viernes, diciembre 15, 2006

El trampantojo


La imagen que publico hoy es un trampantojo de mi jardín; un trampantojo porque no es cierta aún cuando lo parece. Los inmensos árboles del fondo están más allá aún cuando parecen integrados en el interior del recinto. El cedro y la picea del primer plano enmarcan a las dos hayas jóvenes que muestran sus hojas rojas de final del otoño, tan benigno que aún no han caído completamente. Más allá el sendero de graba bordeado de bojes enanos crea un espacio para el ciprés. Hay frutales por en medio de todo ello y al final, como si fuera mi paisaje, los árboles de jardines centenarios que pertenecen a las fincas de recreo de una aristocracia desaparecida.
El trampantojo es una de las tradiciones barrocas que me resultan fascinantes. Es el arte de mostrar como cierto lo ilusorio, es el delicioso engaño para el ojo que llaman los franceses "trompé l'oeuil" y que según se diga parece más adecuado que su versión castellano donde la jota suena hostil, pareciendo acusar a la mentirijilla de algo mucho más grave. Hoy, los trampantojos que se hacen no tienen la gracia de jardines escénicos, de arcos abiertos al mundo que no es, que es justamente el que más es porque al verlo e imaginarlo, lejos de la realidad, se le hace de verdad, se le pone en pie con la fuerza de la vista, que no de la imaginación. ¿Quien puede negar que aquello que se ve es lo cierto? ¿Quien puede tachar de falso lo que necesita tan solo alargar una mano para tocarlo? Guárdese quien sea de tocar como un santo Tomás para no llevarse una desilusión por la vía del tacto. Engañar al ojo es en suma, la más bella hazaña del que, hecho a concretar la realidad, la convoca y proyecta en una pared que por su esencia física la hace imposible.
Viene todo esto a la idea que tengo de que la realidad es mejor cuando es falsa e imaginada, y escribo "mejor" dejando la palabra en el más absoluto relativo; escribir "mejor" es arriesgado porque difícil es precisar que es lo mejor, y mejor que qué, o en su defecto porque peor... Pero hechas esas salvedades, la realidad irreal, es decir, la vista, de la que no sabemos que es falsa o cuando menos equivocada, es la mejor por estar cargada de los atributos de la imaginación y de sus propias necesidades, que las tiene, para establecer un mundo propio de ensueño. Mi jardín es mejor visto en la fotografía de lo que es realmente y si no dijera nada, llevado por una absurda vanidad, podría dar lugar a que los demás creyeran, al verlo, que es jardín importante, que no lo es. Los atributos que en la fotografía podrían deducirse son edad (esos árboles enormes necesitan tiempo para llegar a esas alturas), dimensión y cierto toque de jardín francés que desde ese ángulo, por el boj y la explanada de grava rosa, lo parecen. Si la foto mostrara la realidad de los árboles del fondo veríamos unos jardines semi abandonados, de enormes árboles en los que se solazó (así se decía y queda bien escribirlo) gente importante en su época: Alfonso XIII tenía aquí una amante y pasaba noches ardorosas: él se alojaba en El Bohío, casa que aún existe rodeado de un bellísimo jardín muy cuidado propiedad de un buen amigo nuestro y ella vivía en La Choza, delante mismo y al otro de la Nacional, casa que está ahora en mal estado de conservación, con un jardín alrededor que tiende a la decadencia. Algún conjunto adosado al fin acabará con ella. Y así es el jardín donde esos árboles han crecido, son por cierto sequoias, donde los coches de las familias que pasan algunos días al año se guardan entre los troncos, sin orden ni concierto.
Si la fotografía tuviera dos caras sería complicado saber a cual quedarse, con que versión podríamos tener certidumbres. Daríamos vuelta al trampantojo y lo tomaríamos por real, y en la otra cara podríamos pensar que la realidad es menos impactante de lo que se nos muestra, porque nunca tanto abandono y vulgaridad deberían invadir los rastros de la belleza imaginada. Lo cierto es que siempre nos quedamos cerca de aquello, por elección sentimental, que mejor despierta nuestra nostalgia, que es, según he leído no recuerdo en quien, la añoranza de lo que no ha existido.
Hoy, he hecho una amiga mientras caminaba por el prado con Goyerri, al que por cierto estoy enseñando a hablar, creo que con éxito. Veremos. Pues mientras caminaba por el camino que circunda el prado y linda ya con el bosque por un lado y con las viejas mansiones por el lado de la Nacional VI, he alcanzado a una mujer joven, que con un perrillo chico, cojo y viejo y un bebé de seis meses en un cochecito, paseaba bajo el sol espectacular de este final de otoño. Será porque inspiro confianza por mi edad y aspecto, o por que los perros unen mucho y facilitan la relación cordial, hemos empezado a hablar y paseado juntos un buen trecho. Es vecina desde hace dos años, aunque nunca la había visto. Vive con su marido, el perro, el bebé y una niña de cinco años, los hijos de la pareja, en un chalé por el que paso a menudo en mis paseos, pero en cuyos habitantes había reparado nunca. Ni Ana, a la que le he contado la nueva amistad. Hemos hablado del bosque, de los paseos por él, de libros, de profesiones (es arqueóloga) y de su nostalgia de los tiempos, no lejanos, en que trabajaba dedicada de pleno a su profesión, cosa que ahora no puede hacer porque el bebé le ocupa con su necesidad de cuidados. Volverás a tu profesión, le he dicho y me ha contestado que no lo duda, pero que la nostalgia presente es por los buenos tiempos pasados; ahora, en la casa del bosque, enfrentada al Arroyo Mayor, que baja casi torrencial estos días, ve de refilón desde su jardín la carretera por la que descienden coches y camiones desde Madrid, o van a ella y la acompaña el rumor de las aguas que forman remolinos y pequeñas cascadas, muy pequeñas. Me ha dicho que hace pequeños trabajos ligados a su profesión que es al tiempo vocación; la verdad es que está sola gran parte del día esperando que vuelvan los buenos tiempos pasados. Cuando vivnieron a vivir aquí, compraron la casa y la acondicionaron, no pensaron en esto, en que los tiempos idos acabarían siendo nostalgia. ¿ Y de repente me ha surgido la pregunta que da lugar a esta entrada en el blog: ¿no será la nostalgia, en si, un trampantojo?

