lunes, julio 03, 2006

Escribo sobre el hombre que cuida el jardín

Este hombre que modela un jardín entre montañas y pinares, dedica muchas horas a mirar de cerca las cosas de las plantas y las flores, el crecimiento de algunos árboles y el cambiante paisaje que él ha provocado; ha descubierto que el tiempo no existe y lo que hace es dedicar pedazos de su vida a la tarea antedicha; son pedazos de lenta transición hacia otros de mayor actividad y pulso: leer o conversar o ayudar a la diaria subsistencia, y aún de estos últimos existe una espontánea lentificación en el hecho de llegarse uno al pueblo y recorrer panadería, frutería y farmacia: todo caminando.

Este hombre está convencido, cuando en el jardín observa una mata de dalias para cortar los restos de la flor marchita, o de la rosa, el crisantemo, la margarita o cualquiera que sea, que ha aprendido mucho de la vida; enseguida se ríe de sí mismo, o se ironiza ya que no llega a explotar en risa sonora, porque lo que de verdad cree es que ha aprendido más bien poco, y al cabo del minuto se pregunta, si realmente hay algo que aprender en la vida que no sea el mecanismo motor, el de alimentación y el reproductor, amén de mecanismos menores. Se endereza y queda con los ojos abiertos hasta que la luz, deslumbrándole, le obliga a cerrar los párpados una fracción de tiempo ínfima y al abrirlos las ideas tan tontas y sin sentido se han disuelto en la imagen de un avión que desde Madrid procura alcanzar algún punto más al norte.

De la vida se aprende, se dice, si es que se aprende algo, la complejidad de saber que es lo que se ha aprendido y cómo; y si el magisterio ejercido por otros antes (seguramente de mala manera) justifica que uno trate de ejercerlo después; es pregunta de fácil respuesta: no. Mira a su alrededor y comprende que lo que los animales enseñan a sus crías es aquello que está circunscrito a una cultura mínima y a un código genético preciso y ajustado. El hombre en su jardín opta por sentarse en una butaca de lona bajo la toldilla y mirar al horizonte, que es lo que él llama humorísticamente "mirar al futuro". Hay que elegir, tomar decisiones millones de veces al día y las acertadas son siempre aquellas que se toman sin reparar en ellas, dentro de las necesidades más vitales: beber un sorbo de agua, cerrar los ojos ante los rayos del sol, apartarse de un avispero, chuparse la yema del dedo cuando se pincha uno con la espina del rosal o maldecir cuando ha hecho algo mal, porque ha elegido mal, por ejemplo: cortar la rama florida que está justamente al lado de la que soporta la flor marchita.

Este hombre no vive solo, que tiene vecinos y amigos. Piensa en si mismo y compendía con la memoria que ha sido un culo de mal asiento, ya que ha vivido en diecisiete casas a lo largo de sesenta y dos años de vida y sabe, no necesita adivinar nada, que vivirá aún en la dieciocho. No vive nunca solo ni tampoco excesivamente acompañado, cabe decir que vive en buena compañía y con un vecindario solícito y atento. Algún que otro amigo viene a verlo, o va él, de vez en cuando y con algunos otros habla por teléfono. Algunas amistades incipientes se tercian por internet y las agradece. De joven, recuerda, no era tan solitario y ahora, de mayor -que no viejo- se sabe cordial y extrovertido; pero la realidad es que no busca la compañía porque sabe que la conversación le desinteresará cada vez más. ¿Quien podría aguantarle sus charlas y comentarios mordaces? ¿Quien puede resistir a un tipo que parece que sabe de todo? Sabedores de esto, muchos de los viejos amigos han dejado, cansados de frecuentarle, porque le aburre sobremanera que le hablen de sus nietos. ese es castigo inmerecido para cualquiera.

Ha llegado a mantener una buena relación consigo mismo porque conoce las trampas que se hace y que cada vez son menos, se reconoce los vicios ocultos y asumiéndolos vive tan divinamente con ellos que no querría vencerles hasta la eliminación. Enemigo desarmado es aquel al que se conoce bien y se puede leer en sus movimientos como en el propio libro de la vida de cada uno. Un buen enemigo es ocasionalmente mejor compañía que un buen amigo si este llega a caer en la devoción admirativa. ¿Quien quiere discipulos? Es ético y relativamente moral n egarse a dar lecciones de principios mal aprendidos. ¿Cómo se le puede recomendar a un joven cautela condenándo toda su vida a la disciplina del aburrimiento? Y de no hacerlo, ¿que justifica lo contrario? Y lo peor de todo, ¿cómo negarse a algo tan sencillamente vanidoso como el aconsejar a los demás?

