miércoles, noviembre 01, 2006

Amaneceres en el Día de Todos los Santos

1. La luz:
No es el sol brillante de ayer sino enmudecido por unas nubes extensas, en capas, de color blanquecido teñido por el azul de la atmósfera, con pequeños claros entre ellas. ¿Donde la explorión de luz de los últimos tres días? Uno parece acomodar su alegría a la luz que tiene y no tiene y si cae en ello puede comprender que eso es nada y enderezar el ánimo, pero si no lo percibe y se deja llevar por la natural pereza en el pensamiento, entraría posiblemente en melancolías que no desea y acabará diciendo "no se que me pasa hoy, estoy como hundido".
No hay pozo del que no se pueda salir, basta encontrar el agujero superior sobre el que debe brillar una luz salvadora. Pero si la luz es toda, si el día se anuncia luminoso, el despertar también lo es.

2. El rencor
Hay cierta maldad en el propio pensamiento de cada uno cuando amanece rencoroso, aún sin tener razón para ello, aunque esa es opinión del sinpensar, que siempre hay una razón aunque se ignore. Cuando se amanece rencoroso una mira a su alrededor hosco, calla, quiere parecer enfurruñado y lo parece y contesta a las preguntas con monosílabos. Espera pacientemente a que una palabra pueda despertar del rencor que lleva dentro una salida al exterior, amparada por ciertas razones en lo que acaba de oir; siendo el rencor propio, para expandirse, necesita de una víctima que pasaba por allí: "que tontería más grande has dicho" espeta sin otra razón que la malevolencia acumulada. Será el momento de empezar a desgranar las causas del rencor, el recuerdo de cosas mínimas quer solamente el estado de ánimo engrandecen.

3. La melancolía
No se llega a ella sino que viene puesta y aconseja deambular con cara de pocos amigos por la casa. No apetece salir al exterior donde hay diversión asegurada o cuando menos ponderada distracción, si uno es contenido. No importa el paisaje exterior y el interior ni se mira, ni se para en cuenta de su existencia. Solo está la sensación de malhumor (humor negro) que responde de mala manera, que pregunta de peor y que hunde el pensamiento en la sensación desazonadora de la falta de algo: perdido. Tiene la melancolía un punto de nostalgia si se quiere, e incluso hay quien las confunde, pero en la primera, de la que me ocupo ahora, el objeto perdido puede ser anónimo, tal vez siemplemente el recuerdo de que algún día se fué feliz.

4. La lluvía
Los que gustan de ella simplemente la reciben con placer. Son estos personas que generalmente componen con la lluvia un paisaje, procedente las más de las veces de su literatura interior, la que nunca escriben, la que recuerdan de tardes de lectura a veces simplemente imaginadas. La lluvia, para alegrar con su venida, se ha de llevar dentro. Hay personas de lluvia que reviven como las plantas después de la sequia y se visten de sus mejores galas. Esta lluvia es de interiores, se ve desde el cristal de la ventana, por la parte de dentro, del calor del otoño y uno se imagina llendo a un recado, saltando los charcos, salpicándose, empapado el impermeable o la gabardina o el cortavientos, que tanto da, sujetando el paraguas como la cabeza de una seta en equilibrio, y le resulta divertido.

Los que no gustan de ella la ven al amanecer como una maldición y generalmente, desde detrás de los cristales, simplemente al verla sueltan una interjección barriobajera. No la quieren la lluvia, les melancoliza empezando a pensar en el día agobiante que les espera: coger el paraguas, ponerse el impermeable, encontrar el transporte atestado, no encontrar un taxi, llegar tarde a todas partes, mojarse como un pollo... No importa que por la tarde encuentren a alguien querido y tomen un café con leche con él en una cafeteria desde la que se ve el otoño lleno de colores y reflejos. No podrán evitar sentirse incómodas y al llegar demostrarán su enojo augurando un encuentro dificil.

5. El buen humor.
Levantarse de buen humor es estupendo, es una liberación no se sabe de que; quien lo hace siempre se considera afortunado. Encarará el día como si todo fuera a comenzar de cero y la suerte le acechara en cada paso. Quien se levanta de buen humot no se odial al cepillarse los dientes viéndose en el espejo, no se le sale la leche en el microondas y si es así la mezcla con un poco más de cantidad y vuelta a empezar, encuentra el café delicioso y la tostada está bien, y si no lo está tampoco es importante. Sucede a veces que quien se levanta de buen humor, es, sin saberlo, un castigo para quien tiene al lado que no lo está tanto y no soporta ese acto explosivo de inundarlo todo con la voz y el gesto: la verborrea matutina debiera ser una razón legal para la ruptura de parejas que no sospechan que esa es la razón de su contrariedad.