3 comentarios:

  1. Buenos días. Te escribo con la esperanza de que este comentario quede por fin grabado, aunque después de leer un texto tan completo, poco me queda por comentar.

    La diferencia entre la nostalgia y la melancolía es precisamente la carga de idealización que conlleva la primera. El trampantojo es un engaño que no percibimos, inocente; mientras que la nostalgia es una imagen recreada más hermosa de lo que fue, conscientemente. Quizá la diferencia entre nostalgia y trampantojo está en el sujeto creativo que produce las imágenes.

    Tu jardín, visto desde aquí, es encantador. Y creo que si lo viéramos desde tu perspectiva, también nos seguiría encandilando igual.

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  2. Exactamente Umla, esa es la cuestión. La nostalgia sería en mi reflexión nuestro trampantojo personal, creado por nosotros para evadir una realidad que no nos satisface.

    Por cierto que, para evitar los problemas que estoy teniendo, he creado un blog nuevo en otro sistema y derivo a él la lectura. Se llama igual, pero es bitácora: http://enelbosque.bitacoras.com.
    En el blog último está el redireccionamiento. Espero a ver que hace Bloger con el problema, porque no es mío, es de la versión Beta.

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  3. Siempre con ideas e imágenes bellas, amigo luis. Espero que cuando Goyerri se suelte a hablar no le prohibas hacerlos con desconocidos. O, al menos, dile que él no es un desconocido para mí. En cuanto a los trampantojos, también a mí me gustan. Tienen siempre algo misterioso ¿será que en realidad no tienen fondo? Como la nostalgia...Besos.

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