Lleva un tiempo empeñado en conseguir tres cosas, que debe4rán suceder dentro de sí: reconocerse dentro de uno mismo es tarea difícil y casi siempre ingrata; no se trata de salir el sol o darse un baño en la piscina, por citar cosas que no requieren el menor esfuerzo ni desapego; de lo que se trata es de reconocerse en los hechos de antes y en los de ahora, entendiendo que no todo es echar el cerrojo a las palabras de los otros. Esas tres cosas son , por el orden que él prefiere, desaprender primero, deconstruir después y finalmente desolvidar. Si cuando al caer la tarde ventea una brisa ligera y el manzano rojo se agita casi imperceptiblemente sobre el fondo del manzano verde, de manera que esa es toda la vida que hay en el prado y ese movimiento es todo sobre el sueño que invade los músculos, sus pensamientos le llevan a sestear el nirvana o el zen, le parece sencillo alcanzar la razón (no escribo la verdad porque es incierta) y al mudarla de soñolencia a claridad se arrepiente: los atajos del sueño son traidores e ingratos, porque dejan mal sabor de ánimo.

Mucho se ha desaprendido y mucho se ha deconstruido, es la verdad, de tal manera que si se tratara de cascotes reales el prado vecino estaría lleno de ellos. También desolvidado, aunque esto es más complejo, porque siempre existe la tendencia a justificar un olvido por mucho que de repente parezca que fué cosa de injusticia el que quedará perdido en la desmemoria. Este hombre del que hablo, ha dedicado todos estos vacios de vida en el jardín, y otros muchos caminando por el bosque, empeñado en tramar de su vida un reajuste que le vuelva a la edad de la inocencia. Hay cosas que ya sabe, con certeza total, por ejemplo: no querría vivir nunca en un lugar que le exija mucho más de lo que está dispuesto a dar en términos de afecto y obediencia. Nunca aceptará que la nación pueda pedirle un sacrificio en tan corta vida como tiene. Más allá de su muerte le importa poco o nada lo que pueda suceder, salvo a los suyos. Por ejemplo: ha dejado de creer en todas aquellas cosas en las que le dijeron que se debía creer. No hay palabras sagradas, ni pensamientos y ninguna utopía puede forjarse sobre el nosotros. El individuo llega a los demás por la solidaridad de cada uno antes que por cualquier forma de compromiso colectivo. Una patria es una carga injusta. Cualquier amor desapasiona con el tiempo y eso no es causa de olvido ni abandono. No existe el nosotros: las únicas formas que acepta son el "yo" y el "todos".

Este hombre del que escribo con cariño y con cierto desdén hijo del aburrimiento, ha encontrado unas citas en un artículo de Jorge Semprún en la revista Claves del mes de marzo de este año que no puedo dejar de transcribir, porque al leerlas, en el jardín, al caer de la tarde, con el sol del oeste guardándole el calor en la espalda frente al frescor creciente del prado y de su entorno, ha sentido que las palabras que a él le faltan para expresar las cosas importantes que sí ha aprendido en la vida, no siendo suyas, las reconoce como tales porque hubiera querido escribirlas él seguro de su veracidad: "Existen dos realidades seguras: la persona y la humanidad. En cambio, cabe discutir hasta que punto son realidad la nación, la alianza militar y el sistema mundial." Y además: "Si todo es tan inseguro, ¿que es entonces lo seguro? La literatura es bastante segura. Lo personal es bastante seguro". Quien esto ha escrito a lo largo de su vida es un tal Giörgy Konrád, judio superviviente del siglo XX en el este de Europa. Se declara Antipolítico en una concepción que comparten Vaclav Havel y Adam Michnsk y que Semprún resume así: "la antipolítica es la oposición espiritual de un autor contra el exagerado poder de las estructuras políticas. La antipolítica es la defensa que el propio ciudadano ejerce con tra el estado armado que lo gobierna." Recomiendo la lectura de su Antipolítica y Hoy.

El hombre que modela el jardín se siente satisfecho al anochecer porque ha encontrado algunas de las palabras que estaba buscando. Ya puede conectar la televisión y cenar un bocadillo, si es que eso le place.

7 comentarios:

  1. y de momento veo al jardinero y de momento te veo a ti y de momento me confundo en la combinación de la sabiduría.

    besos a Goyerri

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  2. Yo leo con gran placer al hombre que cuida el jardín.

    Un abrazo.

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  3. Jesús, con cuanto agrado te veo por aquí. Te devuelvo el abrazo.

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  4. Me parece sentir una cierta melancolía en ese hombre que cuida el jardín...o será que me estoy proyectando????

    Un abrazo!!!!!

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  5. Vb: no más melancolía que la justa, en cualquier caso poca. No es dado a melancolías. LO que pasa es que tiene tiempo, tal vez por esa la morosidad, no lo sé a cicncia cierta. Otro para tí.

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