domingo, abril 30, 2006
De nuevo el sendero
Y pienso en lo que da de si un paseo por el bosque.
sábado, abril 29, 2006
La llave en la oscuridad
En un viejo cuento sufí, un hombre encuentra de noche a otro buscando algo en la oscuridad de las calles; una lámpara brilla en el afeizar de una ventana como única luz en toda la calle. ¿Qué buscas? le pregunta. Ha perdido la llave de su casa le dice. El primero se presta a ayudarle en la busca y al cabo de un rato de infructuosa ocupación, le pregunta: ¿la has perdido aquí? ¿estás seguro? Oh no, le contesta el otro, la he perdido más allá, al principio de la calle. ¿Y que hacemos buscándola aquí? Es que aquí es donde hay luz, allí hay oscuridad y no se distingue nada.
Esta historia tradicional que ha pasado al acervo cultural derviche, es, en su ambiguedad, un ejemplo patente y claro de la capacidad de embrujo que esconde el doble sentido. Crítica o cómica, irónica o moral, todo dependerá del significado que le demos; para incrédulos, crédulos, confiados o desconfiados, la historia tendrá siempre una lectura acorde con su general actitud y su estado de ánimo. En todas las sociedades hay momentos en que el doble sentido se convierte en el poderoso recurso para la lectura y de una noticia se deduce otra. Que placer se encuentra en el sentido secreto de las palabras y de las oraciones, cuanta esperanza alberga una frase que encierra otro significado que el claramente expuesto. Nosotros podemos acercarnos a la historia y deducir que se puede o se debe buscar la llave donde realmente se perdió, o por el contrario donde existe la luz aunque allí no se perdiera porque todo acabará dependiendo de que es la llave, cual su significado. ¿Y quien significa qué? ¿Aquel que la perdió? ¿O el que se pone a buscarla sin saber realmente que es lo que está buscando? ¿Porqué, cuando buscamos algo debemos estar seguros de saber el lugar en que se perdió? Si algo se perdió y sabemos donde, ¿realmente está perdido? ¿Qué buscamos? ¿La llave? ¿Porqué ofrecemos ayuda a un hombre que busca su llave en la noche? En el bosque, entre los árboles, suele suceder que buscas un camino que no encuentras, o mejor, un sendero de esos que pierden su propia traza en cuanto llueve un poco. En teoría no hay pérdida, las laderas marcan los caminos del valle; más aún: el valle se ve desde gran parte de las laderas. No la hay en cuanto al objetivo de llegar a casa, pero buscas un sendero marcado por un árbol especial, por una piedra de granito que lo interrumpe y parece un animal agazapado, por una marca que hicimos nosotros mismos al pasar un día para señalizar un vista, otro sendero o cosas por el estilo. Es verdad que lo que contiene el sendero que pretendemos encontrar no tiene valor y baja como cualquier otro al mismo destino, pero la búsqueda produce una desagradable comezón cuando no se alcanza a encontrarlo. Aquello que esperábamos encontrar empieza a ser considerado con mayor intensidad. Bajaremos por cualquier lugar y otro día sin proponérnoslo, nos encontraremos con el sendero cuya pérdida tanto nos amohinó.
Ocasionalmente, en la calle, me he tropezado con un farol encendido a plena luz del día y he pensado en lo absurdo de la función inútil. Enamorado como soy de las cosas en cuanto a objetos cargados de significado, esa visión inútil me produce incomodidad y tal vez tristeza: la función de un farol es iluminar la noche. Tantas cosas dejan de ser cuando no son útiles que el entorno que nos rodea parece en ocasiones un cementerio inmenso de desperdicios. Esa luz que no ilumina nada, el sonido de las voces que no escuchamos, el rumbo de los senderos que perdemos, las páginas de los libros que no leemos, las músicas que no oimos, las certezas que no profesamos, las palabras que desconocemos, las personas que olvidamos, los principios que no buscamos sabiendo que, cuando y donde los hemos perdido, toda esa enorme inutilidad de la que no tenemos el valor moral, el certero coraje necesario para desprendernos de ellos. Si miro a mi alrededor veo, como si de la tierra se tratara, y de la llamada basura espacial y que no es otra cosa que los innecesarios satélites y artefactos que han dejado de ser útiles y están destinados a girar y girar años y años, sin función alguna, una misma enormidad de satélites abandonados por mi a lo largo de mi vida que giran y giran sin otra función que la de ser, ocasionalmente recuerdos.
