jueves, noviembre 23, 2006

Un hermoso lugar




Al pueblo lo atraviesa una carretera nacional, que es lo mismo que un bisturí cortando por lo sano. No solamente corta la geografía en dos, siendo la del este de menor categoría que la del oeste. La categoría se mide por calidad de las casas, origen de ellas, familias que las construyeron inicialmente aunque hayan abandonado el lugar hace ya tantos años que solamente queden los nombres desvaídos en esa extraña cosa que se llama memoria.

La parte del oeste es la que se empina a Aguas Vertientes, y en ella abundan las casas de un siglo, más o menos, viejos caserones de ladrillo y piedra, de estío, para grandes familias con jardines amplios y casa de guardeses, cochera y cobertizos para la leña. Generalmente, ha sido divididos por dentro en apartamentos en los que han encontrado refugio los restos de otras vidas que tienen su normalidad a lo largo del año en Madrid o Segovia. Desaparecidos los fundadores de la saga, los hijos han ido distribuyendo plantas que luego se han vuelto a distribuir para los nietos y han ido reproduciéndose baños y cocinas con electrodomésticos que atesoran muchos años y más usos, además de mugres familiares que se posan también en las paredes pintadas directamente sobre viejos papeles o maderas más o menos nobles.

Termina la colmena por vender la casa para repartir el patrimonio y sacan a la calle los muebles: ayer, no más lejos de ayer, en la puerta de una de esas casonas de piedra en cuyo parque se alojan dos viviendas, se amontonaban colchones sucios, somieres desvencijados, una nevera que merecía la baja por agotamiento y sillas, cajones, el cuerpo de una cómoda y barras para colgar cortinas de raíl, de las que penden como despojos los cordones. Toda esa suciedad, sacada a la calle a la espera de que pase el transporte del Ayuntamiento, no es sino la muestra de un decaer de las formas, un mostrar las miserias más absolutas en las que se esconde la inmundicia depositada en sofás de skai que tienen ya más de cuarenta años.
La carretera que corta al pueblo como un bisturí enfrenta en el centro de él a los comercios y a las viviendas del paisanaje que durante los años de la fundación de este lugar como "la Suiza de Madrid" allí por los albores del siglo XX, actuaron como los comerciantes y el servicio que cuidaban de las mansiones, entonces nuevas. Restaurantes, bares, colmados, una zapatería, dos peluquerías, un estanco, un par de inmobiliarias, la gasolinera, una asesoría contable, la telefónica, una tienda de fotografías, un almacén general, una ferretería, varias carnicerías, dos pescaderías, una tienda de flores, dos de objetos de regalo, un supermercado, un locutorio telefónico, un gimnasio, un cine cerrado, una sala de esparcimiento cerrada, un taller mecánico de coches, una veterinaria, la tenencia de alcaldía, la oficina de correos y tres bancos, a groso modo, crean un paseo comercial en el que habita la gente que se conoce hace años, se saluda, se detienen a hablar, se cuentan sus cosas y siguen su camino. Un poco más arriba, subiendo hacia el bosque por la calle perpendicular a la Nacional la piscina, con su enorme pradera, la pista de tenis y la de padel, cubierta y con paredes de cristal y más arriba las escuelas, un edificio de extraña modernidad que me recuerda mucho al Sanatorio antituberculoso de Sert en la calle Tallers de Barcelona: será por el color verde y por una cierta racionalidad de líneas que apunta a Bauhaus.
El lugar entre bosques es hermoso y cuando nieva, lo que empieza a suceder por estas fechas y debería estar al caer si no fuera porque el año viene extraño y los fríos con retraso, adquiere un aspecto de postal navideña que se ve en la foto de arriba, en la que aparece la porción de pueblo que es casi arrabal en la que yo vivo, de hecho en ese prado que arriba a la derecha dibuja la cerca de las casas en una especie de trapecio, está mi casa: la que está en el centro de la línea que forman tres. Pero sucede que al poco de vivir aquí, sin que se marchite la hermosura, acogido con sonrisas por los vecinos, empieza a tomar cuerpo la memoria silenciosa, el bisbiseo que te cuenta uno y otro: hubo quien denunció a vecinos que fueron fusilados en la guerra civil y que afirmó públicamente su alegría por la muerte de los otros; hubo quien saqueó casas y haciendas amparándose en su camisa azul y su brazo en alto; me hablaron de la existencia de una especie de agrupación juvenil con un guía o monitor de sexualidad confusa; parejas intercambiadas en amoríos secretos dejaron un rastro de escándalo, yéndose unas y quedando las otras; quien aprovechó la ignorancia de los demás para apropiarse de terrenos en testamentarías; deudas no se pagan y enemistan a gentes por más de cuarenta años; algún suicidio por amor o desesperación; ruina por el juego; se cuenta y no se para que dicen los viejos mientras la gente sonríe y las viejas casonas sacan su mugre a la calle para que el transporte del ayuntamiento se la lleve.
Todos los lugares del mundo esconden sus miserias, me digo, y también guardan su belleza hecha de sentimientos y emociones. Así es la gente, me digo y no se porqué me viene a la memoria esa espléndida película de los hermanos Cohen que es Fargo.

2 comentarios:

  1. En un lugar como ese, es lógico que escribas las cosas que escribes. De algún modo te inspira o te influye, no? Parece un sitio perfecto para la reflexión incansable.

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  2. Claro que me influye, piececitos, por que el tiempo fluye muy natural entre pensar, leer, escribir, pasear por el bosque, trabajar en el jardín, preparar leña y cosasasí.

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