lunes, julio 17, 2006

Verano

Es conveniente volver al bosque después de un período de abandono de los paseos, para retomar el pulso de las cosas que se amaron y dejaron de lado por atender otras más importantes; prioridades hay en la vida y es conveniente diferenciar entre la prioridad en la que nos va algo verdaderamente esencial y aquella que ha sido adoptada por la costumbre; estas últimas son más placenteras, seguro es, y cuando existe la posibilidad de retornar es conveniente hacerlo.

Media julio y el sol es machacón, pesado; si falta y no corre brisa el aire se espesa y de la densa arboleda se eleva un aroma de dulzonas fragancias. Al cruzar el regato que atraviesa el camino que sube hacia la alquería de los caballos, la finca de robledal donde pacen una treintena de equinos y diez o doce perros de todos los cruces posibles y edades, que a todas partes van juntos, cobardones por suerte, que ladran a lo lejos pero nunca abandonan el portón de hierro de la instalación, percibimos que ya no fluye con la impetuosidad de primavera sino que ahora parece que se estanca el agua. Goyerri lo cruza deprisa sin mojarse las patas, por encima de las tres piedras que hacen de puente natural; yo de un salto, agil como estoy todavía. La senda asciende hacia la Forestal, la pista asfaltada que cruza el bosque por la falda baja de Aguas Vertientes. La senda la atravesará o si no se quiere correrá paralela por la parte norte, la más baja de la ladera, amparada todavía en los pinos del margen. Las hojas roble dibujadas en múltiples curvas, puntas serradas de lanza, de los robles, alfombran el camino.

En las aguas estancadas brilla la luz de un sol que está escondido y tilila ligeramente la capa líquida: el contraluz muestra miríadas de insectos sobrevolando la superficie de agua y en su interior esperan las larvas. Se avecina lo más duro del verano, es estiaje de calor pegajoso y de zumbidos ininterrumpido de insectos molestos, perseverantes en su persecución a nuestro sudor caminante. Solamente en las primeras horas de la mañana se podrá caminar por estos lugares si se quieren evitar tantas molestias y tal ahogo caluroso. El bosque será como una cazuela, basta que avance un poco más julio y se instale el agosto que agosta todo amarilleando los verdes frescos. Los coches que transitan por la Forestal, despreciando las limitaciones de velocidad e ignorantes de que están en una pista forestal y no en una carretera nacional, levantan corrientes de aire y gravilla de los márgenes; llevan aire acondicionado y música y probablemente algún refresco para paliar la sensación de sed.

Goyerri ha emprendido el reencuentro con el bosque con alegria; olisquear, husmear, levantar la patita o girar clavando el hocico en el suelo y cuadrando los cuartos traseros a poca distancia del suelo (es tan pequeño que no levanta casi nada de la tierra) para aliviarse el cuerpo, varias veces durante el paseo. Inicia el ascenso y cruza el regato que está como he dicho, olisquea el agua y reconoce que no es potable o simplemente no le apetece beber; cierto es que casi nunca corre riesgos y bebe el agua que le damos. Se encuentra bien en el bosque y zascandilea cruzando la senda y adentrándose entre los árboles a derecha e izquierda. Este año nos hemos perdido las ardillas que corretean agitadas y presuntuosas cambiando de árbol ante la vista del paseante; conocen el bosque y sus seguridades. En abril o mayo no hay que esforzar la vista para verlas, que ellas salen al paso y se limitan a guardar la distancia. Goyerri sube la senda hacia la Forestal y en momento dado yo le adelanto y me despreocupo, metido como voy en mis asuntos: he felicitado a mi hija su cumpleaños a través de un post, hemos desayunado Ana y yo mirando el jardín con Cabeza Líjar majestuoso y tenaz frente a nosotros, he ojeado El País y La Vanguardia a través de Internet, he recorrido rosales, dalias y el invernadero, en que empiezan a asomar los tomates y los pimientos (yo los cultivo desde la semilla en invernadero, porque en huerto exterior salen con los primeros hielos, que aquí hace frío) y he salido a pasear con Goyerri como cada mañana.

El camino de salida del Prado hasta la linde del bosque es corto, de no más de doscientos metros, y tome la derecha o la izquierda, según vaya a un lugar o a otro, paso por cuatro o cinco casas en las que a buen seguro me pararé, si no en todas, en algunas, para charlar un poco. ¿Cómo está Ana? ¿Cómo anda todo? Samuel Naón interrumpe mi paseo para mostrarme su maqueta de una escultura que está haciendo. Mañana hablaré del proceso creativo de varias personas, yo incluído, a quienes conozco. Mañana hablaré de la interminable partida de ajedrez que termina en derrota frente al hecho artístico acabado, según me contó una amiga virtual. O de los trazos ligeros de Samuel para concretar la forma de su escultura. O de mi dificultad para establecer un lenguaje lineado, sin sendas que desvíen la atención hacia rincones insospechados. De tal manera divago cuando pienso, escribo o paseo que pienso incluso que para mi el vivir es un divagar, y al hilo de ello olvido que estaba en el bosque y había adelantado a Goyerri y subía pensando en la creatividad, cuando al cabo de minutos me paro (sobre mis pasos escribiría sino fuera un poco cursi) y busco a Goyerri, ahora se que es por eso que me he parado, y no le veo. Alcanzo la cima de la cuesta, que al ser empinada permite obtener una mejor visión de la ladera y le veo allá abajo, a media senda, la cabeza vuelta hacia mi que estoy doscientos o trescientos metros alejado. Está quieto, inmóvil, mirándome; se lo que quiere decir: por él el paseo ha terminado y es hora de volver a casa. En esa circunstancia nos miramos un rato fijamente manteniendo cada cual su posición; Goyerri da ujn paso hacia abajo y se para de nuevo, quieto: me mira; yo permanezco en mi posición sin desplazarme. Dos o tres veces el juego muestra su insistencia en volver y la mía aparente de subir, porque he decidido darle gusto y acabar el paseo; empiezo a caminar en su dirección y él arranca alegre a trotar sendero abajo. Cuesta tan poco hacerle feliz.

8 comentarios:

  1. Encantador.
    Con esto de la república de internet no sé si acabaré zumbada porque a veces me siento como si viviera vuestras vidas, las del bosque y otras, y hasta temo por mi salud mental.

    Vaya ojos tiene tu hija!

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  2. Me he pasado todo el fin de semana y hasta hoy Lunes al mediodía volviendo a leer "El oficio de vivir" de Pavese...lo encontré mejor aún que la primera vez!!!!!Tuve la tentación de comentarle algo, pero recordé un post antiguo suyo que hacía referencia a los comentarios de las personas y prefiero guardar silencio...
    Un abrazo

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  3. Me pasa igual con tus cuadros, Roma. Uno se acostumbra a sus colores de tierra y a los comentarios que los acompañan y acaban formando parte de la rutina de cada uno.
    Si, son bonitos. Toda mi hija me lo parece.

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  4. Vb: Los dos oficios de Pavese, el de vivir y el de poeta son para mi una de las fuentes de mi "antisabiduría". Con Camus, Arendt, Sartre (no todo), Berlin y Benjamin, forman el grupo de aquellos a los que vuelvo seguro de encontrarlos.

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  5. Para Goyerri era el piropo "encantador". Jajaaaa, creo que lo intuiste.
    Un abrazo

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  6. NO reparé en el piropo. Pero se lo merece.

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