Y todavía nos quedará una duda: el hombre que buscaba la llave, ¿la había perdido realmente? O ¿estaba allí mintiendo porque necesitaba un amigo de última hora, asustado por la larga noche solitaria que le queda por delante?
viernes, abril 28, 2006
La soledad en el espejo (3)
Cada mañana me miro en el espejo, o tal vez me veo sin acto de voluntad. Soy yo, es indudable. Estamos solos mi reflejo y yo en el baño. Hay vaho de humedad, cálido ambiente, olor a dentrífico y nada más. Me veo pero no me miro, soy pero no me reconozco. Es un enfrentamiento que antecede al desayuno de café con leche, a la mirada confiada hacia el bosque, hacia las laderas de Cueva Valiente cubiertas de pinares. He hablado de esas laderas: Aguas Vertientes. En la mañana, a las nueve, una corona de niebla y jirones de nubes sobrevivientes de la noche, ocultan el sol las más de las veces. Lo que llamamos buen tiempo aparece más tarde, al filo de las once. Cuando me veo por vez primera es en una hora de intimidad absoluta, arrancado de un sueño colmado de silencios (aquí se duerme entre los crujidos de la techumbre de madera que ya no se oyen y son todo el silencio que nos ha de envolver). Si no reparo en mi imagen me visto de indiferencia, pero si lo hago será por causa de algún descubrimiento que no me ha de agradar: desmayo, desmadejamiento, inelegancia, un poco de vejez, un mucho de abandono. Tendrías, pienso, tendrías que cortarte el pelo y recortarte la barba; lo primero lo hago dos o tres veces al año con un corte al dos, lo hago yo mismo porque me resulta inaguantable ir a la peluquería. Lo segundo lo hago cada mes, aproximadamente. Llevo barba desde que acabé el servicio militar. En mi generación algunos llevábamos barba y otros corbata. La estética y la ética encontraban acomodo de la mano por entonces. Un día, hace años, escribí un aforismo desalentador: "¿cómo puede ser bueno un día que empieza viéndote desnudo en el espejo del cuarto de baño?" La desnudez que menos soportamos es la propia porque no debe seducirnos, no puede. Entre el espejo y yo existe una complicidad cotidiana, diaria. El me ofrece mi reflejo y yo lo percibo con dificultad. No hay en mi cuerpo nada que me averguence, salvo que mis propios defectos me ofenden, aún y siendo de poca entidad. Por la ventana de mi cuarto de baño entra la luz del día y la imagen de los montes recortados al oeste. Columnas de humo suben al cielo desde el valle. Hay un trasiego de pensamientos que empiezan a tomar forma, reanudan el inmediato ayer, ajustan el tiempo a los planes, organizan una agenda mínima en tanto que el vaho cubre el espejo y al borrar mi imagen empieza, ya si, de manera rotunda, el nuevo día. Un milano asciende en círculosEl vaho cubre la forma humana de la misma manera que la niebla cubría el reflejo en el río del cromagnon que nos antecedió. Bebía agua en el cuenco de la mano o directamente del arroyo, atento el oído a los ruidos del bosque. Hay días en que un desánimo me invade y no se porque: exceso de vida, pienso. Otros me invade el desasoego: necesito vivir con más intensidad, pienso igualmente. No soy constante. Un hombre que piensa a menudo, que pretende pensar como principal ocupación, no puede ser constante. Cada día, cada mañana, pasamos por el espejo en una metáfora de las parábolas del evangelio. En el espejo nos vemos y nos reconocemos, debemos aceptarnos tal cual somos. La ducha después deberá purificarnos para afrontar el día. Una vez más miraré a través de los cristales de la ventana y veré el día en círculos por los que tendré que deambular. Una idea se abre camino entre otros pensamientos y apunta ya a proyectar mi actividad: bajaré al pueblo, a la farmacia. iré andando, entre ir y volver solamente un kilómetro. Ordenaré el invernadero, leeré un periódico (solo los titulares y algún editorial si el encabezmaiento me inspira), quiero releer someramente a Cavafis y tengo que pensar en el blog. Así es, decidido al fin y sin ningúnn triunfalismo, saldré a la vida de cada día olvidando que me he visto, una vez más, desnudo en el espejo.
jueves, abril 27, 2006
Cuerpo y sombra. Identidad cercenada
Un lenguaje metafórico. Cada cual puede encontrar una interpretación acorde con su propia experiencia, con su agrado o con su desagrado. Estas líneas no son mágicas pero lo parecen ya que buscan una interpretación libre en seres libres que acaso no lo sean tanto. No son horaculares pues no están destinadas a la libre interpretación del interlocutor. No son poesia. Ni paradigmas. La prosa podría pasar por literatura y el sentido es incierto. Podríamos decir que se trata de un cuento pero no es esa la intención al escribirlo. Rectifico sobre la marcha, tampoco son mágicas. No existe la magia más que en la mente que la necesita. La magia y el wisky o el canabis o una amistad repentina o la locura de una noche insospechada, todo actúa sobre la imaginación, lo indignificante es el acto, lo importante es el recuerdo. De ser así poco es, nada ha sido sino un tiempo breve de estar placentero. Existe un principio paradójico y creativo: un hombre y su sombra deciden separarse pero algo se lo impide. La imaginación y los dedos, cómplices sobre el teclado, han divagado hacia temas menos oscuros. Podría volver a empezar...
