jueves, noviembre 23, 2006

Un día sin nada

El día, desapacible, se ha enseñoreado del espíritu del que escribe, y entre vientos y nubes, bajando las temperaturas, le ha robado el día que ha perdido, que las dos cosas son la misma. Vino alguien a casa hace una semana a reponer un cristal del invernadero y se volvió a marchar sin hacer el trabajo: el cristal llegó roto. Hoy ha vuelto y ha sucedido lo mismo: esta vez por las medidas que no coincidían. Estaba oscureciendo, casi las 18,00 pm y apenas nos veíamos las caras, pero me ha parecido observar en el una cierta tristeza. "Volveré en unos días" me ha dicho y he pensado que tal vez lo apropiado sería no hacerlo, porque se expone a volver con un cristal que tampoco sea adecuado. Al marcharse me lo ha alargado (era un cristal pequeño, de forma trapezoidal y no más de 30 centímetros de lado más largo) y me ha dicho "no lo querrá usted para algo"; le he dicho que no, consciente de que en su voz, ya he dicho que no veía su cara, flotaba una cierta desolación. ¿Que voy a hacer yo con un cristal que no tiene medida para ninguno de los huecos que hay en mi casa?
Estamos en ese momento del otoño en que las nubes se deslizan bajas sobre nuestras cabezas y ocasionalmente algunos jirones de ellas nos envuelven. Parecen un grabado japonés, o un plano de una película de Mizouguchi. Flotan gotitas de agua en el ambiente y cuando salgo a pasear a Goyerri, o él a mi que es cosa que no tenemos nada clara, aún sin llover mi impermeable se empapa de gotitas minúsculas, redondas, sujetas a la superficie de fibra roja hasta que el calor del interior de la casa las seca o evapora, que es lo mismo.
Todo el día detrás de corregir unas páginas que se me resisten, no por su complejidad si no porque me he levantado sin estar para ello. Pasa con los días que no se está para según que cosas y es mejor dejar que el día se vaya sin molestarle más que en sus horas señaladas, que son desayuno, almuerzo y cena. En estos días no hay sonidos e incluso la música que suena en el reproductor acaba por desaparecer cuando se consigue acomodar su volumen al aconsejable, no demasiado estridente, sonando por decir algo, hay en el bajo de lo consciente. Suena el timbre y es la cartera con un certificado. Está embarazada me dijo un día no hace mucho, apenas se le nota, y está preocupada por su trabajo, porque están reagrupando las oficinas de correo en la comarca y ya se sabe lo que ello quiere decir. Salgo a preguntarle por su embarazo y veo que quien baja del coche no es ella, sino otra que bes igual que ella, también con un pluma naranja y una corona de ricitos menudos en torno a la cara, perdiéndose por su nuca. De cerca ya se ve que no es la primera y temo por ella. Le pregunto y me dice que la han despedido: "dicen que somos muchos, pero no se yo. Nos han dado más zona para repartir" Tiene una carita de manzana, ya se sabe como son, sonrosadas pienso que por el frío que ya va haciendo.
Para Chema el jardinero un momento su furgoneta nueva delante de casa y llama a la puerta; quiere ver el jardín al que tiene que venir mañana para recortar el borde del césped, retranquear lo cosa de un metro en todo el perímetro para ganar espacio para unos arriates en los que pondré bulbos y aromáticas: los bulbos ahora, las aromáticas en primavera. Toma sus medidas mentalmente, no se para qué, y se despide hasta mañana. Cuando sube a la furgoneta le recuerdo que necesito unas piedras para el jardín japonés que me he inventado. Me las promete y se va.
Durante la mañana el coche de Samuel N... ha estado aparcado delante de su casa y he estado en un tris de pararme allí y llamarle, tomar con él una cerveza y hablar un rato de cosas nimias, pero no lo he hecho. Por la tarde ya no estaba. Vive en la gran casa a la que venía Alfonso XII a pasar finales de semana y de paso tener aventuras románticas con algunas damas que por aquí veraneaban. El jardín de la casa, de tipo parque, tiene en sus inicios más de 100 años y hay cedros y pinos que levantan muchos metros hacia lo alto y que alcanzan un considerable diámetro. Es hermoso pasear por este parque porque uno se incorpora a una realidad admirable, la del tiempo pasando y enriqueciendo la belleza.
He intentado leer a media tarde, un rato, sin demasiada convicción por lo el día desapasionado que me ha caído encima y en tomado de la biblioteca uno de los libros que se amontonan para leer, y que dejo allí para ocasiones desconcertadas. En esta ocasión son tres volúmenes que aparté para hojear al tiempo: Enrique de Ofterdingen, de Novalis; Los dioses en el exilio de Heine y los poemas de Holderlin. Debí pensar en lo interesante que podía resultar un acercamiento conjunto a los tres autores que son contemporáneos, sus años de nacimiento son 1770, 1772 y 1797. Sorprendo un verso de Holderlin que me llama la atención y que reza "Más ¿donde están los predilectos de la fortuna? y pensando en que esa pregunta todavía hoy no tiene respuesta, dejo el libro a un lado y pienso en nada, en medio del silencio, que como he dicho es el ruido que nada significa.

4 comentarios:

  1. También yo me hago esa pregunta. El día no ha estado muy afortunado para tí, según leo, hasta aquí llega cierta grisura y sensación de vacuidad. No hablaré del mío, que ni siquiera ha tenido un jardín sobre el que pensar en poner bulbos. Besos y hasta pronto.

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  2. Isabel, lo que pasa es que se ha ido poblando de pequeñas miserias que han acabado por derrumbarme en la nada. Si el cristalero hubiera acertado o la chica de correos hubiera conservado su trabajo, todo hubierra estado mejor. Son los accidentes que conforman la realidad. En fin, te deseo mejores dñias.

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