miércoles, junio 14, 2006

Treinta y tres



He llamado por teléfono a David para felicitarle: cumple treinta y tres años. Mientras hablaba con él miraba por la ventana de la habitación del hospital en la que un post operatorio lleno de incidencias nos retiene a Ana y a mi y nos impide volver a la normalidad, aunque empiezo a pensar que esta es la normalidad, y es este un pensamiento fruto de cierto desasosiego que producen los largos días, las visitas reiteradas y el cúmulo de vida que se desgasta. No es verdad que uno en estas circunstancias aprenda a valorar la vida; si no es un insensato la valora en la felicidad y en la normalidad, en la cotidianeidad; no en los momentos complicados, entonces se añora la salud y el bienestar


Por la ventana veo el día gris y cubierto, del que ha huido el sol, y la cadena de montañas que cierra a Madrid por el norte; en línea recta, perpendicular entre mi posición y Cabeza Lijar de la que veo la ladera sur, llegaría a mi casa del bosque en un vuelo directo. Frenta a la ventana, la silueta neogótica de El Canto del Pico, que es la casa que un aristócrata agradecido testó a Franco, construida en lo alto de una colina en la que hoy no se podría construir y que la familia del dictador vendió a una compañía inglesa para hacer, según parece, un hotel de lujo de pocas habitaciones.


Me pregunta David por el día en que nació: ¿qué tiempo hacía? ¿Qué hora era? Recuerdo poco, pero si que era un día de sol tibio en Barcelona, y sobre media tarde. Le recuerdo a él, entero, dibujado al nacer con cesárea en líneas tranquilas de bebé que no ha sufrido el duro parto. Recuerdo entre recuerdos: trabajaba yo entonces en una compañía de caramelos que estaba muy ligada al Opus Dei. Un compañero que acababa de tener un hijo, (el primero) me narró la experiencia increíble y exaltante (fueron sus palabras) que había cambiado de golpe toda su vida por dentro: haber visto pot vez primera a su hijo recién parido, tan intensa fue su emoción y lo que aquella vista le reveló; y me acuerdo de mi esperando saber que sentía cuando llegara David; me tengo por sensible, desde siempre, pero al verlo no sentí nada más que agrado por aquel cuerpo pequeñito y relajado; y una curiosidad táctil; tocarlo era tarea delicada, y cogerlo, frágil como era, al igual que esas mariposas que no se pueden tomar con los dedos porque les destruyes las alas con tu tacto cariñoso, peligroso e irresistible. No, ciertamente en aquel momento mi vida no cambió ni sentí una ola de amor invadiéndome: perplejidad si, y ¿que debía sentir? Tal vez era yo hecho de otra materia, no la de los sueños.


A partir de esa tarde barcelonesa, mes a mes, día a día, hora a hora, David se convirtió en mi hijo en el plano emocional: yo fuí padre, no madre, no lo llevé dentro de mi, y pienso que el aprendizaje del padre está hecho de lentitud: hay que acostumbrarse a mirar y ver hasta alcanzar una total dependencia: hay que reconocer al niño que está y habitarlo con tu hijo, que más que físico es un concepto emocional; reconocido hay que habitarlo por ti y por las cosas que construirán su esencia, que él desenvolverá en pequeños paquetes como regalos, que se acomodarán en él. Hay que dar a las cosas su entidad y vivir las adherencias que se van produciendo entre tu piel y su piel, entre su risa y tu perplejidad. Y comprender, y eso es lo dificil, que no tiene defensa alguna cuando le inocules tus errores como principios vitales: tu violencia será su violencia, tu descreimiento el suyo, y así la ironía y el miedo y el coraje o la cobardía. El será tú y no tiene defensa alguna. Yo se que la existencia antecede a la esencia, así que el cachorrillo tierno debía convertirse en una persona libre. Eso me asustó.


Perplejo, muy perplejo, alcancé a pensar un día que él era el fruto de la casualidad de una alocada carrera de espermatozoides competitivos, terriblemente competitivos, para alcanzar el objetivo de la vida. Me pareció terrible que la vida (en el sentido más general y metafórico, para no entrar en elucubraciones sobre el aborto) se inicie con una carrera en el que millones de participantes están condenados a la extinción si no triunfan. ¿Nos marca eso? ¿Lo percibimos? ¿Forma parte de nuestra actitud vital, hija de la genética? No lo sé y preguntaré por ello, pero aprender que mi hijo era fruto de la casualidad y que su continente llorón, meón, cagón, comilón y todo risas, bien podía ser otro y que de este, al que quiero, no sabría nada, no habría llegado a conocerlo, me pareció paradójico. Otra vez la deconstrucción: vivimos emociones culturales, las que tienen que ser, y nos perdemos en ocasiones el puro placer de sentir nacer la emoción con el paso de la vida. No, la emoción no está predeterminada y embalada sino que la construimos y aflora. Detrás y con el nacimiento de David no había otra ideología que un proyecto de futuro. Esa era la diferencia: mi compañero de trabajo corrió a sentirse embargado por el amor de manera instantánea, a mi me inundó con los días: ahora que lo pienso me gusta más que fuera así.