Un cuerpo se enfrenta a su sombra en un paso de peatones. La carretera está vacia y el sol cae a plomo; es mediodía. Ella, rebelde, se niega a seguirle. En el cruce de calles ninguna parece conducir a ninguna parte y es difícil para ambos contendientes decidirse por el mejor camino, salvo que hay una cosa segura: ninguno de los dos seguirá el camino del otro. Para el cuerpo la sombra es rebelde y merece ser metida en cintura. Para la sombra el cuerpo ha perdido su capacidad de liderazgo. Tensionada la situación hasta el límite ninguno de los dos pronucia palabra: ella no puede, él no quiere. Por la bocacalle se acerca un coche que gira y se dirige directamente al grupo, cuerpo y sombra. Parece que no le ven. Un destino fatal le impide mover el volante, buscar un espacio lateral para salvar el obstáculo. Directamente hacia ellos toca la bocina. El destino establece que ellos dos, sombra y cuerpo, deben tomar una decisión para apartarse. Tienen que decidir al unísono, en el mismo sentido, en la misma dirección. Mientras el coche avanza y suena una bocina que les alerta, una vez, dos veces, apresurado grito mecánico en medio de la calle. No puedes decidir por ti mismo, le dice la sombra, si no tienes mi consentimiento. Que clase de absurdo, que estupidez la tuya, le contesta él. ¿Cómo puedes imaginar tu libertad, tu independencia, tu simple existencia sin depender de mi. No te engañes, le dice ella. Los dos dependemos de la luz que nos ilumina y proyecta. En la noche oscura no eres nadie. Mientras el coche avanza sin comprender que podría frenar, dar un giro, volverse por donde ha venido... Pero sabe el conductor que su decisión de no cambiar el sentido de la marcha es indiscutible, necesaria para la situación, es el papel que le ha tocado jugar. ¿A que rebelarse? ¿Puede? Es imposible, yo se lo impido.
Podría seguir de otra manera bordeando la realidad, olvidando lo que es, lo que no depende de magias ni de fantasías. Ambos entes, sombra y cuerpo, son inseparables mientras una luz les de existencia. En su propia relatividad olvidan sus dependencias. Su enfrentamiento es el absurdo y no hay ápice alguno de rebeldía al que puedan aspirar. este enfrentamiento por la libertad es en sí mismo aniquilador, pero no es ejemplar.
martes, abril 25, 2006
Vuelvo. Retomo los libros y los paisajes. Rescato la voz y el tímido acercamiento a la palabra. Supongo que a todo ser humano le es dado volver al cabo del tiempo al puerto dejado atrás sin convicción ni destino. Recupero el silencio del aprendizaje. Al cabo de los días debo reconocer que he aprendido algo: de la elasticidad del tiempo; del apredizaje del lenguaje; de lo que nos desconocemos; de la morfología del homo siempre de retorno al más elemental primitiviosmo; de la naturaleza de los hombres y de la naturaleza de los dioses; de la ficción del tiempo fraccionado en pasado, presente y futuro. Células, átomos, moléculas, electrones, neutrones y positrones, neuronas, cadenas de adn, genes y cromosomas. He aprendido sobre la casualidad y la causalidad, sobre la indefinición de cualquier destino y sobre la relatividad de cualquier verdad; de la predestinación de mano de la cultura y de las creencias; de la geografía de las patrias y de las miserias del patriotismo. Una frase leída ha quedado en mi memoria, no en la exactitud de las palabras, si del concepto: "si miramos el universo desde sus inicios, viene a decir, y lo observamos racionalmente, acabaremos descubriendo que la vida es un error: no debería estar ahí". Y otro concepto vuelve a mi desde el tiempo de ayer, que era presente y ahora memoria: "La vida es una propiedad de la materia". Tengo amigos que se empeñan en dar a la vida cualidades taumatúrgicas o mágicas, creen en dimensiones ajenas a la razón, a la ecuación física o matemática; lo siento, les digo, no hay prodigios y me recriminan mi descreimiento. Como si creer fuera otro nivel con notables privilegios. Una conocida mía afirma que se abraza a los árboles y habla con Jesús; cortés, solamente sonrío. ¿En que se puede creer y para qué? ¿Y adonde conduce creer? Los misterios sobrenaturales son ajenos a lo humano; los humanos suelen ser mentiras. Una mentira es la trinchera donde alguien se esconde esperando asesinarnos en la amistad y la confianza. Todo lo que desconocemos de la vida es mucho pero lo que conocemos es suficiente para sabernos vivos y simples. No somos más que lo que somos, un error prodigioso. No se trata del pienso, luego existo, sino del sencillo "existo, luego pienso". ¿En qué debo pensar? En el boosque, me digo, hoy es tarde para entrar en él, ha oscurecido ya, pero mañana iré de nuevo.