sábado, noviembre 25, 2006

De las dalias en otoño


Durante todo el verano ha crecido entre las dalias una borde. A estas dalias, que tienen ya tres años, las planté yo semillando, las trasplanté a macetas hasta que empezaron a apuntar capullos y luego las llevé al macizo en el lugar que les había destinado. Fueron una veinte plantas de las que regalé el primer año dos. Salieron de aquí, para secarse una porque no la regaron y para vivir esplendorosa la otra en un patio en una casa amiga en la Mancha, echando unas flores naranjas que cuando las vi hace unos meses me produjeron el placer inmenso.

La dalia es una planta fuerte, espléndida, que echa unas flores maravillosas, un auténtico prodigio de geometrías superpuestas, de pétalos finos y equilibrados, de colores entonados en una amplia gama de pasteles. La prefiero a la rosa por su modestia, una especie de actitud humilde que la hace preferir el brillo silencioso de su belleza a la vanidad pretenciosa de la rosa y el rosal: además, la dalia no complica el acercamiento con espinas. Como el narciso, todo es presencia evitando el protagonismo y persiguiendo una existencia coral. A diferencia del narciso, la dalia dura en floración todo el verano y parte del otoño, o mucho otoño si es benigno y largo como lo está siendo este.

Cuando llega esta fecha saco los bulbos de las plantas y los llevó al invernadero, donde, en una cierta penumbra, deben secarse y aguardar entre serrín a la próxima primavera. Los bulbos, año tras año, crecen con desmesura, alocadamente, uniéndose los nuevos a los viejos en racimos inmensos que me recuerdan mucho, por su forma y aspecto a las imágenes medievales de la mandrágora. Tienen estos la ventaja de que no se quejan aunque no se si son venenosos y de esto, en el jardín hay mucho que precaver, porque en una ocasión y como por nada sujeté un bulbo de lilium entre los dientes y sufrí una hinchazón tremenda acompañada de picores, escozor y algunos dolores com no se si nerviosos o musculares.

Cuando la dalia de que hablo empezó a crecer hacia lo alto y hacia lo ancho, me sentí sorprendido ya que dejaba atrás a todas las demás que la rodeaban. La saqué con cuidado y la llevé a un extremo del macizo para que no estorbara a las demás con su gigantismo; mediado el verano comprendí que era borde, es decir: no iba a dar flores. Por alguna razón su crecimiento se había ido por otro lado, había tomado un camino de la naturaleza que no era el natural entre las suyas, y aquejada de gigantismo parecía ir para arbusto esplendoroso, privada de la natural función de dar flores. Chema, el jardinero que viene de vez en cuando para ayudarme y aconsejarme, fué tajante: "pa Triana" sentenció, que es la manera que tiene el de decir que hay que acabar con cualquier tipo de planta que no cumple su específica función embellecedora. Le dije que si, pero no. Chema no tiene manías y no ama especialmente los jardines; los hace, los construye y los cuida durante un mes o más, no llega a encariñarse con ellos. Cuando viene a casa, dos veces al año lo hace, una en otoño y otra en primavera, para recortar lindes, limpiar arriates y parterres, ayudarme a trasplantar algún arbusto, replantar lo necesario y dejar listo el lugar para el invierno. No es que no le guste su trabajo, que tampoco demasiado, pero por él le pagan y eso crea simpatías entre el uno y lo otro, sino que no le importan los jardines más de lo que él considera que deben importarle.

Preferí dejar la dalia borde en su rincón, entre sus compañeras de especie y el seto de madreselva que pusimos en la linde sur del jardín. Plantamos ese seto contra el consejo de cualquiera que al pasar por allí lo viera: eso no va a coger, decían, nunca se ha puesto por aquí. Dar a lo no hehcho antes carácter de dogma es cosa de mucha gente que cuando ven que la madreselva ha cogido, vienen a decir: caramba, pues, ver para creer. Es bien verdad. Cogió la madreselva y en verano se puebla de pequeñas flores amarillentas que huelen al aroma dulzón y espeso de la madreselva, las mimosas y los jazmines. Quien los ha olido sabrá de que estoy escribiendo. Tiene la contrapartida que atrae a las avispas que construyen nidos cerca: contra algunos me veo obligado a actuar si por la proximidad se acercan demasiado a la parte del jardín en la que solemos aposentarnos para leer, almorzar o pasar la tarde leyendo o simplemento mirando.

Dejé pues a la dalia que creciera y alcanzó una altura de metro y medio y un diámetro de casi un metro, centímetros menos, pero no muchos. Llena de hojas verdes, frondosa, abundante en ramas que se abrían al exterior, produciendo madera del año con grosor y dureza, la dalia borde, se aferró a su lugar y encontró su crecimiento y su ápice de belleza. Su verde más claro que el de la madreselva, pálido y algo desvaído en comparacion con el fondo, resaltaba los volúmenes de la esquina y cuando el sol del oeste la iluminaba producía una alternancia de sombras y claroscuros que parecían uno de los rincones de las pinturas que Santiago Rusiñol pintara en Aranjuez a principios del siglo XX. Un impresionismo tardío cargado de melancolía dulce. Los jardines crean sus propios rincones en complicidad con la luz y con lo ue allí crece, y es tarea gratificante encontrarlos y disfrutar de ellos deteniendo la vista.