Me costó entender que si para merecer querer a mi hijo debía tratar de adivinar a la persona libre que brotaría en ese saquito vacío de carne y entraña; tenía que esforzarme en entenderlo, no como algo mío sino mío lo que era un préstamo para la vida de los dos. ¿Con qué derecho usamos el pronombre posesivo? ¿Y con que fin? Un enorme derroche de ternura ante el recién nacido enmascara muchas veces la incapacidad para comprender la realidad.


Las manos de David crecieron con él, enormes y moldeaban el aire, con suavidad y energía. Muchas veces pensé que eran manos para amar a una mujer, que a ella o a ellas les gustaría. Son manos también para amar la materia y transformarla, y para amar la vida y transformarla, que es cosa que se hace mejor a caricias. Ahora moldea hierro, lo corta, sierra, forma, tuerce, suelda, pega, bientrata hasta conseguir lo que espera y quiere. Cuando a veces le he visto, con su mono y rastros de mineral y grasa en la cara y las manos, me ha emocionado la imagen viva del trabajo y verle integrado como un todo en su propia atmósfera de taller. Yo pensaba que eran manos para transformar las cosa, pero supe desde siempre que estas cosas eran o serían suyas y yo no entraba en ellas. Alejado de su cotidianeidad, viviendo conmigo solo temporalmente, sentí que el no tener la custodia de mis hijos debía de tener compensación y la descubrí en el alejamiento, porque ausente lo cotidiano y el acomodamiento a la compañía quedó el amor como único integrante de nuestra realidad. Cuando no vives con tus hijos solo puedes quererlos, u olvidarlos; hay quien hace lo uno y quien lo otro, las dos cosas al tiempo son imposibles. Descubrí que lo cotidiano puede crear excesivas dependencias que se imaginan amor pero que son solo dependencia y costumbre. Generan historia y cultura y al fin todo resume dependencia y cultura común; es dificil ser libre en esas circunstancias aunque la libertad se alcanza porque en uno u otro momento del proceso nace la rebelión; la edad de la destrucción, la caida del mito. Mi persona está en sus manos y como al hierro debe cortar mi perfil y descubrirme; ser solo padre es nada, lo es cualquiera y ser amigo es imposible. Nada excluye la franqueza y la sinceridad, pero queda por saber cual es la naturaleza de lo deseable que se esconde detrás del nombre del padre.


El amor se fabrica con la distancia y con la cercanía, con el desapego y el deseo, con la necesidad de soledad y la necesidad de compañía: también con los hijos. Amigos tengo, desolados, porque al fin sus hijos se han ido de casa y se han quedado solos. ¿Cómo puede una pareja quedarse sola si están dos? ¿O no están? ¿Cuando dejaron de estarlo y no se dieron cuenta? ¿Y donde la profunda amistad de dos, la compañía irremplazable? Ahora viven dependientes de cualquier necesidad que puedan atender de sus hijos y nietos y recuperan un espacio útil que habían perdido; cedida su libertad, que probablemente nunca han necesitado, vuelven a pertenecer al círculo sagrado.


El futuro de David, como el futuro de Ariadna, tan distinta en todo menos en tantas cosas, nunca me ha preocupado, creo que es algo que no debe preocuparles a los padres; me asusta que sufran, como tanta gente sufre en este mundo, y que no puedan remediar el sufrimiento propio, pero todo está en sus manos. Me asusta que sufran porque su sufrimiento será el mío, en el caso de que llegue, y yo no quiero sufrir: soy epicureo. Un día les dije, ya convencido de que tener dos hijos exigía una toma de posición ante las vidas, las suyas y la mía, que podían tener conmigo cualquier enfrentamiento y tal vez suceder cualquier cosa salvo una: yo no podría nunca dejar de quererles; pero esta realidad asumida era mi realidad y estaba en mi vida: no debían contar con ella más que como una emoción, incluso ajena. No se debe decir "nos queremos", pienso, que eso pluraliza demasiado el sentimiento y lo convierte en una actividad de club: cabe decir "te quiero" y oir "yo también" o "yo no" o nada. Las palabras son siempre en estos temas un exceso: las deseamos decir pero no las pensamos; deseamos oirlas y las transformamos. Hay que tener presente que se puede sufrir, hoy o mañana y que es conveniente luchar contra éllo. De muchos sufrimiento se sale solo, sin compartirlo con nadie, la soledad cicatriza muy bien, la compañía también, son muchos los remedios pero todos requieren voluntad y tiempo. De otros sufrimientos hay que fiar del momento; habrá que ver entonces si hay remedio o no en los cajones de la voluntad. No hay que ser alocado aunque nada garantiza nada: el comerciante que huyó de la muerte anunciada en su ciudad de Tebas se la encontró en Corinto donde había ido a refugiarse. De mis hijos me ocupa el presente, como una realidad desenfocada, porque el presente corre; he escrito me "ocupa" y no "preocupa" que es ocuparse con antelación, según pienso aunque no tengo diccionario al alcance de la mano ahora mismo. Veo a mis hijos como una foto que se ha movido, que nunca puede quedar totalmente definida porque eso sería tanto como sujetar una actitud para la aternidad. hablamos siempre del presente, que son los proyectos que están haciendo: ese presente continuo de otras gramáticas que es tan eficaz a la hora de acotar los acontecimientos.