6. La soledad
Quien amanece solo se pertenece a si mismo sin dependencia alguna, pero nunca es lo mismo. La soledad no es un genérico aplicable a cualquiera. Quien está solo y no quisiera, quien ha perdido la compañía largo tiempo a su lado, quien ha perdido un amor, quien anhela abrazar el cuerpo del aire abandonado, quien duerme en soledad y vive en ella ya sin remisión y quien vive feliz la soledad del lecho, imaginando amores hasta que le vence el sueño.

7. La pereza
Quien amanece en pereza es de la familia de los lagartos espirituales, que siempre encuentran un sol al que acogerse y bajo su luz dormitan eternamente. Son felices así, ¿porque dudar de su sinceridad? Y lo que sería más grave, ¿porque criticarlos? Contra el que amanece en pereza se arrojan los arquetipos de la normalidad de los demás, que nunca hacen las cosas tan despacio, tan sin ganas, tan a destiempo como aquel. ¿Y qué? El que amanece perezoso, encontrará la vida con mayor lentitud, lo que a final de cuentas, no tiene la menor importancia. "Yo soy así" dice y nada es más verdad. Todos somos así aunque no sabemos como, y los demás tampoco, ni comprenden ni comprenden las razones.

8. El amante
Quien amanece amante y amanece amado, tiene prisa por volver a reencontrar el encuentro que quedó a medias en la madrugada. De hecho, ha dormido mal por la extrema pegajosidad con la que suelen tratar de descansar los amantes, abrazados con incómodos tentáculos de los que hay que desprenderse en un momento del sueño profundo del otro. El amante amado, al despertar mira el día y le parece hermoso aunque sea de sol mediano o de lluvia torrencial o aunque amanezca de noche y crea que es la mañana, aquejado por una falta de rigor en su cronología. Contento y feliz vuelve a la cama y se arrebuja de nuevo en los entrantes que el cuerpo del otro (enténdase también la otra, que escribo a la antigua connvirtiendo en neutro el masculino) ofrece. apretándoise contra él, despertándole al fin: "¿Que pasa?" ndice una voz en sueños retenida. "Nada, tu duerme, duerme". Pero despiertos al fin los amantes se aman, nunca llegan a odiarse por pequeñas cosas como son el despertar a deshoras, el aliento horroroso o las greñas húmedas desde el último encuentro.

9. La nieve
Nieva. Desde la ventana ve el que acaba de despertar la nieve cayendo, por vez primera este año, blandamente, en copos de tamaño o en minúsculas partículas blancas a las que arrastra una ventisca inhóspita. ¡Nieva! ¡nieva! se grita para comunicar a todos la buena noticia de la caida de un maná de ilusión y se aceleran los gestos de lo cotidiano, ya se sabe, el baño, el desayuno, la ropa de abrigo, las bufandas, el calzado adecuado (esos no, esos no que son muy nuevos) y al abrir la puerta de la calle entra el aire frío cargado de copos blancos que se meten entre los pliegues de la ropa y se posan molestos en los cristales de las gafas de los miopes. Año de nieves, año de bienes, se dice de manera popular y uno acaba creyéndolo, sino, ¿a santo de que tanta alegría?

10. La mala vida
A quien amanece la mala vida nada le importa sino su desgracia. Llamo mala vida a la dificultad para seguir adelante, al enojo consigo mismo, al absurdo de no poder ser feliz. No importa cual es la causa, si del espíritu o de la realidad material. Si es del espíritu, este que está en la mala vida tiene poco arreglo, si es que arreglarse es entrar en otra dimensión más liviana. Pero si es por causa material, carencia de trabajo, salud quebrada, la muerte que acecha al lado, las facturas sin pagar, la miseria propia y la falta de fe en uno mismo, este tiene mal despertar y hay que perdonárselo.

6 comentarios:

  1. Hay una expresión perfecta en cstellano: "Estados de ánimo". En ellos el ánimo se encuentra. No los crea el ánimo sino que se descubre habitándolos. Es como si en lugar de habitar nosotros en un edificio fuera el edificio, con sus diferentes estancias -estados de ánimo- quien habitara en nosotros. Ahora es la sala del contento la que nos sale al encuentro, después , sin previo aviso, la de la desidia, o la de la esperanza, o la de la ansiedad, donde, como decía Heidegger, la "nada nadea". O anonada. El yo es mucho menos autónomo de lo que creía Descartes.

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  2. Es un placer leerle, don Luis.
    Me ha encantado esta entrada.
    Ay, esa lluvia de interiores, que "se ve desde el cristal de la ventana, por la parte de dentro, del calor del otoño"...

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  3. Luri: Me parece fantástica tu descripción de las salas diversas del "estado del ánimo" y también ese la "nada nadea" que no conocía; no recordar es no conocer en términos de utilidad.
    Luis

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  4. Amigo conde-duque, le agradezco sus palabras. Es un placer verle por aquí.

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  5. Ay, Clarice, solo dos palabras describen exactamente mejor lo que yo en uno cualquiera de los apartados de mi post de hoy. "Llegador. LLoré". Anímate cuanto puedas.
    Luis

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