Recogiendo estos días el jardin para que pase el invierno, esperando la nieve que igual no cae tal como van las temperaturas, empalé con la jardinera las raíces de la planta y extraje un bulbo enorme, cargado de adherencias. Iba a tirarlo reparando tan solo en que al no dar flores no servía para nada sino para robar sitio a sus compañeras que este año han de crecer más, ya que el añadido de bulbos al racimo hace a la planta tener mayor dimensión y capacidad para echar flores en abundancia. Pensaba pues dejar pudrise al bulbo a la intemperie y olvidarme de él; pero caí en la cuenta al observarla que su crecimiento y situación no habían estado vacíos de belleza, ya lo he dicho y que si una vez le salvé la vida, no había razón para no dejarla vivir en su anormalidad, carente de una función principal desde el punto de vista de su especie, que es la polinización, y de una secundario que es la de aportar flores como parte de un cupo de belleza asignado. ¿Solamente la belleza de la flor justificaba su vida? ¿No había siso bella en su rincón llenándolo de una frondosidad que luz había sabido agradecer? Retiré el bulbo y lo llevé al invernadero; lo guardé aparte para no confundirlo, imposible además por su tamaño, pero la memoria es olvidadiza de otoño a primavera y he empezado a buscarle un lugar para que viva, bien es verdad, apartada de las suyas, que son las dalias normales. Hay tantas maneras de producir belleza que es mejor empezar cuanto antes.

14 comentarios:

  1. Su dalia es una dama estéril. Quizás nació para dama de compañía. Pero me gusta su historia. Porque es como la de muchos hijos o nietos. No damos los frutos o las flores que se nos esperan... Me gusta su acto compasivo. Y si yo tuviera un jardín. Quisiera que mis plantas fueran ellas mismas. Y creo sabría verlas igualmente bellas. Quizás hasta más.

    Aquí hay un haya roja enferma. No sé si ya se lo he comentado a usted en alguna ocasión. Es espléndorosa aún. Pues bien, eso dio una forma extraña a un jardín francés. Una marquesa la quiso dentro porque era su árbol predilecto. Ahora el haya tiene cáncer. Y agoniza con sus ramas enlazadas a otro árbol a quién quita el aliento una cruel planta trepadora. No sabría decirle cual ni qué árbol. Pero los dos se mueren. Y a mí me ha parecido a veces que se mueren de amor el uno por el otro. Quizás porque es otoño

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  2. Tómate mi silencio, cuando esté presente, como una muestra de admiración.

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  3. Kasandra: Quizás me lo haya contado, pero recuerdo que me habló de un arbol en el que los niños trepaban. La vida de los jardines es la vida nuestra, como una extensión de la mirada cuando se mira.
    Muchas cosas, en la vida, se reflejan en la relaciones d elas plantas. No se si sabemos verlo, pero es así.
    Mi dalia tiene su simpatís, se lo diré mañana, cuando salga la luz del día.
    Por otra parte, los hijos y los nietos dan las flores que pueden dar y quien más espera más se desconsuela, que se le va a hacer...

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  4. No, aquel era otro árbol... a mí me parecía haberle hablado de uno... aquel un carpe. Y cerca de esta haya majestuosa... dos tejos más que centenarios... Mi abuela cultivaba un jardín. Se lo sacó de la manga ella. Se lo comió al terreno de un barranco que era una selva de hartos. Siempre me gusta recordarla así. Y luego mirando las flores por la ventana con ella mientras me contaba cosas de todo :)

    Sí, lo que abarcamos con la mirada. Todo es una extensión de la vida. A mí las plantas me generan muchas sensaciones ... y no sólo sensoriales. El mundo vegetal es amable. Es generoso. Parece un regalo.

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  5. Kasandra, no puiedo estar más de acuerdo con tu percepción del mundo vegetal: creo que es una extensión de nosotros, un poco parte de nuestra medida biológica, que no quiere decir nada en concreto, pero creo que se entiende. Cuando veo un arbol o un camino en el bosque, o la misma extensión del prado, del que la mitad no se puede construir porque es monte público, creo que estoy en el paisaje natural mío.
    Por cierto, tengo en mi jardín dos hayas rojas, jóvenes, que están haciéndose, de las que hablaré algún día. El haya roja es preciosa, tan tiesa, esbelta, con ese color de la hoja en otoño...
    Bueno, como dices a veces, buenas noches

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  6. ¿Hay fotografías en este su bosque de su jardín? ¿El de esas hayas? Y sí, buenas noches amable caballero :)

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  7. Me emociona ese instante en que decide continuar guardando su dalia...lo he vivido también en otras circunstancias..
    Un gran abrazo desde esta lejanía!!

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  8. Esa dalia me recuerda a Juan Sebastian Gaviota: alguien que decide seguir un camino diferente.
    No sabemos a donde llegará, si es que llega a algún sitio. Pero si no le dejamos intentarlo nunca lo sabremos.

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  9. Ventura, es una estupenda comparación porque rezuma optimismo.

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  10. Realmente bello este artículo, me ha recordado a las anotaciones de Jünger, cuando describe la naturaleza que le rodea; ya fuera en su jardín de Wilflingen, ya en cualquier parte del mundo. En ellas
    logra su prosa aproximarse a la poesía. Puesto que compartimos aprecio por Spinoza, reproduzco la dedicatoria, y la cita introductoria a su ensayo "La paz"
    , que por motivos obvios, me parecen singularmente hermosas:
    "PARA MI QUERIDO HIJO ERNST JÚNGER.
    NACIDO EL 1 DE MAYO DE 1926. CAÍDO EN ACCIÓN DE GUERRA EL 29 DE NOVIEMBRE DE 1944 EN LAS CERCANÍAS DE CARRARA".
    I LA SIEMBRA
    "El odio que es vencido enteramente por el amor, en amor se trueca; y ese amor es por ello más grande que si el odio no lo hubiera precedido".
    Spinoza, Ética, proposición 44.

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  11. Careiro, siempre agrada encontrate con un texto de Spinoza, y más con este y en tal lugar.

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  12. Vb: me da un enorme gusto verla por aquí de nuevo. Le devuelvo el abrazo.

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