domingo, agosto 27, 2006

Viaje al mar

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Hace diez meses que no veníamos a sentarnos en esta terraza para relajadamente mirar un paisaje que cambia apenas lo que cambia la luz; ese es su mayor encanto, el sentido balsámico que tiene ver el inmenso color azul (¿que adjetivo se le puede aplicar a esa paleta de colores azules?) que admite tonalidades hacia el blanco, el turquesa y el prusia. Es tan hermosa esta vastedad, este inmenso espacio que habitamos, que querríamos creer en un dios que solo se cuidara de componer paisajes. Durante este tiempo alejados de aquí, hemos sentido nostalgia, o añoranza, de estar aquí, en los tiempos del frío del prado y las ventiscas del bosque o las soledades del hospital, para pasear por la playa desierta del invierno, o recorrer el cabo por breves y discretos acantilados que encierran calas de la misma discreción y brevedad.
En esta terraza se desayuna viendo como algunos cargueros de cubiertas llenas de containers esperan entrada en el puerto, y a la inversa, otros salen; enfrente mismo, mientras se toma uno el café con leche con el croissant, traza una línea con la mirada que le conecta con África, con la Berbería. Una brújula, copia de un instrumento de navegar de hace trescientos años, señala tozuda al sur por donde se pierde la vista en el espacio inmenso. Allí, los esclavos de Argel, recluídos en los baños, enflaquecían por el duro trabajo y el mal sustento a la espera de los socorros que llegarían de mano de los padres mercedarios; rebañando de aquí y de allí una moneda, los frailes completaban rescates.
Lo cuenta Cervantes con tal tino y precisión que se diría que les vemos caminar por las empinadas calles de Argel, hablando aquí y allá con los retenidos, llevando noticias de las familias, negociando, rebajando, tratando de mostrar de que de donde no hay no puede salir un céntimo más, luchando contra el tiempo que que de vez en cuando llenaba una nao con los presos sin recursos y los trasladaba al otro confín del Mediterráneo; al lugar del que es imposible volver, tan lejano está, para morir remando en una galera, o simplemente desaparecer de los suyos para nunca jamás; algunos renegando buscaban una migaja de mejor vida.
2
El camino en coche dura cuatro horas de domingo, soleado y luminoso. Los coches modernos aúnan al confort de conducción y asientos, el aire acondicionado y el silencioso rumor de las ruedas friccionando el asfalto. Hablamos: en el asiento de atrás Goyerri duerme; de vez en cuando se despierta y asoma su cabeza entre los dos asientos delanteros: husmea a uno y otro lado; busca una caricia, bosteza con esa escandalosa exhibición de fauces abiertas que es en los perros como bostezar a la pata a la llana, gime de aburrimiento y vuelve su cabeza otra vez a reclinarse en el asiento durante otros cien kilómetros.
Por la Mancha vemos los molinos de viento de ahora, los parques eólicos les llaman. Mueven unos sus aspas y los otros no, según se necesite, suponemos. De ahí el recuerdo de cervantes; cuando don Quijote se encuentra ante los molinos de viento, por estos andurriales, debemos suponer que nunca los había visto, que eran técnica nueva traída desde los Países Bajos por los banqueros del emperador y de su hijo, a la sazón su católica majestad. Los gigantes de don Quijote, eran una señal de la modernización de los tiempos, y los banqueros invertían en ellos mostrando su fe en un futuro de mecanización y tecnología. Aquel don Quijote, salido de la profunda España de la Mancha que ni se mueve ni sabe de modernidades, pero Cervante si que las conoce. Tanto tiempo negociando entregas de cereal para la Armada del rey le ha enseñado bien lo que es el mundo que viene.
3
"La del alba sería cuando don Quijote..." es la frase con la que Cervantes empieza el capítulo 4 de la primera parte de su novela. Recuerdo bien, cuando adolescente apenas, di con ella en un esfuerzo inacabado por leer el libro, y me quedé embobado; Como el capíítulo 3 termina con "... y sin pedirla le costa de la posada, le dejó ir en buena hora", el inicio del siguiente viene redondo sustrayendo la palabra "hora" para dejar ese rotundo "la del alba sería" que me mostró, de manera límpida y deslumbrante lo que el lenguaje podía hacer con las palabras, y como estas podían apresarnos en su encanto sútil, en un ritmo suyo, casi música.
