un amigo mío pintor, de la escuela de paisajistas catalanes de los 50, me dijo tomando en su casa una brandy, después de cenar, que había pintores y pinturas que solamente podían ser juzgados por expertos, porque pintaban y existían para expertos. De acuerdo, le dije, puede ser, pero ¿a quien dirigen su pintura? A todo el mundo, a los compradores, lo importante no es el cliente, sino el juicio y el juicio lo ponen los expertos. Pintar, seguía diciendo, es un arte vocacional y comercial y en ocasiones tiene uno la suerte de conseguir que ambas actitudes fluyan en paralelo sin molestarse. Vaya, me dije: esa es la misión de la crítica, salvaguardar la vocación preservando lo comercial. Quien compra, le dije, no está entonces obligado a entender de pintura. Naturalmente no, eso era un detalle insignificante. Recuerdo que el sentido de la palabra insignificante, tan usada en la vida cotidiana, me asaltó ese día con sofisticada rudeza: las cosas significan qué según para quien. Años después conocí de oídas a un tío de un amigo mío que autentificaba cuadro de Santiago Rusiñol con desparpajo y rigor comercial.


He visitado en varias ocasiones Escandinavia, y concretamente y de manera especial Noruega. Es un país que me gusta y en el que me siento extraño con mucho placer. No es fácil sentirse escandinavo y absurdo empeño intentar hacerse sentimentalmente a sus cosas. En uno de los viajes, acompañado por motivos profesionales por un grupo de periodistas expertos en cocina y buena mesa, visité el museo Munch en Oslo. Era febrero, frío, nevado, gris, un febrero en que el sol aparecía como tonalidad apenas. Visitamos el museo por la tarde, después del almuerzo, y las luces del exterior que penetraban en él por sus cristaleras, perfectamente encajadas en la traza nórdica y moderna del edificio, era un pálido reflejo de blancos ambarinos y de grises perlados. Nos separamos; yo deambulé por los cuadros sintiendo una desazón ante aquella acumulación de imágenes terribles.


Me di cuenta de que los ojos de Munch habían mirado y visto y que yo, a través de los cuadros, debería mirar y ver lo que él había mirado, que no era lo que su mano había desarrollado pincelada a pincelada. Munch, que deambuló por todas las vanguardias que coincidieron por su vida, dotado para la pintura, expresó su tragedia de solitario, misógino, huérfano eterno, aterrorizado por la muerte, alcohólico, con temor culpable por el sexo, y más, y mucho más. La pintura de Munich, expuesta en su mueso cuadro junto a cuadro, , me mostró un mundo para mi inalcanzable en su siognificación. Y cuando llegué a El Grito, lo hice intuyendo que no me iba a gustar y que lo que “todo el mundo” pensaba del cuadro, iba a ser distinto de lo que yo empezaba a pensar justo en ese momento de la visita.


Y ciertamente no me gustó: pequeño, apagado, confuso, el terror del adolescente gritando ya no era el mío, no era colectivo, era simplemente la enfermedad de Edward Munch. ¿Porqué tenía que gustarme? ¿Por su calidad pictórica? No estaba preparado para distinguir caracteres técnicos, paleta cromática o excepcional vanguardia. ¿Por la transferencia emotiva? No podía entrar en aquella mente enferma, aunque si intuirla y sentir por el autor piedad. Despojado pues del saber ver, después de haber mirado, me quedaba el sentir y no sentía nada afectuoso. El Grito y con él toda la pintura de Munch, me era indiferente.

Toda no: de repente me detuve ante una tela de tamaño pequeño: La Pubertad. La pobre muchacha, adolescente también, solitaria, desnuda, sola en su gama de grises y azules fríos, que amoratan su piel que sin embargo mantiene rosas de vida, amenazada por la terrible sombra de la muerte en la pared - las sombras del cerebro del pintor- no se exasperaba gritando desesperanzada, sino que en su terrible desnudez se sabía sola y condenada. Compone, sin embargo, con mucho pudor, un desnudo sugerente de un cuerpecito que se muestra cuando todavía no es, cuyos bracitos ocultan con timidez el sexo, cuyos pechos empiezan a florecer: es en si una muchacha en flor, que escribiría Proust, con la condena a cuestas de una vida para la muerte. La muchacha me atrajo, capturó en mi la sensibilidad por su mirada, profunda. Siempre he sentido una gran atracción por las miradas que salen de las pinturas y llegan al espectador, lo anudan en el acto y lo convierten en parte del instante que fue el pintar, o el posar.Me aparté de la pintura emocionado y entré para ver la sala donde se exponen las impresionantes fotografías hechas por el pintor en murales de tamaño considerable. Munch, allí, se reúne con el siglo XX y es vanguardia: su territorio sigue siendo terrible; las dobles exposiciones, los cuerpos de su hermana y otras mujeres, sus desnudos, los fantasmas que salen del gris desvaído de la química, me impresionaron mucho: muchísimo. Me reuní con mis compañeros de viaje y alcancé a oír a una reconocida intelectual, mujer culta, articulista y más cosas que adornan su currículo, que decía a quienes querían o alcanzaban a escucharla: “¿Sabeis? Delante de El Grito he sentido la necesidad de cantar el Magnificat”. Hay veces en que no estoy a la altura de las circunstancias, pensé yo, condescendientes, pero enseguida caí en que aquella mujer era hija de un afamado pintor de principios de siglo y que, probablemente, la pintura tenía para ella otro significado que para mí; miraba y veía y sabía y eso condicionaba su sentir. Yo solo miro, veo y siento. Pacté una tregua con el pintor y salí a la noche de Oslo, a la que azotaba una ligera ventisca.








2 comentarios:

  1. No es la sombra de la muerte Luis. Es la sombra de la mujer madura que llegará a ser y que ahora, en este su tiempo, le da la espalda. Pero un día la mujer se dará la vuelta en la pared... y velará por esa niña que posa con pudor para unos ojos que la miran Viéndola proyectada también en el futuro... y la mujer la rodeará con sus brazos cuando la joven no sea más que un fantasma de ella misma. En realidad esa mujer siempre ha estado ahí con ella. Quizás pues sea la sombra de la Vida Sintiente, que está a punto de realizarse...

    P.S: es que he vuelto aquí porque hoy he necesitado linkearte ya que ha salido 'el grito' a colación y tu punto de vista me ha Encantado. No por el grito, o no solamente... si no por lo que dices de ese ''todo el mundo''

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  2. Jasandra, es una magnífica y compasiva mirada al cuadro. Gracias pòr venir y por opinar.

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