David ha crecido y yo también. Sus treinta y tres años son son la suma de uno más uno durante un tiempo exacto, y puedo recordar y recordarme hasta alcanzar una sensación de certeza: ya no soy el padre por antonomasía, ya no soy "papá" porque eso no cabe. ¿Quien soy que no sea una palabra como síntesis? Frente a frente, cuando nos miramos, comprendo su vida como un continuo que se aleja de mi, hace ya tiempo de eso, y sin embargo disfrutamos con nuestras pequeñas ceremonias de la conversación por teléfono (vivimos a 600 kilómetros de distancia) o visitas esporádicas. No se que hacer mucho tiempo en su compañía, ni él en la mía, pero tenemos nuestro tiempo juntos, y lo vivimos con intensidad, después nos separamos. Una noche le expliqué una historia de amor mía cenando en un restaurante en Barcelona y me vió con otros ojos; creo que me hice hombre de carne y hueso ante él, lo que antes era ser otra cosa. Me arrepentí de pasados autoritarismos, cuando convencidos de la autoridad conferida por mi papel fuí incapaz de convencer y dialogar: se lo dije; no me los tenía en cuenta y tal vez no se acordaba, pero alguien tiene que pedir perdón por muchas cosas, por el simple hecho de haber tenido poder. Creo que a los hijos se les deben muchas explicaciones, por lo menos en mi generación. hoy es otra cosa, pero no se bien cual. Otro día descubrí que no debía sentir orgullo por mis hijos, por muy bien que me pareciera como estaban viviendo su vida. ¿Porqué sentir orgullo de algo que no es tuyo? Sentirse orgulloso de otro coarta su libertad, le propone un modelo a seguir. Yo, simplemente, me siento contento. Felices treinta y tres, David. Y también esto es una convención.


9 comentarios:

  1. Lo extrañé Luis...sus escritos siempre me dejan pensando...y me gusta sentir que usted escribe con una honestidad que a veces desconcierta. No creo estar transmitiéndole muy bien lo que quiero expresar, hay días en que me cuesta comunicarme...
    Un abrazo!!!!

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  2. Estoy de acuerdo contigo en que a los hijos se les quiere de forma incondicional, después de todo...¿han pedido ellos venir aquí?
    Felicidades David, bonitas manos.

    (Luis, un abrazo y besos para Ana)

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  3. vb: gracias por extrañarme y por pensar de mi lo que piensas. Un abrazo.

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  4. anac: probablemente esa, que es cierta, es la parte más irrelevante de todo esto que he escrito. Es la que más nos afecta a nosotros, eso es cierto, pero enmascara muchas decisiones erróneas y mucha propiedad hecha amor. No me gustan los posesivos y esa es una de las cuestiones principales. Hasta decir "mi hijo" es es posesión, cuando se refiere a un préstamo. Hay quien nunca lo devuelve. Un abrazo por mi y por Ana

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  5. Es la reflexión, sobre esta cosa que es ser padre o madre, más fresca y más franca que he oído o leído nunca.
    A pesar de la convención, o aprovechándome de ella, os felicito a los dos.
    (Tampoco quiero quedarme sin decir que el chico de la fotografía me parece un chico muy guapo. Sí, muy guapo!)

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  6. Luis, no encuentro nada irrelevante en lo que escribes, absolutamente nada (otra cosa es que yo me haya fijado en lo, quizás, menos relevante)
    Los hijos no se poseen, los hijos se aman (punto) no son prolongaciones, ni clones de sus padres, tienen derecho a ser quienes quieran ser. La negligencia maternal/paternal es mala, la sobreprotección pésima, el equilibrio, me parece a mí, está en ser en cada momento quien ellos necesitan, bajo el mismo techo, en la misma ciudad, en el mismo país... no es cuestión de distancias, más bien de emociones.

    (la noche de San Juan espero que estéis en el bosque Ana y tú, es la noche mágica por excelencia...bueno, hay muchas más pero ésa siempre me ha gustado mucho)

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  7. Te hablaré de la noche de San Juan en Barcelona la noche de San Juan, esté aquí o en el bosque. Es noche iniciática, o lo era.Si, es mágica, como lo es "El sueño de una noche de verano" de Shakes...
    Gracias por la relevancia que me das, lo relevante es que me leas, pero es tu problema.

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  8. Me ha Encantado estar aquí Luis :)
    Gracias por guiarme.
    Besos para el círculo íntimo y para el círculo sagrado.. el amor a los de uno es incondicional. Ahora lo sé yo también.

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