El lenguaje se abrió paso en mi entendimiento como música, he dicho, y al tiempo, como el sutil engranaje de un juego de entendimientos. las palabras tejen y destejen realidades dejando abiertas las puertas de la interpretación. Un verso de Calderón, el prodigioso autor de la duda y la rebelión frente a Dios, aquel que se trave a poreguntar la razón de haber nacido para afrontar la culpa por la dicha razón, trazó ante mi un día, con el vuelo de las aves una figura que siempre me ha acompañada al estremo de convertirse en un latiguillo de soledades propias: "cuando las etéreas salas corta con velocidad...", que es lo mismo que "vuela veloz por el cielo".
La de la comida sería cuando llegábamos al cabo, deslumbrados por un sol generoso y una temperatura apaciguada por la brisa del mar.
4
Jugando con el dial de la radio, oimos un comentario que alguien hace sobre el islam, hoy, y recojemos una anotación que nos llama la atención: "estos que se llaman mártires de Alá, dice el comentarista, deberían cambiar su denominanción por verdugos de los hombres" En términos generales no tengo nada que objetar al comentario salvo lo vago y general que resulta, casi un recurso, una ocurrencia; ya decía Azaña que era más fácil tener una ocurrencia que un pensamiento. Mártir , creo recordar, por etimología es testigo o testimonio y por ello persona que sufre su daño frente a los demás para que nadie dude; así en el martirio hay una componente de entrega al dolor para que, frente a la cantidad de este, no pueda haber duda de la sinceridad del intento. Quien es mártir pudiendo no serlo, da prueba de su fe en algo de orden superior a todo lo demás, ya que entrega por ello su vida. Pero estos mártires de Alá además de entregar su vida para dar testimonio de su creencia profunda en la razón de su lucha, destruyen a su alrededor las vidas de sus enemigos en el mismo acto. Una dosis de odio, bien dosificada, es sustento confortable para paliar el propio dolor o miedo, en una muerte moderna que por su propia brutalidad no es dolorosa, una vez apretado el disparador. Recuerdo a aquellos lamas sacerdotes que en Viet Nam se prendían fuego en medio de la multitud, armados de su fe en su verdad, un bidón de gasolina y una cerilla; el público aterrado, en vez de ser su víctima eran testigos de su propio testimonio. Creo recordar que Pascal, en sus Meditaciones, escribía algo asi: "sólo se puede creer en los testigos que se dejan degollar".
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Al bajar del coche Goyerri, mientras descargamos las bolsas de viaje, dirige su hociquillo al mar y ventea moviendo la cabeza para encarar la brisa húmeda que de allí llega. Está nervioso; le gusta la playa, correr por las olas, a lo largo de ellas, y si le provoco, entrar hasta nadar sumergido en el frescor y en el remolino de espuma. Tensa su cuerpo mientras aspira el olor de la sal y Ana le dice: "Que si, Goyerri, que estamos en la playa. Luego te llevaremos".
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Así será: luego iremos los tres.

5 comentarios:

  1. ¿Se puede amar a Dios, de verdad, por encima de todas las cosas y soportar al mismo tiempo que tu vecino, por ejemplo, se muerda las uñas distraído?

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  2. La pregunta me afecta profundamente, no por mi amor por Dios sino proque tengo la tendencia a morderme las uñas distraidamente cuando leo.

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  3. Consejo: No leas al lado ni de profetas ni de entusiastas del cilicio (ajeno).

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  4. Acepto un consejo que ya practico y añañdo: una sola profecía me parece razonable, pero la he olvidado. En cuanto al cilicio ajeno, temo que pueda convertirse en coche bomba.

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  5. A mí me pasa como a Goyerri, que ya estoy olisqueando el agua.

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